Eso es algo que Negroponte, con su famoso ordenador de 100 dólares, no ha querido hacer. Ya tiene cuatro pedidos de un millón de cacharros cada uno, aunque dice necesitar cinco para iniciar la producción; sus clientes son los gobiernos de Nigeria, Brasil, Argentina y Tailandia. Cabe preguntarse por qué países tan distintos "necesitan" el mismo número de aparatos y por qué una nación como India ha decidido no adquirir ninguno. Evidentemente, son decisiones políticas y, por ende, arbitrarias. Ninguno de los cinco gobiernos sabe realmente si los habitantes de su país encontrarán un buen uso para ellos.
Nada más conocerse el proyecto de Negroponte se inició el debate sobre si un ordenador portátil es más o menos prioritario para los países pobres que otras necesidades más primarias como la de disponer de agua potable o de sistemas de salud mínimamente desarrollados. Es una discusión insoluble, pues nadie dispone de la información necesaria para llegar a una conclusión. Como ya explicó Hayek en su ensayo posiblemente más influyente, esa información está dispersa entre todos los miembros de la sociedad y no puede centralizarse.
Los gobiernos de esos cuatro países recibirán los ordenadores y los distribuirán como buenamente puedan. Es probable que esa distribución tenga poco que ver con las necesidades reales; siglos de acción gubernamental están ahí para probarlo. No es culpa tampoco de los burócratas, es que simplemente no pueden hacerlo bien porque las necesidades reales de la gente sólo pueden desvelarse a través de lo que los economistas llaman "preferencias reveladas", es decir, las decisiones que toman. Y el hecho de que en un pueblo de África se reúnan los recursos de varias familias para adquirir un portátil de 100 dólares revela que consideran esa adquisición importante y que la utilizarán. En cambio, recibirlo por parte de un funcionario que ha decidido por criterios "objetivos" que lo necesitan, no. Tendremos sin duda grandes titulares sobre el éxito de esta iniciativa, pero ninguno informará de los usos alternativos que ese dinero podría haber tenido de haber estado en manos de las decisiones reales de los más necesitados.
Habrá quien piense que los más pobres simplemente no pueden adquirir tecnología avanzada. Sin duda, no pueden hacerlo como nosotros. Pero precisamente es en el mercado libre donde aparecen soluciones nuevas e innovadoras para problemas como ese. En Bangladesh, Grameen Phone, una iniciativa del exitoso banco para los pobres de Muhammed Yunus, ha creado una red de operadoras locales –generalmente mujeres– que adquieren un kit básico con aparato, manual y sistema de cobro a través de un microcrédito de Grameen Bank. El teléfono es empleado por todas las personas de la aldea. Un modelo que ha mejorado el nivel de vida de las aldeas pobres de ese país y, además, ha permitido a la empresa obtener una buena rentabilidad, señal inequívoca de que está haciendo las cosas bien, de que está ofreciendo un servicio que los pobres demandan. El capitalismo tiene estas maravillas.
Por eso, el inventor del Segway, Dean Kamen, decidió contactar con Grameen Phone para comercializar sus nuevos ingenios: un generador portátil de energía que emplea las boñigas de las vacas para proporcionar energía suficiente como para alimentar 70 bombillas y un potabilizador portátil capaz de purificar 1.000 litros de agua al día. Ambos son inventos que parecen tener la capacidad de solucionar dos de los problemas de los más pobres: el acceso al agua y a la energía. Pero, además, gracias al uso de sistemas de distribución y venta que ya se han demostrado exitosos en los ámbitos de la banca y la telefonía, podremos saber si realmente los pobres los demandan, y cuánto. Algo que, desgraciadamente, nunca sabremos con el portátil de Negroponte.