España no puede conformarse con hacerlo tan mal como otros. Tenemos que compararnos con los mejores.
“Name dropping no names, puppets with strings of gold”, Nikki Sixx.
Noviembre de 2011. El Gobierno de España se reúne con un grupo de inversores y banqueros internacionales y presenta un panorama de brotes verdes, expectativas positivas y compromisos incuestionables con la consolidación presupuestaria.
Ante las más que evidentes dudas sobre la consecución de los objetivos de déficit, la ministra afirma que “sin lugar a duda” se cerrará el año con un déficit del 6% a pesar del menor crecimiento económico. “Se cumplirá con comodidad el objetivo de déficit”. “Hay margen suficiente para que no se produzca ninguna desviación del déficit comprometido”.
Enero de 2012. El déficit real de 2011 se sitúa más de un 40% por encima de lo anunciado dos meses antes. A mediados del año, Bruselas lo eleva de nuevo al 9,4%.
Entre 2012 y 2018, la reducción del déficit fue de casi el 70%, y gracias a la reforma financiera, importantes cambios estructurales y un esfuerzo importante de transparencia, se recuperó la credibilidad internacional.
La media de desviación por ingresos estimados, que en 2008 y 2009 se situaba entre 30 y 40.000 millones de euros, se redujo a una media de 5.800 millones en el periodo 2012-2017. Pero seguíamos cayendo en estimaciones demasiado optimistas de ingresos, como hemos comentado cada año en esta columna.
La media de desviación por gastos excesivos se cercenó también comparado con el periodo de comodidad. Se podría haber avanzado mucho más para presentar estimaciones más realistas en todos los Presupuestos, y a pesar de ello, el crecimiento y la mejora de la cuentas ayudaron a reducir el déficit un 70% y cumplir con nuestros compromisos, liderando la creación de empleo y crecimiento de la Unión Europea. Todo ello en un periodo de ajustes y lenta recuperación.
Sin embargo, la política imprudente del Banco Central Europeo extendiendo el gas de la risa monetario mucho más de lo necesario, llevó a que los Estados europeos –todos– se relajaran y el impulso reformista se abandonó casi totalmente en 2015 en la Unión Europea. Se creía que se combatía el populismo aumentando el gasto, craso error, y lo único que se ha conseguido es incentivarlo.
El ajuste gradual llevó a que el gasto público cerrara 2017 con una cifra superior a la del pico de la burbuja y la cuña fiscal se mantuviera por encima del nivel de 2011 a pesar de las bajadas de impuestos de 2016-17. Entre 2007 y 2017 un aumento del gasto total de más del 13%. Una década completa de Presupuestos expansivos con un déficit acumulado desde la mal llamada “crisis” –el pinchazo de la burbuja de gasto– que superaba los 759.114 millones de euros.
La deuda seguía cayendo desde el 2014 hasta el 98,3% del PIB en 2017, gracias al crecimiento, no por el menor gasto. No hemos visto nada más que Presupuestos expansivos y tienen la desvergüenza de hablar en los Presupuestos de 2019 de recortes y asfixia. Un aumento de la cuña fiscal a familias y empresas, y tienen el descaro de decir que hay margen para subirnos mucho más los impuestos.
Ahora, la irresponsabilidad presupuestaria se convierte en la norma. Funcas estima que los Presupuestos de 2019 están inflados por la parte de los ingresos en más de 10.000 millones de euros. La excusa de los defensores de los Presupuestos de Sánchez es que antes también había desajustes. Como si fuera un justificante. Pero es que, además, es falsa.
Si se hicieron cosas más o menos equivocadas antes no puede ser excusa para hacerlas peor. Y además es falso, ahora volvemos a lo peor de 2011 y sin la excusa de la crisis, o los inexistentes recortes. Además, esos desequilibrios se suman, no partimos de cero.
Un desvío de más de 10.000 millones de euros estimado en periodo de expansión y con todos los vientos de cola a favor no es lo mismo, ni de lejos, que un proceso gradual de ajuste en el que se pone como objetivo principal mantener a toda costa el gasto social. Entre 2007 y 2017 el gasto público aumentó casi un 13%. Sanidad, una subida superior al 13,5%; educación, un aumento superior al 10%; protección social, un crecimiento cercano al 38%.
Así que no, no estamos ante un incumplimiento o desajuste “similar”. Es unabomba de relojería y una irresponsabilidad.
Mientras tanto, el Gobierno afirma ante inversores y banqueros de inversión que su objetivo primordial es mantener la reforma laboral y bajar la deuda, a la vez que promete a sus socios de moción de censura que derogará la legislación laboral, sube desproporcionadamente los costes de contratación y, hasta en su escenario de ingresos de ciencia ficción, aumentará las necesidades netas de financiación, y con ello la deuda.
A España le costó muchos meses entre 2012 y 2013 recuperar la confianza y la credibilidad. Fueron meses durísimos en los que el ministro de Economía tenía que demostrar en cada reunión que el país era fiable. Muchos inversores no querían saber nada de un país que no solo había incumplido en un 40% sus compromisos reiterados pocos meses antes, sino que lo había hecho acusando a los que dudaban de las cuentas de “atacar”, incluso de ser “terroristas financieros”.
Y el problema hoy es el mismo que en 2011. Que el Gobierno cree que los inversores y empresarios son amnésicos, tontos o fáciles de engañar. Que puede presentarse y decir una cosa y la contraria según el auditorio y que todo va a seguir igual. Que la confianza no se pierde por exagerar las cifras de Presupuesto y prometer una estabilidad que luego se incumple.
La confianza se adquiere durante muchos años. Es enormemente difícil para un país como España ser un centro internacional de credibilidad inversora y atractivo. Pero se pierde en muy poco tiempo.
España pasó de ser un país que daba excusas para justificar los incumplimientos de sus propios objetivos en 2011, a uno que entre 2013 y 2017 superaba las expectativas de crecimiento, empleo y a la vez reducía el déficit –ojo– sin reducir el gasto público. Hoy, tras un proceso de reformas graduales y un ajuste lento, nos encontramos con la evidencia de que la llegada de la brigada del gasto va a destruir en menos de doce meses todo lo conseguido en siete años, si se aprueban los Presupuestos.
Entonces, cuando se descubra que lo que se ha garantizado a inversores y creadores de empleo se incumple, la economía cambie de ciclo y los desequilibrios se disparen, volveremos a esa época negra que supuso el 2008-2011. A echar la culpa al enemigo exterior y decir que no nos comprenden o nos atacan. Y que el problema es de ingresos, no de gastos. Verán.
Una década de Presupuestos expansivos y ajustes graduales no es una época de austeridad ni de recortes, y no puede culminar con un Presupuesto despilfarrador cuyos ingresos son falsos, sus gastos financian la mayor campaña electoral de la década y, encima, nos ponen de nuevo en riesgo de una crisis de deuda.
La irresponsabilidad absoluta es la combinación de llamar austeridad a una leve moderación en el crecimiento del gasto, negar la ralentización, aumentar los desequilibrios y encima mentir a los inversores y creadores de empleoque son los que tendrán que financiar nuestro gasto público y nuestro crecimiento.
España no puede conformarse con hacerlo tan mal como otros. Tenemos que compararnos con los mejores.