Un año después de la victoria del PP por mayoría absoluta en las últimas elecciones generales, lo único bueno que se puede decir es que con el PSOE estaríamos todavía peor, magro consuelo para los que confiaron en que Rajoy decía la verdad durante la campaña, cuando prometió no subir impuestos y cercenar el despilfarro autonómico. Esos eran los ejes principales de su vasto programa de reformas.
Durante estos primeros once meses de gestión, Rajoy ha hecho exactamente lo contrario de lo que aseguró que iba a hacer durante la campaña. El tío tiene agallas, porque una cosa es borrar de la agenda política parte de las promesas hechas –algo que el votante da por descontado– y otra muy distinta hacer lo contrario de lo que figuraba en el programa electoral.
A esquilmar a la sociedad para salvar a la casta política, sobre todo a la autonómica, es a lo que el Gobierno de Rajoy se ha aplicado con denuedo. Para eso no hacía falta ninguna mayoría absoluta, porque el despilfarro estructural de las Administraciones Públicas es objeto del más amplio acuerdo en las Cortes. De hecho, la mayor oposición que encuentra el Gobierno en el Parlamento se produce cuando anuncia algún tímido recorte presupuestario, porque la mayoría de los diputados, en posesión de una vastísima incultura, cree que lo contrario de austeridad es crecimiento, cuando en realidad el antónimo del primero de esos términos es despilfarro.
Con un Gobierno decidido a mantener un Estado insostenible y una oposición que sale a la calle en contra del menor recorte es normal que la aceptación popular de unos y otros se mantenga en niveles paupérrimos, según rezan todas las encuestas. Aquí el único que se desgasta es el contribuyente, que ve cómo todos los partidos han decidido seguir vaciándole el bolsillo para mantener el chiringuito estatal y autonómico tal y como lo conocemos.
El PP dice que ya lo siente pero que no tiene más remedio queempobrecernos a todos; el PSOE se limita a su habitual demagogia naif y dice chorradas sobre los ricos y los bancos; los comunistas quieren implantar el modelo norcoreano y los nacionalistas, mientras sigan abiertos los canales adicionales de financiación para sus tropelías, dan la razón a todo el mundo.
Ha sido un primer año de Gobierno Rajoy muy duro, pero sólo para los contribuyentes. Lo peor es que no es previsible que en algún momento de esta legislatura le toque también apretarse el cinturón a la clase política, y menos ahora, que ya hay quien habla en el Gobierno de claros síntomas de recuperación. Al final los españoles saldremos de la crisis gravemente empobrecidos y los políticos tan sólo tendrán que lamentar el abandono transitorio de algún coche oficial. Así da gusto trabajar por el pueblo.