He vivido tanto en Suecia como en España, y cuando escucho a ciertos candidatos presidenciales de la izquierda chilena tengo la sensación de estar viendo una película repetida. Michelle Bachelet me recuerda a los políticos suecos de la década de los 80 o a los españoles de hace no mucho, cuando todo se resolvía diciendo "más Estado" y se prometían "derechos sociales" a diestra y siniestra, inflando las expectativas de unos votantes fascinados con ese Estado todopoderoso que les hacía creer que soñar no cuesta nada.
El carrusel de las ilusiones duró unos treinta años en Suecia gracias a unas condiciones económicas excepcionales. Entre 1960 y 1990 se duplicó el gasto fiscal, que pasó del 30 al 60% del PIB, y todo el crecimiento del empleo se dio dentro del sector público. Los derechos se multiplicaron y los subsidios se dispararon. Al final, casi daba lo mismo trabajar que no hacerlo. La mitad o más del salario de un modesto trabajador debía destinarse a pagar impuestos directos e indirectos. Muchos de ellos incluso caían bajo la línea de pobreza, dada la carga impositiva, y luego debían recurrir a los subsidios estatales para sobrevivir. Y así, muchos terminaron siendo súbditos del Estado más que ciudadanos.
De esta manera, no sólo se terminó ahogando al sector privado y destruyendo el incentivo a trabajar, sino creando un Gran Estado que, por su tamaño, era sumamente vulnerable. El triste despertar del pueblo sueco llegó a comienzos de los 90. Bastó una coyuntura difícil para que el Gran Estado se desmoronara: aumentó la cesantía, cayó la capacidad tributaria y el déficit público llegó al 11% del PIB en 1993. Luego vinieron los años duros, el recorte de losderechos sociales, las grandes reformas del sistema de pensiones, etc. La inflación de los derechos se pagó muy cara.
Luego viví en España y vi cómo el temperamento latino y la desvergüenza de los socialistas (incluidos los socialistas del Partido Popular) provocó en pocos años el mismo perjuicio que en Suecia tomó décadas perpetrar. Los tiempos del despilfarro y del todo gratis español dieron lugar a muchas burbujas sociales. Universidad para todos y gratuita, atención sanitaria para el mundo entero, aeropuertos sin viajeros… en fin, almuerzo gratis y café para todos. Hoy, los españoles saben que todo era un engaño, losderechos sociales sólo podían pagarse en situaciones de bonanza económica y con dinero prestado, no en tiempos de crisis.
Ahora, estando en Chile, me entristece ver que se trata de vender aquí el mismo cuento que ha llevado a otros países a profundas crisis. Hay que contarle a los chilenos, además, que cuando un político quiere más Estado, también quiere súbditos y no ciudadanos.