Nuestra sociedad se mueve entre dos extremos esquizofrénicos. Por un lado, muchos ciudadanos tienden a abrazar la visión tecnopesimista de que estamos en medio de un gran estancamiento económico; visión magníficamente ilustrada por esa lapidaria frase –“me prometistéis colonias en Marte y a cambio me habéis dado Facebook”– de Buzz Aldrin que copó la portada de la revista MIT Technology Review hace un año. Por otro, nos topamos con los tecnocatastrofistas neoluditas, quienes aseguran que el progreso tecnológico será tan veloz que permitirá una completa mecanización de los procesos productivos y, en consecuencia, cientos de millones de trabajadores se quedarán irremisiblemente sin empleo. Lo más gracioso del asunto, eso sí, es que muchas personas sostienen ambas visiones a la vez.
Inconsistencias al margen, una de estas dos corrientes ha ganado especial visibilidad mediática en los últimos días: un reciente paper de dos profesores de la Universidad de Oxford, Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, ha pronosticado que el 47% del empleo actual de EEUU corre un elevado riesgo de desaparecer en las próximas dos décadas como consecuencia de la mecanización que permitirá el progreso técnico previsible a día de hoy. El dato ha sido aireado por todos los tecnocatastrofistas, quienes rápidamente han pronosticado un desolador futuro con masas pauperizadas.
Como los antiguos luditas, los nuevos se afanan por promover el oscurantismo científico con el pretexto de que puede condenarnos a un generalizado desempleo tecnológico. Pero, afortunadamente para la humanidad, si los avances previstos por Frey y Osborne se terminaran materializando, el mundo no avanzaría hacia ningún apocalipsis económico, sino hacia el que sin duda alguna sería el período más próspero de toda su historia.
La tesis de Frey y Osborne
La tesis de Frey y Osborne es relativamente sencilla: durante las próximas décadas, el progreso técnico que hoy resulta relativamente previsible conseguirá reemplazar funciones que actualmente están siendo desarrolladas por el 47% de los trabajadores estadounidenses. Por tanto, si la maquinaria sustituye a los trabajadores en estas funciones, éstos perderán su empleo.
Los autores dividen a las profesiones en dos grandes categorías: aquellas con un alto riesgo de desaparecer debido a su mecanización y aquellas otras que, de momento, parece complicado que desaparezcan por cuanto no pueden ser mecanizadas. En concreto, los puestos de trabajo con alto riesgo de desaparecer son las relacionadas con el transporte, producción, instalación y mantenimiento, agricultura, venta al público o funciones rutinarias en la oficina. En cambio, existen toda una serie de ocupaciones que es difícil que desaparezcan durante los próximos 20 años –sanidad, educación, ingenierías, cuidado de mayores o dirección de empresas– porque no es previsible su mecanización debido a que la tecnología incorporada en la maquinaria sigue adoleciendo de grandes limitaciones a la hora de imitar a los humanos en su destreza manual, en su flexibilidad para trabajar en posiciones raras, en su originalidad, en su sentido estético, en su capacidad de negociación y persuasión, en los cuidados personales o en su capacidad de empatizar.
Éste es el futuro que pronostican Frey y Osborne. No es que su análisis no contenga importantes limitaciones y simplificaciones, pero al menos no resulta inverosímil. ¿Deberíamos asustarnos? En absoluto. Lo que los autores están anticipando es un futuro en el que los niveles actuales de producción podrán mantenerse aún bajo el supuesto de que el 47% de los trabajadores se quedara en casa. Pero si ese 47% de los trabajadores no sólo no se queda en casa, sino que empieza a dedicarse a otras cosas, entonces los niveles de producción futuros serán estratosféricamente mayores a los presentes. Mas, ¿a qué otras cosas podrían dedicarse ese 47% que hoy está concentrado en ocupaciones mecanizables y de poco valor añadido? Pues a otras actividades más difícilmente mecanizables y de alto valor añadido: sanidad, educación, ingenierías, cuidado de mayores o dirección de empresas.
Lejos de extinguirse las oportunidades para montar una empresa o para encontrar un empleo, la mecanización anticipada por Frey y Osborne las multiplicaría en todos esos sectores no mecanizables, pues el brutal aumento de la renta disponible que experimentaríamos como consecuencia del radical abaratamiento de las actividades sí mecanizables nos permitiría aumentar el gasto (tanto el consumo como la inversión) en esos otros sectores.
