Deja en el paro a 160 profesionales, que tendrán que buscarse la vida en un momento de crisis económica a la que se suma una lacerante crisis del sector. Muchos son los que han mostrado solidaridad con ellos, y yo lo hago desde aquí como ya lo he hecho por otros medios.
Hay un canto fúnebre que se repite en estas ocasiones. Una fúnebre cantinela, más valdría decir, por lo que tiene de recurso fácil y poco reflexivo. Es la que dice que con el cierre de un diario se pierde pluralidad. Es cierto que se pierde una plataforma para la expresión de una corriente de opinión. También se dice que con la muerte de un periódico merma la libertad en España, como si la libertad se midiese en el número de cabeceras. Roures siempre tuvo la libertad de crear su periódico, de cerrarlo y la de mantenerlo: Nadie le impide perder millones a esgalla y mantener la edición diaria del periódico. Si no quiere perder más dinero es sólo porque no le da la gana.
Pero hemos perdido algo importante. En un momento en que el Gobierno tiene más poder que nunca respecto de los medios de comunicación, Público habría podido desvelar alguna información incómoda para el Gobierno, hubiera sido una vía para que cayese alguna filtración desde las grietas del poder. Bien, no es el único periódico dispuesto a hacerlo, pero eso no quiere decir que no hayamos perdido nada.
Sólo que, en realidad, Público no hacía periodismo contra el poder. Todo su relato contestatario contrasta brutalmente con el hecho de que fue concebido, creado, mantenido, por y para el poder. Y en cuanto éste se ha perdido, el diario ha perdido su razón de ser. Público era como esos periódicos sapos del siglo XIX, aferrados al poder y dependientes de él. El propio Roures lo ha reconocido al decir que su proyecto, creado en 2007, tenía un plazo de cinco años. Los que le quedaban a Zapatero, en principio, en el Gobierno.
Era público y notorio que era el periódico de Zapatero y su entorno. Era público y notorio que no había dictadura de izquierdas, actual o pasada, que no encontrase una palabra amable, un gesto de reconocimiento, de aliento, de esperanza, en este periódico. Era público y notorio que despreciaban la sociedad libre y próspera que les permitió existir. Era público y notorio que el diario destilaba odio, un odio sincero, desenvuelto, descarado, hacia media España. Era público y notorio que algunos de los periodistas que lamentamos su pérdida no tendríamos la oportunidad de mostrarlo si sus ideas, esa amalgama compuesta por los restos del socialismo real, triunfasen en España. Pero Público nunca podría haber llegado tan lejos.