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No hay «lacra machista» en España

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España es uno de los pocos países del mundo en los que la mujer goza de un alto estándar de bienestar.

Si uno atendiera tan sólo a los titulares e informaciones que publican la inmensa mayoría de medios de comunicación, España sería un país altamente violento y machista, una especie de infierno en la tierra para el género femenino, en el que una horda salvaje e incontrolada de hombres ejercen su dominio absoluto sobre la mujer a base de amenazas, coacciones y agresiones de todo tipo y condición.

Periodistas, políticos y diversos colectivos, especialmente los feministas, no dejan de repetir últimamente que España sufre la «lacra» de la «violencia machista», dando así a entender que un elevado número de hombres agreden a un todavía mayor volumen de mujeres por el mero hecho de pertenecer al sexo opuesto. No en vano, el término «lacra» significa, según la RAE, «vicio físico o moral que marca a quien lo tiene» -en este caso, la sociedad española-.

El último esperpento femiprogre que ha surgido a este respecto es el fatídico caso de Diana Quer, cuya muerte a manos de un presunto asesino y muy probable psicópata sexual ha sido tildado, simple y llanamente, de crimen «machista», como si tal acepción se pudiera aplicar a todo delito que comete un hombre contra una mujer, sin más motivo que ése -el género-, para espanto de la muy honrosa disciplina de la criminología. Pues no. Ni este asesinato es «machista» ni en España campa a sus anchas la mal llamada «violencia machista». Más bien al contrario.

Para empezar, España no es un país violento, por mucho que algunos pretendan transmitir dicha imagen. De hecho, la tasa de homicidios (0,63 por cada 100.000 habitantes) es la segunda más baja de la UE, ligeramente por encima de la que existe en Austria y casi un 40% inferior a la media comunitaria. Y eso que Europa es una de las zonas más tranquilas y seguras a nivel global, de modo que España es, por suerte, uno de los países menos violentos del mundo.

Llegados a este punto, algunos dirán que esa tranquilidad no es extrapolable a la mujer, víctima habitual de la supuesta «lacra machista» que sufre España, pero resulta que tampoco. De hecho, es uno de los países con menor violencia sobre la mujer en particular: ocupa el puesto 36 de un total de 44 países analizados, con una tasa de 5,15 mujeres asesinadas a manos de cualquier agresor por cada millón de habitantes, la mitad que en la UE (11,66) y ocho veces menos que en América (39,6), según un detallado estudio del Centro Reina Sofía. El resultado apenas varía si se analiza tan sólo la tasa de feminicidios cometidos dentro del ámbito de la pareja (2,81 en 2006, cuando fueron asesinadas 70 frente a las 48 del pasado año), al ocupar el puesto 24 de un total de 35 países analizados, situándose también a la cola de Europa, cuya media es 3,94.

Asimismo, la última macroencuesta realizada por la Comisión Europeasobre esta materia, con datos de 2012, muestra que el 22% de las españolas mayores de 15 años reconoce haber sufrido algún tipo de «violencia física» (20%), incluyendo empujones y agarrones, o «sexual» (6%) por parte de cualquier agresor, ya sea pareja o no, al menos en una ocasión a lo largo de su vida, situándose, igualmente, muy por debajo de la media comunitaria (33%).

Por otro lado, España tampoco es un país «machista», si por tal término se entiende una particular displicencia de los hombres, en general, hacia el colectivo de mujeres en su conjunto. El número de violadores (832 casos en 2017) y de parejas o exparejas que han terminado asesinando a una mujer (48 casos) es mínimo en comparación con la población masculina (casi 15,5 millones de personas entre 15 y 64 años), de modo que en ningún caso se puede generalizar, tal y como sí hacen las feministas. En este sentido, un estudio realizado en Suecia mostró que apenas el 1% de los hombres es responsable del 63% de todas las condenas por crímenes violentos. O, dicho de otra forma, la inmensa mayoría de los hombres es gente honrada y pacífica que nada tiene que ver con la desvirtuada y horrenda imagen de violencia y opresión que vende el feminismo.

Y lo más curioso es que ni siquiera la mujer es la principal víctima de la violencia que ejerce ese marginal grupo de hombres, sino el propio hombre, tal y como refleja el Instituto Nacional de Estadística (INE). Las víctimas masculinas superan a las femeninas en materia de homicidios (ya sean consumados o meros intentos), así como lesiones y robos con violencia o intimidación. El ámbito de la agresión sexual es el único en el que la mujer sale peor parada que el hombre.

Por último, si existiera realmente la «lacra machista» que tanto denuncian algunos, España no sería un país seguro ni especialmente atractivo para las mujeres, y, sin embargo, lo es. ¿Quién lo dice? En primer lugar, las propias mujeres, cuya preocupación por ser agredidas o asaltadas de cualquier forma se reduce al 11%, una de las tasas más bajas de la UE, frente a la media comunitaria del 21%, según la encuesta citada anteriormente.

Pero también las estadísticas oficiales a nivel mundial, que sitúan a España como uno de los escasos países en los que la mujer goza de una amplia y sólida seguridad.

Y no sólo a nivel físico, sino también en materia legal y socioeconómica. Tanto es así que España se encuadra entre los 5 mejores países del mundo para nacer mujer, tal y como revela el ranking internacional Women, Peace, and Security Index. España puntúa especialmente alto en cuanto a inclusión económica, ausencia de leyes discriminatorias y nivel de seguridad, entre otros indicadores.

En definitiva, España, lejos de ser el infierno machista que nos pretende hacer creer el feminismo patrio, es uno de los pocos países del mundo en los que la mujer goza de un alto estándar de bienestar, protección e igualdad ante la ley, a diferencia, por desgracia, de la aberrante situación de sumisión e injusticia que sufren la mayoría de mujeres del planeta. Pero esto poco importa a quienes pretenden imponer su retrógrada y liberticida ideología de género, cuya esencia consiste en azuzar el odio contra el sexo opuesto, sin más razón que esa, la de ser hombre. El feminismo, que en sus orígenes aspiraba a alcanzar la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, representa hoy los ideales más arcaicos del machismo, solo que ejercido ahora desde la otra orilla.

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