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Rajoy apóstol

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En esta España de duelos por los consensos recién muertos y quebrantos del Estado de Derecho, en que el Gobierno crea problemas donde no los había y convierte el escenario público en el retablo de las maravillas, Rajoy ha mostrado su honradez hablando a los españoles de reformas. Una de la sisa pública y la otra del sistema electoral.

Rajoy ha hablado de su propuesta fiscal como si no hubiera habido otras; la madre de todas las rebajas, las de enero y de verano en todo un año fiscal. No es para tanto. Yo creo que los españoles nos beneficiaríamos de una reforma de verdad, que apostara por la sencillez del impuesto hasta dejarlo en un único tipo marginal, sin deducciones. Pero si Rajoy prometiera tal cosa se vería abocado a llevarla a cabo por no faltar a su palabra, y no es él hombre de grandes cambios en materia económica, me da a mí. Al menos reconoce que el mundo no se acaba en el terruño, que estamos en un mundo globalizado en que la competencia fiscal es un hecho y ha propuesto una rebaja del Impuesto de Sociedades apreciable, aunque insuficiente. También abrirá la mano en la descentralización fiscal, con pasos breves, pero en la buena dirección.

De la reforma electoral sólo ha mostrado su preocupación por que el viejo principio del gobierno de las mayorías se haya convertido en el gobierno de las minorías. El sistema electoral es la clave de esta democracia antidemocrática, de esta partitocracia extendida a todas las instituciones, de los órganos reguladores al Tribunal Constitucional. Permite, como en Baleares o Navarra, que el sentir mayoritario de los ciudadanos se quede en nada y favorece a los partidos sectarios, nacionalistas y de oportunidad, que entienden la política como el arte de "¿qué hay de lo mío?".

En las democracias los ciudadanos eligen a los representantes. En España son los políticos quienes los eligen y le dejan a los ciudadanos el mal trago de aceptar toda la lista o rechazarla. Por eso en Gran Bretaña, en Francia, en Estados Unidos, vemos a representantes interpelando duramente al presidente de su propio partido, porque sabe que es a los electores a quien debe su sueldo. Aquí la fidelidad se debe al jefe. Y a la jerarquía de partido le llamamos "democracia" porque somos así de cachondos.

Ninguna reforma que no pase por circunscripciones uninominales se puede considerar como tal. Darle contenido a la palabra democracia en nuestro país. Esa sería la mejor contribución, y la más honrada, de un Rajoy presidente de España. No hace falta adoptar el sistema británico, o el estadounidense. Bastaría con seguir el sistema francés, a dos vueltas, que favorece a la vez la creación de partidos pequeños y de mayorías estables, pero con representantes guardando fidelidad a los electores y no necesariamente al partido.

Me temo que Rajoy no llegará tan lejos. Le falta audacia y acaso le sobre cobardía, disfrazada de prudencia. Sólo su honradez le puede animar a dar ese paso. ¿Hará Rajoy apostolado de la honradez? Esperemos.

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