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¿Quién debe ligar los salarios a la productividad?

Publicado en Libertad Digital

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Empecemos por lo básico. Imagine que el precio de la gasolina se le encarece y que, por tanto, usted puede realizar diariamente menos desplazamientos en automóvil. ¿Tendría algún sentido que usted mismo se engañara afirmando que ahora es más rico y puede realizar un mayor número de desplazamientos? No, mas eso es lo que puede suceder cuando en una economía indexamos indiscriminadamente los salarios a la inflación: debido a la mayor escasez relativa de petróleo (reflejada en su mayor precio), somos capaces de producir menos bienes y servicios y, sin embargo, incrementamos los salarios, algo que significa que podemos adquirir más bienes y servicios.

¿Pero de dónde vamos a poder adquirirlos? ¿Acaso los sindicatos se sitúan por encima de las leyes de la física? No, simplemente el alza salarial por decreto condenará a una parte de los trabajadores al desempleo (cuya demanda de bienes y servicios por tanto caerá a cero) y la otra parte disfrutará de un mayor consumo rapiñando los bienes que ya no pueden consumir los nuevos parados.

Hasta aquí todo claro: si somos más pobres, somos más pobres, y eso ni Zapatero, ni Toxo, ni Méndez pueden remediarlo, sólo ora ocultarlo ora redistribuir las pérdidas desde los trabajadores más eficientes a los menos eficientes.

Así pues, si ligar los salarios a la inflación no es una buena idea, ¿lo será en tal caso vincularlos a la productividad? En abstracto sí. Pero descendamos a la realidad. Debemos indexar cada salario a la productividad… ¿de quién? ¿De la economía? ¿De un sector económico? En esos supuestos, si por ejemplo la productividad agregada del sector textil se eleva año tras año gracias a la genialidad innovadora de Zara y a pesar de la mediocridad de sus competidores, aumentar los salarios de todos los trabajadores según la superior productividad de los de Zara sólo abocará a los competidores de ésta a la quiebra más inmediata, pues sus costes crecerán más de lo que puedan hacerlo sus ingresos.

Lo lógico es fijar el salario de cada trabajador en función de la evolución de su propia productividad, esto es, del valor que posee hoy la riqueza que un determinado empleado contribuirá a crear mañana dentro de un plan empresarial. Pero, ¿quién puede anticipar hoy cuál será la riqueza creada mañana? Nadie, ni siquiera el empresario, simplemente porque no conocemos el futuro.

Ahora bien, dado que si un empresario abona salarios más elevados que la riqueza que crearán en el futuro sus trabajadores perderá dinero, parece lógico que se le deje la libertad de equivocarse, esto es, de pactar la remuneración de cada trabajador con el propio trabajador. No deberían ser los sindicatos ni el Gobierno quienes con ojo del mal cubero establecieran cuál va a ser la productividad de un obrero, pues en tal caso sus errores los sufrirá por entero el empresario. ¿Creen que una ideologizada izquierda tendrá algún incentivo a establecer cuál es la productividad real de un trabajador cuando puede descargar el coste de sus errores en el maléfico empresario? Y aunque lo tuviera, ¿creen que una camarilla de planificadores centrales puede conocer la productividad de cada uno de los 15 millones de trabajadores españoles? Obviamente no.

¿Y si un empresario fija los salarios por debajo de la productividad de un trabajador? Pues simplemente dejen operar a la competencia: si se paga 10 a una persona que produce 20, otro empresario vendrá –o el obrero podrá buscar a otro empresario– dispuesto a pagarle 11, pues la diferencia sigue siendo bastante jugosa.

Dejen actuar al mercado; no porque éste nos vaya a dar salarios más altos o más bajos que los que pueda fijar el Gobierno, sino porque nos dará salarios que permitan crear empleo y maximizar nuestra riqueza dentro de nuestras posibilidades. Justo lo contrario que cuando los fijan los sindicatos, oiga.

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