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Quítate tú para ponerme yo

Publicado en Libertad Digital

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En otros tiempos más recios Pablo Iglesias podría haberse disfrazado de Lenin como Largo Caballero en el 36, pero en esta época de pequeñoburgueses no hay que apelar a la revolución sino a la paga segura

En los próximos meses vamos a tener la oportunidad de contemplar en primera persona como la célebre ley de hierro de las oligarquías que enunció Robert Michels hace un siglo funciona con endiablada precisión. La nueva minoría dominante sustituirá a la antigua y todo seguirá como hasta ahora, quizá un poco peor si los recién llegados son un hatajo de iluminados. La última vez que vimos algo semejante en España fue hace cuarenta años, cuando Juan Carlos I ascendió al trono reclamando ministros jóvenes. En aquel entonces se procedió por la vía de urgencia a la jubilación anticipada de una generación entera de políticos, periodistas, empresarios, militares de alta graduación y hasta obispos. No hubo vacío de poder, nadie quería dejar vacantes los cargos, la idea era que se quitasen unos para que se pusiesen los otros. El Estado es eso mismo, un apaño privado de minorías que, mediante la violencia o el engaño, primero lo cooptan y luego tratan de mantener su control por cualquier medio que la sociedad esté dispuesta a tolerar, en nuestro caso todos menos el asesinato. La cosa marcha hasta que llegan otros, generalmente aprovechando una crisis, desplazan a los anteriores y vuelta a empezar.

El ensayo general con figurantes vivos y orquesta de las municipales nos ha servido para atisbar quienes forman esa minoría de recambio que tomará las riendas del Estado en las próximas décadas. Digo quienes porque el qué ya lo sabemos: auparse a la poltrona y retenerla por tiempo indefinido, como los contratos laborales por los que el españolito de a pie daría cinco años de vida. Tenemos, por un lado, a Podemos y, por otro, a Ciudadanos. Los primeros han engullido en su práctica totalidad a lo que fue Izquierda Unida –el PCE, recuerde– y se disponen a dar cuenta del PSOE. Este, quizá, se les indigesta. La presa, aunque debilitada, todavía conserva parte de los bríos de antaño en ciertas regiones como Andalucía, la mayor y más poblada del país. No es descabellado pensar que una alianza entre ambos termine liquidando a Podemos en solo unos años por asimilación. El del PSOE es el abrazo del oso, parece mentira que Iglesias no lo esté viendo venir y se quiera encamar tan alegremente con estos pirracas, tipos incombustibles que lo mismo montan una banda para liquidar etarras en Francia que los sueltan de la cárcel por decenas. Para una cosa y la contraria, el PSOE. Suena a eslogan publicitario, pero es así desde el siglo XIX.

Ciudadanos no lo tiene tan fácil. El PP está en las últimas, cierto, pero sus votantes, gente de orden y unidos más por el miedo a la izquierda que por una genuina comunidad de creencias, son asustadizos y disciplinados. Arrancarle un voto, un solo voto, a los populares es una gesta no suficientemente valorada por los analistas políticos estos días. Con todo, la estrategia de Rivera de mantener el centro me parece acertada. Si lo controla terminará ganando y gobernando. Al final, si se constituye como única alternativa posible a la izquierda pesoe-podemita, recogerá los votos de la derecha conservadora y de la purria democristiana. Quizá no simpaticen del todo con él, pero siempre será preferible a un frente popular recrecido con los ninis de las asambleas del 15-M y la plétora de nacionalistas aperroflautados que proliferan ahora por Cataluña y aledaños. España, no lo olvidemos, es un país de gente mayor con vivienda en propiedad, Renault Megane, hijos criados y apartamento en la playa. Curioso, la manía de no tener hijos de los progres ha terminando alimentando el electorado potencial de la derecha moderada.

Eso es exactamente lo que está haciendo Podemos, moderándose a toda la velocidad que le permite la hemeroteca, que en estos tiempos no es mucha, por eso anda Twitter repleto de capturas de pantalla con declaraciones de ayer y hoy de los líderes del partido, en especial de Pablo Iglesias, un tipo al que se ama o se odia con idéntica intensidad a pesar de que no ha pasado de eurodiputado. En otros tiempos más recios podría haberse disfrazado de Lenin como Largo Caballero en el 36, pero en esta época de pequeñoburgueses con patas de gallo, cuyo cielo se cifra en un iPhone 6 y unos días al sol en Gran Canaria, no hay que apelar a la revolución sino a la paga segura, el paseo en bici y la agricultura orgánica. Vamos, lo de Zapatero en 2008 pero más hipster y más adolescente. Si la moderación –que es solo de fachada, naturalmente– consigue su objetivo ganarán y heredarán la piel de toro. La ley de hierro de las oligarquías no perdona, los que mandan que se vayan quitando, ha llegado su hora.

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