La pobreza extrema está cayendo. Incluso, a lo largo de esta crisis que, al menos en Europa, parece interminable. Tanto el número de personas que están en esa situación -que viven con menos de 1,25 dólares al día- como su porcentaje sobre el total de la población mundial están disminuyendo.
Sigue siendo un problema de primera magnitud. Hablamos de 1.200 millones de personas que no tienen ni siquiera para pagarse las necesidades más básicas. Pero es que hace tres décadas eran 1.900 millones. Y en términos relativos la cosa es aún mejor. Hemos pasado del 42% de la población mundial en 1980 al 21% en la actualidad.
Este jueves el Centro Diego de Covarrubias presentaba en Madrid el programa Poverty Cure, una red internacional de organizaciones e individuos que buscan situar "la batalla contra la pobreza en una comprensión adecuada del ser humano y la sociedad". Para llegar al gran público, ahora lanzan una serie de seis vídeos de media hora de duración que contienen el eje de su mensaje.
La idea es analizar qué está funcionando y qué no. En opinión de sus promotores está claro: mientras la ayuda al exterior con la que los gobiernos tanto autobombo se dan no ofrece resultados tras más de cuarenta años, aquellas zonas del mundo que más se han abierto al libre mercado y la globalización salen de su postración a pasos agigantados. No es un mensaje muy habitual en los medios, pero cada día está más presente: más capitalismo y menos programas oficiales.
Nueve ideas
Poverty cure ofrece nueve "ideas básicas para crear riqueza". Es su catálogo de consejos para los países que todavía están atrapados en esa trampa de la que, hasta hace unos años, parecía imposible salir. En realidad, siguiendo su nombre es posible "curar la pobreza". Éstas son sus nueve claves:
1. "La economía no es un juego de suma cero": cuando dos partes intercambian bienes o servicios, los dos se benefician. Si no, tal y como explica el profesor Carlos Rodríguez Braun, no habría comercio. La magia del capitalismo es que es una relación en la que las dos partes pueden salir ganando. Por eso, los países y las regiones se especializan en aquello que mejor hacen y luego compran en el exterior lo que sus vecinos producen de forma más eficiente.
2. "Las predicciones malthusianas acerca de la sobrepoblación son falsas": un error clásico es pensar que hay una cantidad de riqueza predeterminada en el mundo. Si alguien cree eso, es lógico que también piense que si existen pobres en el mundo es porque hay ricos. Sin embargo, la historia de los últimos dos siglos es una demostración constante de que no es cierto. Hace 200 años, según el economista británico Angus Maddison, la riqueza mundial era de unos 700.000 millones de dólares (medidos en términos reales, con 1990 como año base). En estos momentos, el Producto Interior Bruto a nivel mundial, según el FMI, alcanza los 71 billones de dólares (cien veces más).
Y lo mismo puede decirse de la renta per cápita. Aunque la población ha crecido de menos de 1.000 millones de personas a los 7.000 millones actuales, la mayoría de la humanidad disfruta de niveles de bienestar sin precedentes. A comienzos del siglo XIX, la renta per cápita estaba en unos 650 dólares; ahora mismo ronda los 10.000 dólares.
Esta evolución ha ido echando por tierra todas las predicciones sobre el fin de los recursos. La humanidad siempre ha sido capaz, con su capacidad de inventiva, de ir por delante de su propio consumo. Por eso, para quienes creen en el libre mercado, la mejor manera de acabar con la pobreza no es obligar a estos países a consumir menos o introducirles en ese concepto del "desarrollo sostenible" que no se sabe muy bien en qué consiste, sino embarcarles en el proceso creativo del capitalismo global.
3. "La economía de los países más pobres crece cuando se les permite competir en la economía global": en los años 60 y 70, la pobreza era fundamentalmente un problema asiático y no africano. Según datos del Banco Mundial, en 1980, el 84% de los chinos estaba en situación de "extrema pobreza", al igual que el 61% del sureste asiático o el 60% de los indios. En esta situación sólo estaba el 51% de los africanos, que habían ido perdiendo posiciones desde la descolonización. En 2010, apenas un 12% de los chinos seguía dentro de esta categoría, el 13% de los aiáticos y el 33% de los indios. Los africanos, por su parte, estaban estancados en el 48%. ¿Por qué esta diferencia? Pues puede haber muchas explicaciones, pero parece evidente que mientras Asia se embarcaba en un proceso de liberalización económica sin precedentes e integración en los mercados mundiales, el continente negro se introducía en un círculo vicioso de intervencionismo estatal y proteccionismo.
