Los climatólogos predicen, con sus todavía limitados datos y modelos, que la temperatura media del planeta puede aumentar en torno a dos grados en los próximos cien años, debido en parte al crecimiento de la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero por el uso de combustibles como petróleo, carbón y gas natural (además de cambios de usos del terreno y otras variables naturales como la actividad solar o los volcanes). Las predicciones de mayores incrementos no son realistas, pero se enfatizan para llamar la atención. Los climas locales pueden variar de formas diversas, pero el efecto general es que el incremento principal de la temperatura se produce en las zonas y momentos más fríos (latitudes altas, en invierno y de noche). Seguramente habrá más olas de calor, pero también disminuirán las olas de frío (¿por qué será que esto no se menciona mucho?) y se alargarán las temporadas útiles para la agricultura.
Se habla mucho de la temperatura, pero es un factor al que el ser humano se adapta con facilidad, como muestran las estaciones y los viajes entre lugares con climas distintos. Más importante es el régimen de precipitaciones, que tenderán a aumentar (más calor, más evaporación, más lluvias), aunque localmente puedan empeorar las sequías. El problema del agua, sin embargo, no es que no llueva, sino la falta de derechos de propiedad y un mercado para ella, que es lo que provoca el despilfarro agrícola y las peleas entre comunidades por recibir agua gratis o fuertemente subsidiada.
La incertidumbre es alta respecto a la incidencia sobre los fenómenos climáticos extremos (huracanes, inundaciones). Las aseguradoras alertan de los incrementos de los pagos por daños, pero estos se producen principalmente porque cada vez hay más riqueza asegurada. El crecimiento del nivel del mar será de unos pocos milímetros por año, sobre todo por expansión térmica (dilatación), y no tanto por fusión de hielo. No importa que el Ártico se derrita porque es hielo flotante: Groenlandia no está cambiando mucho y la Antártida tampoco. Un proceso tan lento y suave no es una amenaza terrible para la especie humana. Nada que ver con un tsunami.
Los ecologistas intervencionistas no parecen aceptar que el cambio climático puede tener efectos positivos. Los problemas los tienen las personas según sus circunstancias y valoraciones particulares, y algunos preferirán más calor y otros más frío. Si tuviéramos el poder de decidir el clima, ¿cómo debería ser? ¿Debería ser un delito alterarlo? ¿No hay agresiones más directas y serias?
Los progresistas suelen hablar de cambio y revolución, pero respecto al clima se transforman en reaccionarios: parece que casualmente vivíamos en un óptimo climático que no debemos alterar por ningún motivo, no importa el coste. A no ser que ese precio sea emplear la demonizada e incomprendida energía nuclear, momento en el que a muchos les puede la fobia e insisten en el viento (que sopla cuando quiere y no precisamente cuando hace falta) y el sol (que nos da mucha energía pero muy difusa) como fuentes de energía del futuro. Pero vivimos en el presente y aunque son técnicamente factibles aún son mucho más caras.
Para intentar cubrir el flanco económico recientemente se ha publicado el informe Stern, que ahora los ecolojetas repiten como un mantra: "1% de costes, 20% de beneficios". Se trata de un encargo político cuyo resultado final se consigue manipulando datos y modelos, o sea, haciendo trampas: exagerando los daños, minimizando los beneficios, minusvalorando la capacidad espontánea de adaptación (la no dirigida por los políticos) y, sobre todo, falseando las preferencias temporales de los individuos (preocuparse más por el presente que por el futuro lejano).
El ecologista escéptico Bjorn Lomborg (con quien Gore y muchos otros no se atreven a debatir) ya elaboró hace pocos años su proyecto de Consenso de Copenhague, en el cual prestigiosos científicos y economistas indicaron que evitar el cambio climático era el objetivo colectivo menos inteligente a intentar debido a sus enormes costes e inciertos y escasos resultados. Hay posibilidades más serias para ayudar a la humanidad como las enfermedades (malaria, sida), la pobreza, el agua potable, el hambre…
Los críticos de la moda ecologista solemos ser acusados de mercenarios a sueldo de oscuros intereses (tan negros como el petróleo y el carbón). Aparte de que es casi siempre falso, que fuera cierto no eliminaría la necesidad de rebatir los argumentos. Y conviene no olvidar que en esta campaña contra el cambio climático no sólo hay ingenuos moralistas empeñados en decirles a los demás cómo vivir (siempre consumiendo menos), también abundan los desvergonzados cazadores de rentas (subsidios a las energías renovables, regulaciones que dañen a la competencia, etc.).
Según Gore, "tenemos que preguntarnos cómo queremos que nos recuerde la historia. Si como los que fallamos y destruimos el planeta o como una generación grande que tuvo valor para hacer cambios difíciles". Megalómano como es, asume que la historia va a recordarle y vive para ello. Pero alterar el planeta no es sinónimo de destruirlo, que es bastante más difícil de lo que parece. Ya que menciona al futuro (nuestros hijos y nietos dan el toque emocional adecuado), conviene pensar que el crecimiento de la riqueza es tal que las generaciones futuras serán mucho más ricas que nosotros y les costará entender cómo tanta gente quería que los pobres actuales se sacrificaran en favor de los ricos del futuro.
También para el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el cambio climático es "el reto más importante de la humanidad". Una lumbrera. Ya han propuesto a Al Gore para el Nobel de la Paz y el Príncipe de Asturias. Qué bajo han caído algunos galardones.