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Pan y circo

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En la primera mitad del siglo XX fueron miles los españoles que, huyendo del hambre y la guerra, cruzaron el Charco en busca de un futuro mejor. Muchos, incluso, lograron hacer fortuna. Hoy, sin embargo, un creciente número de aquellos emigrantes, y los hijos y nietos de éstos, regresan a España horrorizados del declive económico y social que vive Venezuela desde hace casi una década.

El régimen totalitario que, poco a poco, está imponiendo Hugo Chávez se ha materializado en un empobrecimiento generalizado de la población. Según el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el PIB venezolano cayó un 3,3% en 2009 mientras que la inflación superó el 25%. Y las previsiones para el presente año no son mejores. Venezuela seguirá hundida en la estanflación (recesión e inflación), el peor de los mundos posibles. Así, el PIB descendió un 5,8% en el primer trimestre de 2010, al tiempo que los precios se dispararon un 31,3% interanual el pasado junio (un 16,3% en el primer semestre).

Los venezolanos siguen sufriendo frecuentes cortes de luz y agua en sus hogares y empresas. Además, la producción de petróleo, principal motor económico del país, se redujo un 7% de media entre 2008 y 2009. Esta actividad sufre una desaceleración constante desde hace años debido a la falta de inversiones y a la ineficiente gestión estatal tras la nacionalización del sector energético decretada por Chávez.

Que Venezuela va de cabeza a la ruina no es ningún secreto. Se trata de un hecho, admitido incluso por algunos de los que en su día aplaudieron con entusiasmo la llegada al poder del dictador bolivariano. La razón de tal pobreza es, sin embargo, incomprendida por muchos. La explicación es simple. Tan sólo dos palabras sintetizan la causa y origen de dicho fenómeno: pan y circo. El estado de bienestar venezolano, sustentado a golpe de petrodólares, está colapsando como resultado de una huida hacia adelante del poder estatal.

El reparto masivo de subvenciones y ayudas públicas a los acólitos del régimen chavista (en su mayoría, clases desfavorecidas), la nacionalización de sectores productivos, el creciente intervencionismo económico, la fijación de precios máximos en numerosos productos de primera necesidad, la devaluación de la divisa (causante de la inflación) o la expropiación de empresas y propiedades, entre otras barbaridades, están limitando hasta el extremo el comercio y la actividad económica.

La historia se repite, una y otra vez, pese al trascurso de los siglos. El antiguo Imperio Romano padeció un fenómeno similar hace ahora más de 1.500 años. Pan y circo era también el lema de los gobernantes en Roma (no se pierdan este vídeo). Fue el estado de bienestar, no los bárbaros, el que logró tumbar el otrora todopoderoso Imperio. El trigo gratis decretado por los emperadores con el fin de contentar a la plebe arruinó a los agricultores que, desesperados, huyeron en masa hacia Roma para beneficiarse igualmente de las dádivas imperiales.

La escasez de grano era tan sólo cuestión de tiempo. El aumento de precios fue combatido sin éxito mediante la fijación de precios máximos y la prohibición de que los campesinos abandonaran el campo. Además, el despilfarro de dinero público siguió su curso, y para ello los gobernantes no dudaron en envilecer la moneda y subir los impuestos. Todo resultó inútil. El Imperio llegó a su fin. Los bárbaros tan sólo se aprovecharon de la situación.

Tal y como explica Ludwig von Mises en La Acción Humana:

Lamaravillosa civilización de la antigüedad desapareció porque fue incapaz de amoldar su código moral y su sistema jurídico a las exigencias de la economía de mercado […] El Imperio Romano se derrumbó porque sus ciudadanos ignoraron el espíritu liberal y repudiaron la iniciativa privada y la libre empresa. El intervencionismo económico y su corolario político, el gobierno dictatorial, descompusieron el poderoso imperio, como también, en el futuro, lo harán con cualquier régimen social.

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