"Un presidente que le dio trabajo a todos los que querían trabajar". Es así como el presidente de Chile, Sebastián Piñera, dijo que le gustaría ser recordado en los libros de historia. Y lo está logrando.
Hace unos días un taxista que me llevaba por Santiago me hizo el siguiente comentario respecto de Piñera: "No me importa que sea simpático, sino que cree empleo". Ello resume muy bien lo que ha sido el actual Gobierno de Chile y la opinión de una creciente parte de la población sobre su desempeño.
Para muchos se hace cada vez más evidente que el centroderecha chileno es capaz de llevar a cabo políticas de crecimiento, empleo, educación, lucha contra la pobreza, mujer e integración social mucho más eficaces que las de la izquierda. Pero no solo esto. La conciencia del éxito real del presente del Gobierno y su impacto, ya visible, en la opinión pública (no la vociferante sino la verdadera) han forzado a la candidata socialista, Michelle Bachelet, a impulsar una agenda de ribetes francamente populistas y confrontativos. De esta manera pretende ocultar la mediocridad de su propio Gobierno, que se hace cada vez más notoria ante los innegables éxitos del de Piñera.
Por ello, la coincidencia del regreso de Bachelet a Chile y la destitución del ministro de Educación, Harald Beyer, por la mayoría centroizquierdista del Senado no fue ninguna casualidad. Bachelet quiere crear un ambiente político crispado (aunque diga lo contrario) y convocar lo que ella denomina una "nueva mayoría política y social", formada por la antigua Concertación, su nuevo aliado estratégico, el Partido Comunista, los movimientos sociales radicalizados (movimiento estudiantil) y el sindicalismo más militante. Esa fue la verdadera razón de la destitución de Beyer, que poco o nada tuvo que ver con la educación en sí misma y menos aún con el desempeño de un ministro ciertamente ejemplar.
Beyer, en sus 14 meses en el cargo, hizo más por la educación chilena que la Concertación en veinte años: envió cinco proyectos de ley al Congreso, de los cuales tres se han convertido ya en leyes, que han generado una nueva institucionalidad en la educación, creada para supervisar eficientemente la calidad y el uso de los recursos. Y no sólo eso, Beyer había impulsado un fuerte control sobre las universidades, que incluso lo llevó a cerrar una de ellas.
Y esto ocurre mientras la candidata por la Concertación recorre Chile repartiendo besos y abrazos, lanzando eslóganes tales como que va a poner fin al lucro en la educación, es decir, que va a destruir gran parte de la educación básica y media y crear una escuela estatizada, todo un ataque a las clases medias, que tanto han luchado por lo que tienen. También habla de una nueva Constitución, pero el camino hacia ella queda en la penumbra y le sirve al Partido Comunista para agitar la bandera chavista-bolivariana de la Asamblea Constituyente.
En fin, Michelle Bachelet ha apostado por sumarse al discurso encendido de la calle y de algunos políticos populistas latinoamericanos, así como por coquetear sin reparos con los comunistas, que aún son marxistas-leninistas y ajenos a toda autocrítica sobre los genocidios del comunismo. Claramente, no es esto lo que Chile necesita.