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No es la inmigración, estúpido

Publicado en Libertad Digital

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Aunque ha pasado ya más de una semana, toda Europa sigue conmocionada por el atentado en la redacción de Charlie Hebdo. Los crímenes de los islamistas siempre concitan gran trompetería mediática y un sinnúmero de golpes en el pecho, condenas grandilocuentes y apelaciones compungidas a las libertades que aquí, en Occidente, disfrutamos pero que podríamos dejar de disfrutar en breve si estos bárbaros terminan prevaleciendo. En el caso del semanario francés no iba a ser diferente, y más habida cuenta del brutal desenlace dos días después en el supermercado judío y en aquella imprenta de las afueras de París.

Esta vez han cambiado los actores pero la cantinela ha sido la misma que en ocasiones anteriores. Los unos con el cuento de que la inmigración –la musulmana y, ya metidos en harina, toda la demás– es la culpable de que sucedan estas cosas. Para acabar con el problema piden poco menos que cerrar las fronteras y llenar las garitas aduaneras con efectivos de las fuerzas especiales. Los otros posan su dedo acusador sobre los sospechosos habituales, a saber: el capitalismo y Estados Unidos (por este orden), causantes en primera y última instancia del desastre general en el que habita el mundo árabe y que, según ellos, es la madre nutricia de todos los radicalismos. La solución que ofrecen estos oscila entre el buenismo al uso zapaterino y la revolución bolchevique. La gran ventaja de los marxistas es que utilizan la mismo cubierto para todo: para la sopa, para el bistec y para pelar la fruta. En su mundo simplón y maniqueo los buenos son buenísimos y los malos malísimos. Por eso cualquier ganapán es capaz de hacer sesudos análisis salteados por una verborrea inconfundiblemente espesa al estilo de la que Íñigo Errejón emplea en los debates televisivos para pasmo de una audiencia que no está habituada a tantas subordinadas juntas.

La despreocupada y envejecida Europa necesita respuestas rápidas y soluciones mágicas que hagan desaparecer el mal de un golpe. La gente las compra precisamente por esa razón. El problema es que son recursos tan manidos que hasta refutarlos cansa. La inmigración, por muy flamencos que se pongan los de Pegida y afines, no es la causante del atentado de París. Esto es un hecho. Los autores de la matanza de Charlie Hebdo, los hermanos Kouachi, no habían emigrado de ningún sitio, ya eran franceses, nacidos ambos en el mismo París, criados en un banlieu del extrarradio y educados en el sistema escolar estatal. Lo mismo puede decirse de Amedy Coulibaly, el terrorista que se atrincheró en el supermercado y que acabó con la vida de cuatro rehenes. Al parecer Coulibaly y los Kouachi se habían conocido en prisión años antes, cuando los tres cumplían condena por atraco a mano armada. En aquel entonces ni los unos ni el otro tenían la más mínima veleidad islamista. Eran quinquis sin más apellidos que los consignados en la ficha policial.

El hecho es que los delincuentes ya estaban ahí y ejercían de tales. También estaba ahí el que les metió esas ideas en la cabeza, que probablemente fue un imán echado al monte de los que tanto proliferan por las comunidades musulmanas de toda Europa occidental. Quizá lo único que vino de fuera fueron los fondos que financian esos centros de adoctrinamiento intensivo para jóvenes marginales que tienen como proyecto de fin de carrera un viaje iniciático a Irak, a Siria o a Libia en el que los doctorandos se ejercitan en vivo con las armas y los explosivos. Visto así, Europa más que importar terroristas islámicos los exporta, y en cantidades crecientes. De un tiempo a esta parte es muy habitual leer entre las noticias del día que tal o cual español está en las milicias del ISIS pegando tiros en nombre de Alá. Y quien dice español dice francés, alemán, británico o belga.

Los Gobiernos europeos saben que esto es así. La policía sigue la pista a todos los que están metidos en el ajo, como en los años setenta sabía qué jóvenes del barrio militaban en aquellas bandas terroristas de extrema izquierda que la URSS financiaba generosamente con vistas a desestabilizar al enemigo. De ahí que sorprenda ver a todo el politiquerío tirándose de los pelos como si esto fuese una agresión externa. Algo inconcebible, inesperado, que se solucionará tan pronto como puedan husmear legalmente en nuestro Whatsapp y hacernos colonoscopias en los aeropuertos. Por su seguridad, ya sabe. El miedo es el arma más poderosa que existe. Los políticos saben emplearla mejor que nadie. De esto va la cosa, y no de la inmigración. Apúnteselo bien para que la próxima vez –que la habrá– no vuelvan a dárselas con queso.

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