Un PP descabalgado del BOE, cuajado de odios y rivalidades, se consumiría como un azucarillo en el café
Entre el Partido Popular y Podemos sumaron poco más de diez millones de votos el pasado 20 de diciembre, casi la mitad de todos los que acudieron a votar. Parecería que el país está polarizado y, efectivamente, aunque no nos guste, así es. La polarización interesa a estos dos partidos y la azuzan desesperadamente. En el medio queda un PSOE y un Ciudadanos sin padre, madre, ni nadie que les escuche. Se trata simplemente de un espacio a achicar por los dos polos enfrentados. Y de eso mismo va a ir la campaña.
En Moncloa no lo niegan, les interesa Podemos, lo necesitan, han hecho todo lo posible para que llegue hasta donde ha llegado en poco más de año y medio. Cuantos más abrazos se de Iglesias con Garzón mejor, cuantas más broncas arme Bódalo, cuantas más restricciones se invente Colau, cuantos más titiriteros saque Carmena a la plaza, cuantos más despropósitos salgan por la boca de los concejales con los que Podemos espolvoreó España en mayo de 2015 más se asustará el electorado de centro-derecha y más proclives se mostrarán a no tirar el voto.
Esta es la táctica que han elegido para que el español medio perciba a Rajoy como el salvador in extremis de una patria en peligro de disolución. Tiene bemoles la cosa porque precisamente ha sido Rajoy el causante del mal. Primero por su torpeza inmensa gestionando con los pies la mayoría absoluta que le entregaron en 2011, y segundo por tirar del comodín del populismo antisistema cuando, dos años más tarde, advirtió que por su propia y aceleradísima ineptitud podrían sacarle del poder a patadas.
De no existir el espectro maligno de Podemos el PSOE ya estaría gobernando, probablemente por poco y necesitado de acuerdos, pero en la Moncloa. Rajoy y Soraya estarían en su casa después de haber sido apaleados sin piedad por los suyos. Hoy ya nadie se acordaría de ellos. Eso lo vieron venir los arriolitas y no se les ocurrió mejor idea que experimentar con la izquierda bolivariana y rupturista que, aunque en origen no pasaba de simple experimento para erosionar el costado de babor del PSOE, ha terminado cobrando vida propia hasta amenazar los cimientos mismos del sistema.
En el otro lado la táctica que están siguiendo es radicalmente distinta, es la de los abrazos y los llamamientos a la fraternidad pansocialista. IU no se ha hecho mucho de rogar porque lo que de verdad quería Garzón desde hace año y pico era confluir con sus partenaires generacionales e ideológicos. Primero tuvo que batir a tiros a los últimos diplodocus que pastaban despreocupados en el parque Jurásico de la antigua Izquierda Unida. Luego, ya en el machito, trató de consumar la fusión por absorción, pero salvando su trasero que, como buen político, es lo único que le importa. Se conoce que el crecido Iglesias de hace ocho meses no le dio lo que el otro esperaba y la cosa quedó ahí. Ahora, con los planetas alineados, pueden ir de la mano. Similar operación intenta con el angustiado Sánchez, que anticipa el batacazo y, como les sucede a todos, quiere seguir en esto hasta el final de sus días. El problema es que ya son muchos planetas. La apelación a la unidad de la izquierda quizá sirva para consumo de bobos en las manifestaciones del primero de mayo, pero nada más. Podemos es un sopicaldo de siglas y sensibilidades cuyas costuras han empezado a saltar. Les mantiene unidos el olorcito del poder y poco más.
Ambos se lo juegan todo. De salirse Rajoy con la suya habrá que ver en que queda la presunta “mayoría social que quiere el cambio”. De ser Iglesias el que se quede con el premio a través de un acuerdo multipartito, un PP descabalgado del BOE, cuajado de odios y rivalidades, se consumiría como un azucarillo en el café. Entre medias ya sabe quienes estamos: nosotros, paganinis obligados de la fiesta y víctimas sí o sí de lo que se nos viene encima.