Mientras el conjunto de españoles trata de esbozar una sonrisa ilusionada ante los mensajes alentadores de los mandamases europeos y de los locales, esas mismas autoridades nos instan con energía a que cuidemos los tres pilares dañados de nuestra economía: el déficit público, la mora bancaria y las infraestructuras.
El necesario vaso medio lleno
Tras años ya de apretarse el cinturón y gastar menos, la sociedad española verdaderamente necesitaba el espaldarazo de esta semana. Los vigilantes europeos, nuestros socios, desde el pasado día 23 de enero, cuando la banca española salió del programa de rescate europeo, no han escatimado en evaluaciones positivas y reconocimiento a las medidas aplicadas y la trayectoria de la política económica del gobierno de Mariano Rajoy. Independientemente del comportamiento de nuestra economía y de la oportunidad de los "vendajes" populares, para mí que la labor de Luis de Guindos tiene mucho que ver en este cambio de perspectiva. La urgencia con la que la población patria se agarra a estos mensajes de reconocimiento no hacen sino mostrar la necesidad de reafirmación y justificación del sacrificio de quienes llevamos recortando, pero de verdad, desde hace mucho: esta clase media empobrecida.
Sorprende un poco el viraje express de las opiniones vertidas en los medios y redes sociales de los ciudadanos desde que salieron los datos de empleo de la EPA, tan justamente criticados hasta hoy. Precisamente, esa rapidez y esa rotundidad en la manera de desfruncir el ceño y felicitarnos unos a otros por la palmadita en el hombro de los observadores internacionales, tanto en la cumbre europea de ministros, como en el foro global de Davos, son muy reveladoras. Lo que nos muestra es que psicológicamente hemos llegado al punto de saturación de malas noticias, crujir y rechinar de dientes. Así que cada gesto europeo nos sabe a maná caído del cielo, pero por méritos civiles propios, es decir, nos los atribuimos a nosotros mismos y, de hecho, es que nos los merecemos. No obstante, no hay que olvidar que ese pueblo que sufre es el mismo que elige presidente cada cuatro años y, por tanto, de alguna manera, el responsable en última instancia de lo que sucede hoy.
Pero eso, al igual que la medida objetiva en euros de nuestro empobrecimiento, sólo afecta parcialmente a nuestra sensación subjetiva de cómo nos va. Y como todas las sensaciones, ésta es cambiante, dinámica y sesgada. En nuestro caso, nos ponemos muy radicales, sobreactuados, tanto para bien como para mal. Somos los mejores y tenemos unos políticos que dejan mucho que desear. Y en ese juego esquizoide se nos olvidan las tres joyas de la corona: el déficit, la mora bancaria y las infraestructuras.
Progresamos adecuadamente y necesitamos mejorar
Para nuestros políticos, el vaso medio lleno se traducirá, probablemente, en una entrada de inversores que, añado yo, si retiramos el alambre de espino de la sobrecarga impositiva, virtualmente harán su apuesta por España y eso reactivará empleo y consumo. Pero lo que han dicho nuestros supervisores es que una vez finalizado el período de rescate bancario, estamos mejor que antes aunque (he aquí la palabra clave que desenmascara todo el sentido del mensaje europeo) tenemos que persistir y mejorar las infraestructuras, el déficit público y la mora bancaria. Y no se trata de tres detallitos sin importancia, son tres cuestiones muy importantes a tener en cuenta. La mora bancaria (aquellos préstamos impagados al menos en tres meses) no bajan y una tasa del 13% aproximadamente es muy alta, supone, de acuerdo con la apreciación de los expertos, un colapso bancario porque lleva subiendo demasiado tiempo. La incertidumbre que inyecta a la banca es enorme. Los bancos deben controlar los riesgos, y eso tiene un precio, que finalmente terminaremos pagando todos en forma de condiciones más duras para los créditos, etc.
Las infraestructuras han sido el tema estrella esta semana gracias a las declaraciones de Ana Pastor, quien afirmaba haber logrado que se redujeran los costes extra en la construcción de obra pública. A pesar de lo cual, la sombra de los AVES sin viajeros y el aeropuerto fantasma de Castellón revolotean sobre nuestras cabezas. Por último está el espinoso tema del déficit público. Nuestros socios europeos no tienen mucha confianza en que el gobierno de Rajoy sea capaz de cumplir el objetivo de déficit, ni siquiera después de que, a petición de nuestro gobierno, las autoridades de la troika bajaran un poquito el listón.
La importancia de este último punto implica controlar el flujo de ingresos y de gastos del Estado y las administradores públicas. Para conseguirlo, tanto el Estado central como los organismos dependientes del mismo, las Comunidades Autónomas y administraciones locales tendrían que racionalizar sus promesas a los votantes y admitir ponerse a una dieta rigurosa para no seguir pesando tanto en el bolsillo de los españoles. Y ahí es donde quiero ver la responsabilidad de los de la derecha, la izquierda, los de arriba y los de abajo.