La semana pasada vio la luz el informe del Instituto Juan de Mariana “Mitos y Realidad del Feminismo”.
Podría pensarse que este artículo está desfasado casi una semana. Parecería que solamente se puede hablar de feminismo en la semana del 8 de marzo. El color morado se desvanece y reaparece la realidad cargada de recuerdos dolorosos, como el del atentado islamista del 11 de marzo en Madrid hace quince años; de promesas electorales compensadas por escándalos, bulos, rumores y cotilleos; elecciones de candidatos dentro de partidos políticos y demás. Desde aquí mi abrazo a la candidata al Congreso por Valencia de Ciudadanos, María Muñoz, que ha arrasado con un 70% de los votos. Que haya personas independientes y responsables que pongan su hombro para cambiar la sociedad con sus principios y el sentido común por delante sigue pareciéndome heroico. Incluso siendo, como soy, abstencionista.
Además de las manifestaciones en las calles, las declaraciones y los artículos, la semana pasada vio la luz el informe del Instituto Juan de Mariana “Mitos y Realidad del Feminismo”, firmado por la subdirectora del IJM, Irune Ariño, que coordina el trabajo, y Paco Capella, Santiago Calvo y Cuca Casado. Se trata de una publicación en la que se deja bien claro el estado de la cuestión. Tras aclarar qué es realmente el feminismo y demostrar que no es un movimiento monolítico, los autores desgranan los temas más polémicos que, a día de hoy, protagonizan los debates más encendidos al respecto.
Después de un recorrido por la historia del movimiento feminista, a cargo de Irune Ariño, el informe se adentra en el análisis de las diferencias más básicas entre los hombres y las mujeres: las biológicas. Se hace cargo de este tema Francisco Capella quien, me consta, lleva años estudiándolo. Como él mismo afirma: “La defensa del feminismo liberal requiere conocimiento científico acerca de la naturaleza de los seres humanos, de las diferencias sexuales entre hombres y mujeres y de las instituciones culturales y sociales que permiten la cooperación para la supervivencia y la reproducción”. La cuestión no es establecer juicios de valor sino conocer cómo funcionamos para entender qué sucede a nuestro alrededor, cuáles son los cambios que se están produciendo, qué efectos pueden tener. Lo contrario, es decir, la ignorancia, solamente lleva al miedo a lo desconocido, al surgimiento de prejuicios y, en última instancia, a la perpetuación de los mismos.
Frente a la dicotomía entre diferencias genéticas y construcciones sociales, Capella recuerda que los genes y los memes co-evolucionan. Eso quiere decir que nuestra herencia genética y nuestro aprendizaje no se desarrollan de manera independiente sino que interactúan. Por eso, hablar de un constructo social como algo absolutamente separado de la herencia natural es una barbaridad. E intentar delimitar los márgenes de una y otra cosa es harto difícil. Y, sobre todo, la pregunta que me surge es ¿eso es útil? Desde mi punto de vista, ese maniqueísmo “genes/memes” que plantea el feminismo radical excluyente, que denuncia Capella y el informe del IJM, es similar a la división mente/cuerpo que ha sido utilizada tan a menudo por determinadas religiones para penalizar la carne concupiscente y premiar lo espiritual. Afortunadamente, la anatomía nos ha enseñado que sentimos y percibimos con el mismo órgano que pensamos y que, para regocijo de nuestra especie, estas cosas son mucho más sofisticadas de lo que parece, así que son menos manipulables por los movimientos totalitarios, sean feministas o de cualquier otro tipo.
Un capítulo muy importante se refiere a las diferencias económicas entre hombres y mujeres. En primer lugar, Santiago Calvo, quien firma esta sección, desglosa la llamada brecha salarial para aislar qué parte de la diferencia salarial se debe a la diferencia de género. Y apunta que ese porcentaje se debe, no tanto al hecho de ser mujer, como a la maternidad. En este punto se produce un gran desencuentro en nuestra sociedad. No hay manera de dar la palabra a todos los agentes involucrados: empleadores y empleados, hombres y mujeres, de la orientación sexual que sea, con o sin familia, sea ésta tradicional o menos convencional, para poner encima de la mesa las necesidades de todos ellos y encontrar una solución. Pero, como muy bien se señala en el informe, una solución que emerja de abajo a arriba, espontánea en ese sentido, no elaborada por políticos y lobbies con intereses creados.
No menos importante es el capítulo liderado por Cuca Casado acerca de la violencia de género, un tema delicado. Precisamente por eso, llama la atención el apunte de Casado cuando señala que la mayoría de los hombres no ejercen violencia contra las mujeres ni están de acuerdo con que se produzca y se pregunta por el tratamiento que el feminismo excluyente le da a la violencia homosexual.
También es valiente y comprometido el capítulo dedicado a la prostitución y la gestación subrogada, escrito por Irune Ariño, quien pone de manifiesto varias inconsistencias en los argumentos de las feministas radicales excluyentes, que defienden el aborto pero atacan la gestación subrogada. La autora entre en profundidad en temas poco populares y sale bien parada.
A pesar de la extensión y profundidad de este trabajo, por el que hay que felicitar a sus autores y al Instituto Juan de Mariana, no se tratan todos los temas relacionados con el feminismo y la sexualidad en el siglo XXI. Ellos mismos los enumeran: “… la orientación sexual, la homosexualidad, la identidad sexual, la transexualidad; la pornografía; el aborto; el sexismo en el lenguaje; el uso del atractivo sexual de la mujer en la publicidad (mercantilización y cosificación de la mujer); los micromachismos; o los posibles errores de las críticas conservadoras al feminismo dominante”. ¡Habrá que esperar a un segundo informe!