El presidente de EEUU está de enhorabuena. Obama ha derrotado a los republicanos en la particular partida de póker político jugada en las dos últimas semanas, con la consiguiente alegría y alborozo de los amantes de la ingeniería social y el intervencionismo estatal. La rendición del Partido Republicano se materializó el pasado jueves tras acordar un plan con los demócratas para elevar temporalmente el techo de deuda pública y poner fin al cierre parcial del Gobierno federal. De este modo, Washington contará con un nuevo balón de oxígeno para seguir gastando a placer el valioso dinero de los contribuyentes, al menos hasta el próximo mes de febrero, cuando se tendrá que volver a discutir la espinosa cuestión del límite de endeudamiento.
Así pues, los republicanos –que no el Tea Party, auténtico impulsor de este pulso a la Casa Blanca– han fracasado estrepitosamente en su intento por frenar o retrasar la polémica reforma sanitaria de Obama, el proyecto estrella del presidente. El ala más liberal del partido supo aprovechar, muy certeramente, los excesos presupuestarios del Gobierno para plantear un inesperado órdago con el que tratar de tumbar el nefasto Obamacare. El plan, en principio, era muy sencillo: si Washington no daba marcha atrás a su reforma, los republicanos –que ostentan la mayoría en el Congreso– forzarían el cierre estatal (shutdown) y rechazarían elevar el límite de deuda. La idea, por tanto, consistía en colocar a Obama entre la espada y la pared, ya que éste se vería obligado a aplicar grandes recortes si no se plegaba a dichas demandas. Esta estrategia ha sido calificada por muchos como un auténtico chantaje, lo cual no deja de sorprender si se tiene en cuenta que los mecanismos de presión blandidos por la oposición no sólo son plenamente legales y legítimos sino que forman parte del ADN democrático de Estado Unidos, caracterizado por la existencia de contrapesos institucionales con el fin de limitar, con más o menos éxito, el siempre peligroso poder del Estado.
El gran error de la rama más conservadora de los republicanos, sin embargo, fue minusvalorar la capacidad de comunicación de Obama para ganar la batalla de los medios y, por tanto, de la opinión pública acusando a los republicanos de poner en riesgo la estabilidad económica no sólo de EEUU sino del mundo entero. El presidente no se arrugó, mantuvo intacto su proyecto sanitario y orientó todos sus esfuerzos a anunciar la quiebra del país más rico del planeta en caso de que los republicanos no dieran su brazo a torcer. Así pues, el póker republicano fue contestado con un repóker de ases por parte del demócrata. En términos de mus, lo de Obama ha sido un auténtico órdago a la grande. Se jugó la partida a todo o nada. De ahí, precisamente, sus veladas amenazas y sus apocalípticos augurios en caso de que no se alcanzara un acuerdo para aumentar la deuda… ¿Su mensaje? Estoy dispuesto a todo, incluso a declarar unilateralmente la bancarrota del país, con tal de no ceder un ápice en mi reforma sanitaria.
Simplemente, demencial. Deténgase un momento en la idea anterior y reflexione sobre sus implicaciones. Que el presidente de EEUU, muy posiblemente el hombre más poderoso del planeta, amenace, directamente, con impagar a los acreedores del Gobierno federal, entre ellos China –su mayor prestamista–, para no suavizar su ley estrella es un síntoma inequívoco de necedad y desvergüenza difícilmente comparable. Según sus palabras, Obama estaba dispuesto a todo, incluso a implosionar la economía global, desatando con ello la tercera guerra mundial a nivel económico, con tal de mantener intacta una reforma sanitaria. Visto desde este prisma, ¿quién era realmente el chantajista?, ¿el irresponsable político capaz de semejante barbaridad?, ¿los demócratas o los republicanos?, ¿Obama o el Tea Party?
La respuesta es evidente. La clave, sin embargo, es si tal diatriba era o no realmente creíble. ¿Hablaba en serio o iba de farol? ¿De verdad es posible que Obama declarara la suspensión de pagos de EEUU en caso de que no se hubiera elevado el techo de deuda? La respuesta es no. Una irresponsabilidad de tal calibre es, por pura lógica, muy improbable, ya que provocaría un colosal caos económico de consecuencias imprevisibles, además del suicidio político del presidente. El líder demócrata logró, sin duda, vender su mensaje al mundo (EEUU suspenderá pagos si los republicanos no ceden), demostrando así su habilidad para colar faroles, pero lo que resulta incomprensible es la ingenuidad mostrada por la mayoría republicana, a excepción de algunos miembros del Tea Party, para tragarse semejante falacia.
En realidad, más que ingenuos, los conservadores han demostrado ser unos cobardes. EEUU nunca estuvo en riesgo real de default. El mercado jamás contempló tal escenario, los inversores sabían que Obama iba de farol, ya que no elevar la deuda no implicaba en ningún caso la temida quiebra soberana. Por el contrario, tal situación (no elevar el citado límite) hubiera sido todo un éxito tanto para los republicanos como para el conjunto de los estadounidenses, ya que el Gobierno federal se habría visto obligado a recortar de forma drástica el gasto público o, como mínimo, frenar el pernicioso Obamacare.
Si los republicanos hubieran mantenido el pulso, Obama habría levantado sus cartas, descubriendo así que su anunciado repóker era, en realidad, una farolada. EEUU no suspendería pagos, el presidente habría renunciado a su dañina reforma y, por tanto, los republicanos habrían salido victoriosos e incluso reforzados de cara a las próximas elecciones. El fallo, pues, no estuvo en el Tea Party, cuya posición fue sólida y consecuente en todo momento debido a unas férreas convicciones ideológicas, sino en la cobardía de los neocon, tanto o más estatistas que los demócratas. El Partido Republicano ha hecho el ridículo y, como consecuencia, se ha abierto un profundo cisma cuya deriva, por el momento, es desconocida. Ahora sólo cabe confiar en que esta clamorosa derrota fortalezca la posición de los liberales, pues sería positivo tanto para el Partido Republicano como para el propio futuro de EEUU.