Los colombianos votaron si estaban o no de acuerdo con el precio que Santos ha negociado con los terroristas para que dejen de serlo.
John Carlin tiene una ventaja fundamental sobre otros articulistas ungidos con la verdad absoluta: es completamente claro y transparente. Por eso su arrogancia y desprecio a la opinión de los demás transpira en cada línea que escribe y cada palabra que pronuncia, sin que la inoportuna retórica errejonista de otros opinantes de su cuerda nos pueda hacer pensar en ningún momento que, oye, igual hasta quería decir otra cosa. Estas últimas semanas de corresponsal en Colombia tan sólo han acentuado esa incapacidad de concebir que nadie se oponga a sus tesis con honradez e inteligencia, pero siempre ha estado allí.
Lo vimos con el vomitivo artículo que perpetró para intentar que un jugador de fútbol se metiera en política calificándolo de cobarde, cuando lo más fácil de este mundo habría sido apoyar la opción que todo el mundo biempensante había decidido que era la buena. Pero ese sólo fue el caso más escandaloso. El mismo día de la votación publicaba un artículo en el que resumía qué era «lo mejor y lo peor» de Colombia. Naturalmente, lo mejor eran personas que estaban de acuerdo con él, escogidas con cuidado para que resultaran especialmente admirables. No existían para Carlin personas buenas e inteligentes contra el acuerdo, del mismo modo que para el progre medio no existen personas buenas e inteligentes que no sea de izquierdas como él; o son idiotas o, casi siempre, son simplemente mala gente.
Siguiendo esta gastada plantilla, para Carlin lo peor de Colombia son, naturalmente, Uribe y las FARC, a los que mete en el mismo saco. Ya saben, los que llevan cincuenta años matando son lo mismo que el señor que logró ponerles contra las cuerdas, en el fondo Aznar es lo mismo que ETA, etc. Y como no puede llamar tonto a Uribe, porque el que quedaría como un imbécil es él, sólo concibe que opine contra el acuerdo por «vanidad personal» y por ser cínico y manipulador. Porque desde la atalaya de superioridad moral e intelectual desde la que Carlin contempla el mundo no se puede ser inteligente y honrado si no se está de acuerdo con él.
Así pues, la reacción de Carlin a los resultados del referéndum era de esperar: han sido producto de la estupidez, como el Brexit o la candidatura de Trump. La estupidez de los demás, claro; no sea que alguien empiece a sospechar que la arrogancia de quienes han ejercido de propagandistas del acuerdo desde fuera de Colombia haya podido ser un factor que decantara a más de un colombiano a votar en contra. Aunque para ello haya que torcer la realidad y convertir a Uribe en populista, negar que puedan existir políticos importantes como Daniel Hannan que ofrecen razones inteligentes y honradas a favor del Brexit y culpar a los «malditos viejos» del resultado, o considerar siquiera que pueda existir alguna razón para sentirse más representados por Trump que por la corrupta Hillary.
Lo que los colombianos votaron este domingo, por más que se empeñen los Carlin de este mundo, no fue paz o guerra. Votaron si estaban o no de acuerdo con el precio que Santos ha negociado con los terroristas para que dejen de serlo. Lo que han rechazado es que los terroristas se sometan a un tribunal en el que elegirían a la mitad de sus miembros; que mantengan su fortuna ganada con el narcotráfico y los secuestros –y que se han negado a contabilizar y publicar– y sean los contribuyentes quienes paguen las indemnizaciones; que tuvieran escaños garantizados, les votara alguien o no; que se facilite e incentive el que se continúe cultivando droga, al considerarlo delito político… Pienso que es un precio excesivo, pero si hubieran votado sí tampoco me habría dedicado a llamarles imbéciles. Igual es un defecto, como el de no ser un progre guay como Carlin.