Casado le ha dado una patada al marianismo, que tendrá por delante cinco años de olvido europeo y buen sueldo
José María Aznar realizó en su momento una de las operaciones políticas más importantes de la joven democracia española. Una operación recogida canónicamente por las secciones de “Nacional” (o “Política”, en el caso de los periódicos catalanes), y recibida con silencio generalizado en las secciones de opinión de los mismos periódicos. Aznar fue comunidad por comunidad, relevando a los dirigentes de Alianza Popular de toda la vida, y substituyéndolos por caras nuevas, y más jóvenes. Hizo buenas, de este modo, las palabras de Manuel Fraga: “Ni tutelas, ni tutías”. Con este nuevo equipo, formado con personas en su mayoría bien preparadas, llevó al partido aglutinador del centro derecha al poder en las instituciones locales y regionales, y finalmente al Gobierno de la nación.
Mariano Rajoy también hizo sus propias incorporaciones, aunque su cariz era distinto. Para empezar, los dirigentes del PP de entonces habían modernizado España, cambiado los términos de la política, y ofrecido a los ciudadanos una alternativa creíble a la izquierda española, que desde 1982 era abrumadoramente mayoritaria. Aznar dejó atrás una generación de políticos que tenían poco que ofrecer a los españoles; Rajoy no estaba ni mucho menos en esa posición. Sucedía a Aznar como George H. W. Bush a Ronald Reagan: era distinto de su antecesor pero estaba comprometido con las mismas políticas porque habían funcionado, al menos para sus electores. La firmeza ante ETA había acabado políticamente con el brazo más criminal del nacionalismo vasco, la reforma económica reducía la deuda y aumentaba el empleo, y la posición de España en Europa y en el mundo subía puestos. Fuera, nuestro país se puso de moda por unos años.
Los atentados del 11 de marzo de 2004 llevaron a Zapatero al poder, para su sorpresa. Él había pensado llevar a sus hijas a un colegio privado, pero una vez catapultado al poder se vio obligado a enviarlas a un colegio público para mantener la coherencia con lo que entendía que era su discurso. Y a Rajoy los atentados le llevaron a un largo y duro período en la oposición. Fue la derrota de 2008 la que le llevó a romper con Aznar y con sus apoyos mediáticos. Y lo que hizo fue elegir un conjunto de fieles para que le siguieran en su vacío ideológico y moral. Rajoy fue una bomba de neutrones, que dejó intacto el edificio pero mató la vida dentro del mismo.
Pablo Casado está realizando la segunda renovación del Partido Popular. El líder del PP hereda un aparato político infiltrado por intereses de todo tipo, y que ha tenido durante décadas la corrupción en la espina dorsal de la organización. Un partido que, a falta de ideas propias que ofrecer a los españoles, ha acabado por asumir las ajenas.
Casado tiene el reto de reunificar al centro derecha ahora que por vez primera tiene un partido a su derecha. Vox, además, lo está haciendo medianamente bien. Él, y muy pocos como él, puede realizar una labor así. Porque ha hecho su carrera a base de hacer propia una ideología liberal. Pero para llevar adelante su proyecto, tiene que echar a medio partido, y eso no es fácil.
Su victoria en la convención del PP no fue abrumadora. Por eso no puede entrar con un lanzallamas en Génova, 13, como cabe desear. Tiene que operar el cambio de forma paulatina, y lo ha hecho. Se ha desembarazado de los hermanos Nadal, los más notorios desde los Dalton. Y ha retirado a Rafael Catalá, que le tenía preparada una bomba en forma de renovación del Consejo General del Poder Judicial, como responsable del área de Justicia.
Ahora ha asentado un golpe de mano con la confección de las listas al Congreso. Le ha dado una patada al marianismo, que tendrá por delante cinco años de olvido europeo y buen sueldo, dos buenas razones para guardar un silencio cómodo por ambas partes. Los menos afortunados pastarán en el plácido prado del Senado, en el que lo único relevante que podrán hacer es votar el 155 o el 116 de la Constitución Española.
No se trata sólo de cambiar las caras, sino de renovar la propuesta política. La elección de Cayetana Álvarez de Toledo como número uno por Barcelona es audaz, y supone el fin de la transformación del PPC en el nuevo CiU. Daniel Lacalle es el nuevo hombre fuerte del PP en materia económica; un economista de prestigio y verdaderamente liberal. Ya han propuesto un modelo fiscal mucho mejor que el actual, pero que no tendrá sentido si no se acompaña de recortes en el gasto del mastodóntico e ineficiente Estado español. Me consta que lo saben.
Pablo Casado ha operado un cambio en la orientación de su partido, y lo ha hecho gracias a lo peor de nuestro sistema dizquedemocrático. En el régimen actual, el líder del partido elige a los diputados, y los electores sólo tenemos la facultad para elegir donde se cortan las listas de cada candidato. De modo que el poder está en el despacho de los líderes de partido, y no en la calle. Lo que aún tiene que demostrar Pablo Casado es que va a contribuir a una nueva transición de régimen en España, hacia una mayor democracia. Una cosa son los recambios, otra el cambio ideológico, y una tercera la democratización del sistema político español.