El top 1% de una sociedad, es decir el 1% con mayor renta o mayor riqueza, se ha terminado convirtiendo en sinónimo de casta. En EEUU, por ejemplo, el movimiento Somos el 99% se dedicaba a reivindicar los intereses de la mayoría de la población frente a los del 1% supuestamente opresor de las mayorías. En España, según Eurostat, uno pasa a formar parte del top 1% a partir de una renta de 52.846 euros anuales: es decir, Pablo Iglesias, cuando ingresó casi 70.000 euros en 2013, integró ese top 1% (si únicamente contáramos a los asalariados, y no al conjunto de españoles mayores de edad, se hallaría aproximadamente en el top 2%, según el INE).
Mi propósito al constatar tales datos no es hacer demagogia con la situación financiera del líder de Podemos (al contrario, me alegro de cómo le va), sino más bien evitar que otros hagan demagogia con la situación financiera del top 1%. Al cabo, tras varios años de demonización del top 1%, parecería que semejante estamento privilegiado sólo podía estar formado por plutócratas que han medrado a costa de empobrecer al pueblo: y, sin embargo, vemos que en ese nutrido grupo de casi 400.000 españoles también aparecen héroes del pueblo por actividades tan inocentes como haber impartido clases o participado en tertulias televisivas.
Acaso sea que no existe una conexión estructural entre el top 1% y la maldad humana; acaso sea que la campaña de acoso y derribo contra el 1% únicamente exude populismo y revanchismo social. Claro que quienes simultanean la defensa de Pablo Iglesias con la crítica al top 1% suelen guardarse varios contraargumentos debajo de la manga para diferenciar al líder de Podemos de sus colegas del top 1%.
Así, una primera línea de defensa pasa por afirmar que Pablo Iglesias ha obtenido tales ingresos merced a su trabajo y no merced a rentas del capital injustamente arrebatadas a los obreros. El argumento, sin embargo, es tramposo: no ya porque la gestión del capital dirigida a maximizar su valor y evitar malas inversiones también constituya una esencial ocupación generadora de bienestar para todos, sino porque, de acuerdo con el propio Thomas Piketty, la principal fuente de ingresos del top 1% en la actualidad son básicamente las rentas del trabajo por cuenta ajena o por cuenta propia (las rentas del capital únicamente devienen dominantes para el top 0,01%). Por tanto, no es nada excepcional que el top 1% obtenga sus ingresos del trabajo: si eso vale para eximir a Pablo Iglesias, también debería valer para eximir al 99% de los que se encuentran en él.
La segunda posible línea de defensa es que Pablo Iglesias no formó parte del top 1% con anterioridad a 2013, por lo que resulta injusto meterlo en un persistente estamento aristocrático como es el top 1%. Sin embargo, la acusación de que el top 1% es una casta inmóvil de aristócratas no está fundamentada en datos: por ejemplo, en EEUU sólo el 61% de las personas que integraban el top 1% sigue formando parte de este grupo al cabo de un año, y sólo un 25% permanece en él durante cinco años consecutivos. Tampoco parece que el movimiento Somos el 99% y sus sosias españoles de Podemos fueran especialmente comprensivos con el top 1% por este motivo.
Un tercer argumento podría ser que Pablo Iglesias dona buena parte de sus rentas a su partido político y a sus programas de televisión (al menos eso se ha comprometido a hacer en 2014; desconozco si lo mismo sucedió en 2013). Pero tal razonamiento es defectuoso por dos motivos: el primero es que el líder de Podemos tuvo la libertad de escoger qué disposición hacer de su dinero, cuando eso –que dispongan libremente de su dinero– es justamente lo que suele reprochársele al top 1%; y, segundo, el top 1% de contribuyentes estadounidenses dedicó en 2008 alrededor de 50.000 dólares per cápita a la filantropía, detalle que suele obviarse en las habituales críticas contra el top 1%.
Y cuarto, acaso podría argüirse que el problema no es tanto el top 1% cuanto aquellas personas que poseen una extraordinaria influencia sobre el proceso legislativo: es decir, el problema no es el top 1% sino "la casta". Pero, en tal caso, sería bueno que dejara de equipararse demagógicamente casta con top 1%: ni todo el top 1% forma parte de la casta ni toda la casta forma parte del top 1%. El problema, en suma, no son "los ricos" per se sino aquellas personas capaces de instrumentar el monopolio de la coacción de las administraciones públicas en su privativo beneficio, sean ricos o no lo sean. Mas si avanzamos por esa dirección tal vez terminemos descubriendo algo elementalmente liberal, a saber: que la casta es el Estado y que deberíamos dedicarnos a reducir el intervencionismo estatal.