No, Mazzucato, los que han fracasado no son los Estados diminutos sino los Estados gigantescamente incompetentes.
De acuerdo con la popular economista Mariana Mazzucato, la crisis sanitaria del covid-19 ha expuesto las deficiencias del enfoque “neoliberal” de un Estado pequeño y limitado: tras décadas de desarme material e ideológico de “lo público”, tras décadas en que la obsesión con la eficiencia, con la austeridad o con los recortes ha copado la agenda política, la pandemia se ha topado con unos Estados raquíticos y sin capacidades para contrarrestarla. Si, por el contrario, nuestros gobernantes hubiesen invertido suficientemente en el desarrollo de sistemas de protección de la salud pública o de innovación digital, entonces habrían contado con más medios para combatir el avance del virus durante esta crisis.
En este sentido, y frente a la muy fracasada gestión de EEUU o de Reino Unido (los dos buques insignia del neoliberalismo privatizado), Mazzucato ensalza el comportamiento de otros tres Estados que sí han conseguido mantener a raya la propagación del virus: Vietnam, Nueva Zelanda o Corea del Sur. De acuerdo con la economista italiana, estos Estados antepusieron el interés general por encima de los intereses particulares, y gracias a ello fueron capaces no solo de rechazar la suicida estrategia de la inmunidad de grupo sino también de movilizar rápidamente amplios recursos materiales y humanos para desarrollar test asequibles de carácter universal o una sofisticada tecnología de rastreo de los contagiados. Por todo ello, concluye Mazzucato, debemos abandonar el enfoque del Estado pequeño y limitado para pasar a abrazar el de un Estado activista y bien conectado con todos los sectores estratégicos de la economía.
La tesis de Mazzucato es, sin embargo, problemática en un sentido fundamental: Estado grande no es ni mucho menos igual a Estado eficaz frente a la pandemia. Por un lado, algunos de los países con Estados más gigantescos del planeta —como Francia, Italia o Suecia— también han sido algunos de los países con mayor letalidad por el coronavirus, ya sea debido a su reacción tardía o a su estrategia equivocada a la hora de combatirlo (y no: en contra de lo que señala Mazzucato, la inmunidad de grupo no es una estrategia consustancial al neoliberalismo, pues la misma socialdemocracia sueca está tratando de alcanzarla). Por otro lado, los tres países que Mazzucato cita como ejemplares frente a esta pandemia —Vietnam, Nueva Zelanda y Corea del Sur— cuentan como Estados igual o más pequeños que los ‘neoliberales’ EEUU o Reino Unido: en particular, mientras que el gasto público de EEUU es del 36,2% del PIB y el de Reino Unido es del 38,3%, Nueva Zelanda gasta el 37,1%, Vietnam, el 27,7% y Corea del Sur, el 22,1% (los antedichos Estados con gestión fallida frente al coronavirus, Francia, Italia y Suecia, gastan el 55,6%, 48,7% y 48,4% del PIB respectivamente).
¿Es posible, por tanto, ser eficaz contra una pandemia con un Estado razonablemente pequeño? Desde luego. ¿Es posible fracasar estrepitosamente frente a una pandemia con un Estado sobredimensionado? Claro que sí. Por consiguiente, si algo ha reivindicado el coronavirus, no ha sido a los Estados grandes (en contraposición a los Estados pequeños, cuyo fracaso cree haber certificado Mazzucato) sino a los Estados eficaces en aquellas áreas cuyas competencias se arrogan de manera monopólica (como, por ejemplo en este caso, la salud pública). Y no: eficacia estatal (o “capacidad estatal”, como gusta de denominarse actualmente) no es lo mismo que Estado grande y omnipotente. No solo porque, como ya hemos mencionado, contamos con claros ejemplos de Estados pequeños y eficaces frente a la pandemia, sino porque, además, los Estados grandes que se arrogan demasiadas funciones pueden terminar deviniendo ineficaces en aquellas pocas que sí deberían ejercer (en este caso, el refranero castellano resulta bastante sabio: “Quien mucho abarca, poco aprieta”).
Verbigracia, cuando Mazzucato contrapone el éxito de Vietnam o el de Corea del Sur (países donde se han realizado numerosísimos test a la población) frente al fracaso de EEUU, se le olvida mencionar que el imperdonable retraso de EEUU a la hora de practicar test masivos se debió a un exceso de burocracia y regulacionismo estatal: no fue que el mercado no pudiera producir suficientes test, sino que el Estado prohibió que los produjera y los pudiera utilizar. Asimismo, las medidas más importantes que debía aplicar cualquier Estado para aislar y acabar con el virus tenían muy poco que ver con el tamaño del Estado: en concreto, mandatar el distanciamiento social (cierre de escuelas, suspensión de grandes eventos, cierre del espacio aéreo, obligatoriedad del uso de mascarillas o incluso confinamiento domiciliario) no depende de que el Estado sea grande (salvo que la mayoría de la población no siguiera las reglas, en cuyo caso se necesitaría de una cierta potencia policial para asegurar su cumplimiento), sino de que el Estado cuente con gestores lo suficientemente competentes como para comprender la gravedad de una pandemia.
Y, como decíamos, cuando tienes un Estado gigantesco que pretende ocuparse de regular casi todos los aspectos de la sociedad, la actuación de ese Estado tenderá a desenfocarse desde aquellas competencias que sí deberían serle capitales a otras que deberían serle por entero accesorias (recordemos, de modo casi anecdótico pero ciertamente ilustrativo, que uno de los grandes debates que centró la acción del Estado español durante las semanas en las que la pandemia estaba penetrando por todos los rincones de nuestra sociedad fue el de la regulación de las casas de juego). A este respecto, por tanto, mucho mejor nos habría ido si los Estados se hubiesen concentrado y especializado en aquellas competencias que con mayor probabilidad ellos —y solo ellos— pueden atender. Dado que la capacidad estatal es limitada —y lo seguirá siendo, por muchos recursos que maneje el Estado, puesto que las capacidades cognitivas de la burocracia estatal seguirán siendo limitadas—, deberíamos adoptar como principio rector lo que el economista Alex Tabarrok ha denominado «presunción de ‘laissez faire«: cuando la capacidad estatal es limitada —y siempre lo es—, el Estado debería delegar en el mercado todo aquello de lo que el mercado sea capaz de ocuparse y, en consecuencia, concentrarse en aquellos pocos asuntos de los que el mercado —o los mercados actualmente existentes— no es capaz de ocuparse.
No, Mazzucato, los que han fracasado no son los Estados diminutos sino los Estados gigantescamente incompetentes.