Finalmente Rajoy ha aceptado comparecer en el Parlamento para explicar que no tiene nada que explicar, explicación que no va a convencer a los que llevan dos semanas pidiéndole explicaciones. En realidad da igual lo que el presidente del Gobierno tenga a bien deponer desde la tribuna del Congreso, porque la oposición ya ha decidido que es un gobernante corrupto y por tanto tiene que dimitir, que es la conclusión a la que llegan todos los partidos cuando los escándalos sacuden las filas de las otras formaciones. Los partidos políticos, organizaciones privadas que viven de corromper a los ciudadanos para que les entreguen su voto, no es extraño que acaben sumergidos en su propia podredumbre, lo que no evita que utilicen episodios particularmente notorios a efectos electorales.
No deja de tener su aquél que los socialistas pidan explicaciones sobre corrupción, siendo como son los mayores especialistas en la materia. ¿Acaso quieren aprender más todavía? Pues lamentablemente no hay nada que ningún otro partido pueda enseñarles sobre el trinque en sus más diversas e imaginativas formulaciones, porque después de tres décadas y media pocos senderos quedan en el terreno de la corrupción política que el PSOE no haya transitado, a menudo con trayectoria de ida y vuelta. Lo de los nacionalistas catalanes es distinto, porque ellos ni siquiera tienen que disimular gracias a una sociedad y unos medios de comunicación férreamente uncidos a sus delirios identitarios y al presupuesto de la Generalidad respectivamente. Lo de CiU es, en efecto, de otra galaxia, lo que no impide que sus dirigentes se hayan sumado a la exigencia de responsabilidades al partido del gobierno, poniendo en alquiler su apoyo a cambio de que les autoricen el referéndum para hacer como que se quieren separar de España. Izquierda Unida, por su parte, ya tiene bastante con explicar a sus votantes de Cuenca por qué sigue sosteniendo al frente de Andalucía al gobierno más trincón de Europa, a tenor de las cifras más modestas que se manejan en torno al escandalazo de los ERE.
El panorama parlamentario que se va a encontrar Rajoy no puede ser por tanto más sugestivo. La sesión en la que comparezca para defenderse de las sospechas de corrupción levantadas por su otrora hombre de confianza al frente de las finanzas del partido va a ser de antología. No hay delito atribuido al innombrable que no hayan cometido con insistencia los partidos cuyos diputados van a vapulearlo como un conciliábulo de porteras especialmente mal avenidas. Los asesores del presidente deberían ponerle el día antes un resumen de los mejores momentos de Sálvame de luxe o el discurso de José Isbert a sus convecinos de Villar del Río en la película Bienvenido Mr. Marshall. Como elementos de inspiración de cara a su comparecencia parlamentaria no van a encontrar nada más apropiado.