Javier Milei fue uno de los claros ganadores de la noche electoral del pasado domingo en Argentina. Aunque se trataba de unas primarias de cara a los comicios legislativos del próximo mes de noviembre, dado que el voto a las mismas fue obligatorio, los resultados permiten anticipar —con solo un cierto margen de error— qué terminará ocurriendo dentro de dos meses. Y, en ese sentido, los resultados de Milei fueron mucho mejores de los que nadie había previsto: el futuro diputado cosechó el 13,6% de los votos en la ciudad de Buenos Aires y convirtió su partido en tercera fuerza política (solo por detrás de la coalición macrista de Juntos por el Cambio y de la coalición peronista del Frente de Todos).
Pero ¿quién es Javier Milei? Los medios españoles, a falta de mejores etiquetas que les permitan comprender el fenómeno sin caricaturizarlo, se han apresurado a calificarlo de “candidato de extrema derecha”. Si, desde la óptica de la izquierda nacional, Macri es la derecha argentina, entonces aquel que se ubica a la derecha de la derecha necesariamente habrá de ser de ultraderecha. No hay más.
En realidad, sin embargo, Milei es un fenómeno que debería distinguirse nítidamente de otros como Trump o Bolsonaro (aun cuando en algunos aspectos pueden exhibir ciertos puntos en común). Milei es un liberal (‘libertarian’, en la acepción estadounidense del término) frontalmente opuesto a la política estatal. Su máxima es extender las ideas de la libertad por toda Argentina, entendiendo por tales “el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo” (en la feliz definición de Alberto Benegas Lynch, hijo): algo, por cierto, de lo que jamás ha hecho bandera la extrema derecha (más preocupada con salvar la patria de los individuos que la asedian que de salvar a los individuos de las patrias que se les quieren imponer).
Para Milei, el sistema económico capitalista no solo es el mecanismo que ha permitido sacar a más gente de la pobreza en toda la historia de la humanidad —algo que es rigurosamente cierto—, sino que es un marco institucional civilizatorio: el capitalismo promueve buenas costumbres como el ahorro, la cooperación o el emprendimiento, y el comercio pacifica las sociedades. Nuevamente, nada de esto encaja con el discurso arquetípico de la extrema derecha, más comúnmente obsesionada con proteger las empresas nacionales de la invasión de la competencia extranjera o con poner coto al imperialismo cultural capitalista que atente contra las tradiciones patrias (en ese sentido, por cierto, el peronismo al que se opone Milei tiene más que ver con la extrema derecha que, desde luego, el propio Milei).
Acaso la parte más polémica de su discurso, aquella que podría sonar más populista, es la que proclama que los impuestos son un robo y que el Estado es una banda de delincuentes. Pero, aun cuando semejantes proposiciones puedan sonar exageradas, son estrictamente ciertas: los Estados modernos no son más que la evolución de los bandidos estacionarios de Mancur Olson (y, de hecho, los Estados fallidos terminan degenerando en bandidos itinerantes ante la incapacidad de organizar un expolio estable a largo plazo). Y, nuevamente, la extrema derecha jamás consideraría el Estado como una banda de ladrones: al contrario, lo considera un instrumento al servicio de la realización histórica de la nación.
Finalmente, Milei también mantiene posiciones tan heterodoxas desde una perspectiva ultraderechosa como la de desestatalizar el matrimonio civil para que cualquiera pueda acogerse a él (incluyendo también, claro está, a los homosexuales) o despenalizar las drogas y dar la bienvenida a los inmigrantes a condición de que no se socialicen los costes de estas reformas entre el conjunto de la población a través del estado de bienestar (personalmente, no comparto este tipo de condición y soy partidario de despenalizar las drogas y de flexibilizar nuestra legislación migratoria aun con estado de bienestar de por medio, pero desde luego la de Milei no es una postura que pueda compartir la extrema derecha).
Hoy por hoy —veremos en el futuro, que la política la carga el diablo—, las ideas que han llevado a Javier Milei a ser la tercera fuerza en Buenos Aires son en esencia las ideas de la libertad: y en la medida en que esas ideas comiencen a arraigar en parte del electorado argentino, es algo de lo que todos —salvo los liberticidas— deberíamos alegrarnos.