Y mucho me temo que en este punto estamos perdiendo el pulso de una manera abrumadora aunque tal vez no tan absoluta como sucedió en la crisis del 29: la explicación más extendida de la actual debacle es una falta completa de regulación y no una muy desafortunada intervención de los bancos centrales en los mercados financieros, como así fue.
La segunda batalla se está librando en la actualidad y todavía no la hemos dejado de ganar de una forma tan aplastante: una vez ha estallado la crisis, ¿las intervenciones públicas han ayudado a que nos recuperemos? Es más, ¿podría el mercado haber superado la crisis sin la concomitante intervención del Estado?
Obama ya ha movido ficha: la economía se está recuperando gracias a sus políticas de estímulo. Sabe que para su proyecto socialista resulta esencial que esta idea cuaje entre los ciudadanos: primero, para asegurarse la reelección y segundo para justificar un avance cada vez más penetrante del Estado en todos los ámbitos de la economía. Al fin y al cabo, quien puede lo más (solucionar la mayor crisis del último medio siglo) también puede lo menos (colectivizar la sanidad, la energía, las pensiones…).
Por eso es esencial que seamos conscientes de los procesos económicos que hay detrás de esta estabilización de la economía internacional (la española, como siempre, es harina de otro costal) y que sepamos transmitirlos con claridad.
Como tan bien ha puesto de manifiesto la escuela austriaca, las crisis económicas son la respuesta espontánea del mercado al crecimiento insostenible, artificial y basado en la inflación crediticia que vive una economía. La crisis no es el problema, sino parte de la solución. Imagine, por ejemplo, que España no hubiese entrado en crisis en 2007 y que, por tanto, siguiéramos produciendo, como en 2006, 800.000 viviendas anuales. ¿Acaso cree que seríamos más ricos? No, tendríamos urbanizaciones por todo el país pero, entre otras cosas, no podríamos pagar el petróleo que consumimos. La crisis es la "protesta" del mercado contra una situación que no puede ni debe mantenerse.
Por eso mismo, las crisis no son períodos que duran de manera indefinida (salvo que el Estado las perpetúe con todo tipo de medidas absurdas como sucedió a partir de 1929): hay que purgar los excesos y una vez purgados, volver a crecer sobre bases más o menos sólidas. Esa purga pasa por tres ámbitos: reestructuración empresarial (es decir, que las empresas que no son rentables quiebren o cambien de actividad), ajuste de los precios relativos (por ejemplo, los precios de los inmuebles tienen que caer para que, por un lado, deje de ser rentable producir 800.000 al año y para que, por otro, el exceso de viviendas ya construidas pueda reutilizarse en la incipiente reestructuración empresarial) e incremento del ahorro (para reducir el endeudamiento y financiar la mentada recuperación).
Afortunadamente, el mercado de Estados Unidos ha experimentado de manera natural estos tres fenómenos: las bancarrotas se han extendido por toda la economía (ahí quedan las mayores de la historia como son Lehman Brothers y General Motors), los precios de la vivienda y de las acciones han caído a niveles del año 2001-2002 (precisamente, el momento en el que sobre todo los primeros comenzaron a inflarse en forma de burbuja) y el ahorro familiar ha aumentado a máximos de los quince años. En ninguno de estos tres procesos ha intervenido el Estado, sino que más bien los ha torpedeado todos (impidiendo quebrar a muchas empresas, tratando de reinflar los precios de la vivienda y despilfarrando los crecientes ahorros de los estadounidenses con sus déficits públicos).
Es del todo demagógico que Obama se atribuya la recuperación cuando sólo ha ejecutado el 10% de su plan de gasto y cuando la rebaja de impuestos que ha implementado es análoga a la que practicó Bush a comienzos de 2008 sin efecto alguno sobre la economía. No, de momento no ha hecho nada especial que no hiciera Bush y que no fracasara con Bush. Entonces, ¿con qué cara se jacta de estimular la economía? Con la misma con la que su vicepresidente Joseph Biden, cuando pintaban bastos en términos de empleo, decía que sin su plan de estímulo los resultados habrían sido todavía peores: si las cosas van bien es gracias a mí y si las cosas van mal es a pesar de mí.
Pues no, estamos justamente donde hace cinco meses. Cuando el pesimismo alcanzaba sus niveles más altos desde la quiebra de Lehman Brothers –el Dow tocó su mínimo en 12 años– y el plan de Obama estaba lejos de comenzar a ser aplicado, ya observé que:
Muchas empresas han quebrado y la economía se está reorganizando con fusiones, adquisiciones y liquidaciones de activos. En cierto sentido puede que los políticos hayan llegado demasiado tarde para impedir el ajuste.
El ajuste prosigue, aunque los riesgos también subsisten precisamente por la nefasta política fiscal que ha seguido Obama, como asimismo expliqué en mayo.
No deja de ser lamentable que la nomenclatura política que padecemos culpe al mercado de causar las crisis que ellos producen y luego se atribuyan el éxito de impulsar unas recuperaciones que el mercado genera y que ellos sólo obstruyen. No es sólo un error científico de primer orden, es un error deliberado para justificar el incremento de su poder y los recortes de nuestra libertad.