Imaginen un mundo donde millones y millones de trabajadores no tuviesen que dedicarse a ocupaciones en general tan poco satisfactorias para el propio operario como el transporte, la construcción o las tareas rutinarias de oficina; un mundo donde esos millones de trabajadores pudiesen especializarse en analizar las necesidades de los consumidores, en investigar y desarrollar nuevos productos y procesos, en cuidar a nuestros mayores, en educar de un modo más personalizado a nuestros menores, o en supervisar la sanidad de mayores, medianos y menores. Sin duda, se antoja un paraíso con respecto a la actual; un paraíso que si no es viable en la actualidad es porque nos vemos forzados a “dilapidar” trabajadores en tareas imprescindibles para nuestro bienestar (construcción, mantenimiento, transporte…) que a día de otro no podemos realizar de otro modo salvo concentrando en ellas a una gran cantidad de empleados
Lo mismo sucede en una sociedad agraria de autosubsistencia: como todo el mundo tiene que dedicarse a cultivar el campo para sobrevivir, nadie puede centrarse en educar a los niños o en investigar tratamientos sanitarios contra las enfermedades que pueda sufrir la sociedad. Sólo cuando la aparición de tractores permite producir la misma cantidad de alimentos ocupando una menor cantidad de trabajadores, una parte de la sociedad puede dedicarse a tareas distintas a las de producir alimentos (tareas que intercambia por alimentos). La implementación del avance tecnológico que anticipan Frey y Osborne son los tractores de la sociedad moderna: las maquinarias que permitirán economizar y liberar trabajadores de aquellas ocupaciones donde la calidad del producto se ve muy poco influida por el hecho de que sean ejercidas por un ser humano. Si la naturaleza humana marca la diferencia en ciertas disciplinas, deben ser ésas las disciplinas en las que focalicemos nuestros esfuerzos: en tanto una máquina pueda hacerlo automáticamente tan bien como nosotros, no tiene sentido que perdamos el tiempo con ello.
Un contrapeso al invierno demográfico
Es más, los pronósticos de Frey y Osborne podrían contribuir a contrarrestar el invierno demográfico por el que transitarán muchas sociedades occidentales durante las próximas décadas. España, por ejemplo, no sólo perderá casi el 30% de su fuerza laboral en las venideras cuatro décadas, sino que además parte de la fuerza laboral que reste deberá dedicarse a cuidar de una población anciana duplicada. A menos que experimentemos un fortísimo crecimiento económico, el futuro de nuestro país se anticipa lúgubre especialmente para los ancianos: y si el crecimiento no puede provenir de una mayor cantidad de personas fabricando bienes y servicios, sólo podrá hacerlo de que cada persona produzca por sí sola muchos más bienes y servicios que ahora. Es decir, nuestro crecimiento futuro sólo podrá venir por el lado de una mayor productividad del trabajo y esa mayor productividad requerirá necesariamente de una amplia mecanización de muchas ocupaciones.
Desde luego, la transición hacia una economía mucho más mecanizada que la actual será dura y complicada, sobre todo para aquellos sectores que la sufran: habrá que reconvertirlos y reeducar a parte de sus desempleados, si bien la riqueza generada por el propio avance de la mecanización proporcionará el capital adicional para financiar ese proceso. Proceso duro, pero necesario. Como también lo fue la aparición del automóvil para el negocio de diligencias o la generalización del PC para la industria de máquinas de escribir. La alternativa oscurantista de frenar el progreso y de no incorporar las nuevas tecnologías a nuestros procesos productivos sería infinitamente peor: estancamiento y estándares de vida progresivamente peores, especialmente para la población adulta. El paper de Frey y Osborne no debería llevarnos a mirar el futuro con temor y desconfianza, sino con esperanza e ilusión: con la confianza de que los años más brillantes y prósperos para la humanidad todavía están por llegar gracias a, y no a pesar de, nuestra capacidad típicamente humana de usar la razón para desplazar las fronteras de nuestro conocimiento y para transformar ese conocimiento en nueva riqueza dentro de un contexto de libertad económica.