Podemos no ha podido porque la insatisfacción, aunque generalizada, no era tan profunda como creyeron. No ha podido porque España no es Venezuela. Ni económica, ni política, ni demográficamente. Lo es culturalmente y no del todo
Casi la única a derechas que ha dado Rajoy en el último año es la de haber dejado correr el tiempo. Esa es la especialidad de la casa, tampoco vamos a sorprendernos. No es una genialidad, era lo previsible en el personaje. Rajoy es calcado a Franco en este tema. Es de los que clasifican los problemas en dos categorías: una para los problemas irresolubles, sobre los que no actuará bajo ningún concepto –por ejemplo, lo de Cataluña–, y otra para los problemas que el tiempo se encargará de resolver. Franco jugaba con ventaja, andaba sobrado de tiempo, sabía que de ahí no le iban a mover ni con aceite hirviendo y dejaba que el mundo sucediese a su alrededor. Rajoy no dispone de esa prerrogativa. Su mandato son cuatro años, que en términos políticos es quizá una eternidad pero que si lo miramos con ojos de periodista –y no digamos ya, de historiador–, son una minucia, un inaudible suspiro que premia a los audaces y castiga a los que, como él, presumen de paso corto y mirada larga.
El barómetro del CIS del mes pasado no implica, como creen en Génova, la milagrosa resurrección del PP, ni siquiera es un respiro en el calvario electoral de este año. Se trata simplemente del apaciguamiento natural de las aguas tras un temporal. Ahora bien, la línea de costa ha variado sustancialmente. El mapa que dibuja el CIS en estos días es muy distinto al de hace dos o tres años. El PP ya no es un partido hegemónico, el PSOE vivaquea por los bajíos evitando por los pelos el encallamiento definitivo, IU ha desaparecido y dos nuevas formaciones emergen prístinas y espumosas como la Venus de Botticelli, mecidas por el soplo de los dioses del descontento. Hace solo dos años hablar de Ciudadanos era referirse a un partidillo menor con representación en Cataluña y poco más. Hablar de Podemos era hacerlo de unos jóvenes profesores de políticas que tertuliaban en un programa de televisión visto solo por una minoría de entregados a la causa. Se lo que me digo porque yo estaba allí. Nadie daba un céntimo por ellos. Ahí los tienen.
Es cierto que de aquí a diciembre pueden pasar unas cuantas cosas –no demasiadas porque son cuatro meses mal contados–, pero es difícil que, en lo esencial, cambie el panorama electoral. Del bipartidismo hemos pasado al tetrapartidismo con el añadido habitual de los nacionalistas, cuyos votos en el pasado alteraron mucho los acontecimientos y podrían alterarlos aún más a partir de 2016 con cuatro fuerzas con mando en plaza dentro del Congreso de los Diputados. Una coalición formada por PSOE, Podemos y los nacionalistas ultramontanos pintaría un escenario. Una que agrupase a PP, Ciudadanos y los nacionalistas razonables –si es que queda de eso– otro completamente distinto.
Es demasiado pronto para especular sobre el Gobierno que salga de las urnas decembrinas. No lo es tanto, sin embargo, para cuestionarse porque Podemos al final no ha podido. Cierto es que podría aún llegar a gobernar en coalición, colocando algunos ministros en el gabinete e incordiando todo lo posible en unas instituciones en las que la mayoría de sus miembros no creen. Pero esa es poca recompensa para los que hasta hace cuatro días se veían ya dueños del cotarro al estilo de Tsipras o, peor aún, del primer y juvenil Chávez que allá por el 99 hizo pedazos la cuarta República venezolana para alumbrar el desastre sin paliativos actual.
Podemos no ha podido porque la insatisfacción, aunque generalizada, no era tan profunda como creyeron. No ha podido porque España no es Venezuela. Ni económica, ni política, ni demográficamente. Lo es culturalmente y no del todo. Por no poder no han podido ni con la Corona, que en tiempos era su primer objetivo a batir. Felipe VI está aun lejos de afianzarse en el trono, pero en el año y poco que ha pasado desde su proclamación ha sabido devolver a la institución una parte del respeto y el prestigio que mereció en los mejores años de su padre. No ha podido porque las municipales les han puesto ante la tesitura de hacer el ridículo un día sí y al otro también y no han defraudado al respetable. Las alcaldadas de Colau, las contradicciones de Carmena, las necedades de Puig y los ladridos a la Luna del Kichi han sido de tal calibre que era materialmente imposible sacarlas del escaparate. No ha podido porque la hemeroteca está hoy siempre en primera plana y a la prensa se la puede comprar sí, pero solo cuando se tiene el poder contante y sonante para hacerlo. No ha podido porque España es mucha España, un país viejo, de vuelta de todo que desconfía mucho más de lo que confía. Eso, al menos a mi juicio, es una virtud. Solo espero que sepamos perseverar en ella.