4. "La competencia honesta respetando el imperio de la ley en un entorno moral apropiado crea oportunidades para que los pobres salgan de la pobreza": los índices de libertad económica que cada año se publican son muy claros. A más libertad económica, entendida en sentido amplio, más riqueza. El respeto a los derechos de propiedad y a los contratos libremente firmados; la no interferencia gubernamental en el intercambio voluntario entre las partes; la existencia de un entorno legal previsible y de un marco jurídico confiable. Todas estas características son apuestas ganadoras. Por ejemplo, los diez países de la última edición del Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage y The Wall Street Journal son todos ellos ejemplos de prosperidad y riqueza: Hong Kong, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Suiza, Canadá, Chile, Mauricio, Dinamarca, Estados Unidos.
5. "Las empresas y los empresarios son la clave para el crecimiento económico y la prosperidad": una frase de este tipo habría sido un anatema hasta hace unos pocos años. Ahora, está empezando a cambiar. De hecho, hace unos meses, Bono, el famosísimo cantante de U2, desató una enorme tormenta con sus declaraciones, diciendo, más o menos, lo mismo que Poverty Cure: "La ayuda es sólo un parche, el comercio y el emprendimiento capitalista sacan a mucha más gente de la pobreza, por supuesto".
6. "Una economía de mercado necesita instituciones para mantener un crecimiento sostenido: derechos de propiedad, imperio de la ley, respeto a los contratos,…": probablemente no ha habido un libro de economía y política más comentado en los últimos dos años que Por qué fracasan los países, el estudio sobre la riqueza y la pobreza de las naciones de Daron Acemoglu y James Robinson. Estos dos profesores analizan la razón por la que algunos estados han prosperado y otros no. Sus "elites extractivas e inclusivas" son ya un clásico del lenguaje económico/político. La idea es que la principal razón para explicar el éxito de un país está en la riqueza de sus instituciones. De nuevo, es ahí donde debería centrarse la ayuda a África, no en faraónicos programas que muchas veces sólo sirven para perpetuar en el poder al tirano de turno.
7. "Las personas tienen derecho a emigrar buscando nuevas oportunidades a través del trabajo duro": una de las principales restricciones a la libertad económica en el mundo la constituyen las fronteras. El factor trabajo es fundamental para la organización de los mercados y la formación de precios. Sin embargo, los países occidentales, olvidando su pasado, han cerrado la puerta a la competencia de emigrantes de otros continentes. La historia demuestra que aquellos países que más rápido han crecido han sido los que más talento han sido capaces de atraer.
8. "La connivencia entre Gobierno y grandes empresas, propia de regímenes populistas e intervencionistas, es una subversión perversa del libre mercado": para que exista capitalismo es necesario que haya empresas, pero no siempre que hay empresas hay capitalismo. Como el propio Adam Smith de encargó de hacer en su libro más famoso, La riqueza de las naciones, los empresarios y los grupos de presión buscan su propio beneficio, muchas veces a expensas de los consumidores. Los aranceles y otros obstáculos al libre comercio suelen nacer de peticiones de sectores que temen la competencia extranjera. Poverty Cure alerta sobre una tendencia, el proteccionismo, que en su opinión, ha hecho mucho daño a África.
9. "Como dice el refrán, ‘el camino del infierno está sembrado de buenos propósitos’. Las buenas intenciones sin analizar sus consecuencias no resuelven la pobreza": en esta cuestión quizás lo mejor sea que se expliquen los propios africanos. Dambisa Moyo, una economista zambiana, publicó un libro hace unos años con un significativo título: Dead Aid (en español, Cuando la ayuda es el problema). No es la única que ha denunciado un hecho sobre el que se ha escrito mucho en los últimos años: los países que más ayuda han recibido han acabado en un círculo vicioso de dependencia que les cierra las puertas a la salida de la pobreza por sus propios medios. Así, el dinero que Occidente les cede acaba siendo no un activo, sino un pasivo, puesto que perpetúa regímenes corruptos, manda incentivos erróneos sobre qué hacer para ganarse la vida y acaba con los emprendedores locales. Pocas cosas hay más políticamente incorrectas que criticar la ayuda al desarrollo; probablemente sólo una mujer africana podría haberlo hecho sin concentrar la ira de los biempensantes de todo el primer mundo.