En 2018 tuvo lugar la expulsión de Alex Jones de las grandes plataformas de internet, que describí ese mismo año en mi desgraciadamente profética conferencia Libertad de expresión: ¿en manos de la izquierda californiana? Jones es un personaje repugnante, que vive muy bien de explotar las paranoias de un sector marginal de la derecha sin el más mínimo escrúpulo, llegando a afirmar que en realidad nadie murió en la masacre de Sandy Hook de 2012, que las supuestas víctimas eran niños actores y que se podía ver en la cara de sus falsos padres en los funerales que en realidad estaban fingiendo. Su expulsión fue rápida, y mostró un patrón que hemos visto varias veces desde entonces. Primero fueron las redes sociales y en general las web que se nutren de contenido creado por sus usuarios quienes lo expulsaron de sus plataformas: sus vídeos quedaron fuera de YouTube, sus podcast de Spotify y Apple y sus perfiles sociales de Facebook, LinkedIn, Pinterest y Twitter. Luego algunos servicios no esenciales, en este caso el de newsletters de Mailchimp, le dieron de baja. Más tarde las tiendas de aplicaciones para móviles de Apple y Google. El último clavo en el ataúd son los servicios financieros como Paypal o directamente Visa y Mastercard.
Este patrón se ha repetido en numerosas ocasiones, en algunos casos sumándose a la pira incluso proveedores esenciales para el funcionamiento de servicios y páginas web de internet, como proveedores de alojamiento, bases de datos, dominios, protección contra ataques de denegación de servicio… Está por verse que suceda algo parecido con ninguna web o servicio que cuente con la aprobación de la izquierda. Sin ir más lejos, ni BLM ni Antifa han sufrido nada similar pese a haber hecho arder varias ciudades estos últimos meses. En nuestro país, ni los etarras de Bildu ni los golpistas catalanes han tenido tampoco ningún problema similar.
Con ocasión del asalto al Capitolio, el patrón se ha seguido con mucha mayor rapidez. En poco más de 24 horas, el aún presidente de los Estados Unidos era expulsado de Twitter, Facebook, Shopify, YouTube, Twich, Instagram, Tiktok, Pinterest y seguramente alguno más que me deje. La indignación ante semejante magnicidio digital llevó a muchos usuarios a una red social alternativa llamada Parler, donde ya había una fuerte presencia de la derecha norteamericana mainstream –incluyendo numerosos periodistas y políticos, incluyendo senadores y representantes– desde el momento en que Twitter empezó a etiquetar como falsos los tuits de Trump, y sólo los de Trump, en un momento en que varias ciudades norteamericanas ardían, de forma literal, merced a las mentiras de la izquierda. Ante el mero rumor de que Trump podría abrirse cuenta allí, la reacción del oligopolio ha sido aún más rápida:
– Viernes: Google elimina la app de Parler de su Google Play Store y Apple le da 24 horas para censurar sus contenidos a su gusto antes de retirarla.
– Sábado: Apple cumple su amenaza. Se da el caso de que, al contrario que en Android, donde se pueden instalar aplicaciones sin usar la tienda de Google, en los dispositivos de Apple es obligatorio usar la App Store. Otros proveedores de servicios digitales, como Twilio y Okta, dejan de darle servicio.
– Domingo: Amazon, propietaria de los servicios en la nube AWS, donde se aloja Parler, le da hasta medianoche para censurar sus contenidos. Esto es un movimiento bastante más inédito, equivalente a que Vodafone, Orange o Movistar te cortaran el teléfono y el acceso a internet porque no les gusta lo que escribes o dices.
– Lunes: Parler ha desaparecido de internet hasta que pueda migrar a otra plataforma, lo que según su CEO podría llevar su tiempo, ya que las mismas empresas que estaban la semana pasada deseando hacer negocios con ellos ahora les niegan el pan y la sal.
Naturalmente, es imposible que sea casualidad que todos los grandes de internet se hayan dado cuenta al mismo tiempo de que Parler es un servicio malo malísimo. Tampoco es casualidad que todos ellos les hayan puesto deberes imposibles de cumplir en un plazo casi inexistente. La izquierda ha tomado el asalto al Capitolio como una excusa para imponer una dictadura digital en la que sólo esté permitido el pensamiento único. Es el capitalismo moralista que denuncia Quintana Paz: aquel que nos dice qué debemos pensar por nuestro bien, en el que los jefes de las grandes empresas prefieren quedar bien ante sus pares y ante ellos mismos antes que aumentar los beneficios, en el que presionan a países y gobiernos regionales para cambiar las leyes de modo que se ajusten al pensamiento único.
Algunos que a estas alturas ya sólo pueden ser llamados idiotas o mentirosos dirán que es una respuesta razonable a una situación de polarización y violencia sin precedentes. Pero es mentira. Llevamos cuatro años, el último de ellos con violencia en las calles, de polarización extrema y de ataques de la izquierda a la derecha, ataques apoyados y en muchos casos financiados por los mismos grandes de internet que ahora se ponen tiquismiquis. ¿Se piensan acaso que así van a acabar con Trump, el trumpismo o, más en general, la Derecha? Eso nunca ha pasado ni pasará. Simplemente tendrán a la mitad de la población odiándoles a muerte y deseando alcanzar el poder para destruirlos. Y cuando caigan, que no esperen que los liberales que hemos sido siempre defensores de la libre empresa derramemos ni una sola lágrima. Bastante será que no estemos al frente de la turba encendiendo la antorcha.