La expansión del Estado generó dos consecuencias: el freno en el crecimiento económico y la subida de los impuestos.
El pensamiento único, es decir, la idea de que cualquier problema económico, político o social, puede resolverse con aún más intervención política y legislativa, vuelve siempre por sus fueros. La caída del Muro de Berlín descolocó a sus partidarios durante un tiempo, el mismo tiempo en que algunos liberales creyeron que sus anhelos ya estaban concretados de modo irreversible.
Pero rápidamente los antiliberales se recompusieron, porque no por nada copan altos porcentajes del mundo de las ideas, la educación, la cultura, la política y el periodismo. No podían ya reivindicar el comunismo, como hicieron durante tanto tiempo, sin pudor y sin respeto alguno a la verdad, ni atacar abiertamente y en exclusiva el capitalismo, cuya superioridad resultaba patente. Entonces se inventaron la globalización, sobre la que dieron un doble salto. Primero, la presentaron como una gran amenaza, réplica del odiado capitalismo. Como la globalización, es decir, la libertad, trajo como resultado la más importante reducción de la pobreza en la historia de la humanidad, dieron el segundo salto, que consiste en decir que la globalización es beneficiosa, pero, pero, pero…desigual. Hay “perdedores”, y ya están los políticamente correctos clamando por “una globalización más inclusiva” y por “compensar a los perdedores”. Por supuesto, eso significa siempre menos libertad y más intervención, más gasto público, más impuestos.
Todo lo que pasa es por culpa del exceso de globalización, es decir, de libertad, desde la contaminación hasta los votantes de Trump o del Brexit —nótese que los populistas y antisistema más peligrosos nunca son de izquierdas. Para lograr un crecimiento “inclusivo” es necesario el Estado, el mismo que brindó el maravilloso Estado de bienestar de la posguerra. ¿Por qué no repetir su historia brillante de redistribución y justicia social? Si la globalización tienen ganadores y perdedores, hay que aplicarle la misma lógica que la del Welfare State: que unos compensen a otros, y ya está.
Incontables profesores peroran en ese sentido, sin percibir que están pidiendo el retorno de lo que fue la causa del trastorno, como decía Ortega. La expansión del Estado generó dos consecuencias: el freno en el crecimiento económico y la subida de los impuestos. Pero, claro, la corrección política difícilmente admita que lo que concibe como solución sea realmente el problema.