De hecho, sería bueno plantearse si España no lleva ya varios años en decadencia económica; construir, por ejemplo, 800.000 viviendas en 2006 no nos hizo más ricos, sino mucho más pobres. La recesión que estamos padeciendo es sólo una consecuencia de ese despilfarro en los recursos económicos que se produjo en los últimos años. Un despertar de un sueño de abundancia y prosperidad que nunca fue real, sino una simple ilusión propiciada por la montaña de deuda que las familias y las empresas españolas han venido acumulando.
Dicho de otra manera, llevamos un lustro gastando como ricos, pero sin haber llegado a serlo. Hemos apilado cientos de miles de viviendas que creíamos un activo sólido que siempre aumentaba de valor, para descubrir que su precio dependía en última instancia de que se mantuviera una burbuja especulativa.
Sin duda, la descripción de semejante panorama abre muchas dudas sobre la conveniencia de mantener una economía de mercado: ¿Acaso la libertad de la que gozamos no nos ha abocado a esta crisis? ¿Acaso todos los agentes de la economía no se han comportado de una manera absolutamente irracional, depositando su fe en el ladrillo? Pues no. Desde luego, ésa será la conclusión a la que quieran llegar muchos intervencionistas, pero tiene poco que ver con la realidad.
Los españoles se equivocaron porque el sistema financiero los incentivó a que se equivocaran; y el sistema financiero es uno de los mercados más intervenidos, regulados y poco libres que existen. Empezando por que una autoridad central trata de orientar los tipos de interés (como si de un comité de planificación socialista se tratara) y terminando por que los bancos son unos agentes privilegiados a quienes no se aplica ni la suspensión de pagos ni el proceso de quiebra. Pero es que además, iniciada la crisis, ¿a qué hemos asistido más que a una intervención masiva y generalizada por parte del Gobierno? Difícilmente podrá culparse al libre mercado de la gravedad de una situación en la que el Estado está adquiriendo un papel preponderante, ya sea impidiendo la liberalización del mercado de trabajo, aprobando planes de estímulo económico o rescatando a empresas quebradas.
Las perspectivas para 2009 no son mucho mejores que las del 2008 que acabamos de abandonar. Especialmente, porque no parece que ninguna de las reformas que necesita la economía española vayan a implementarse; a saber, liberalizar el mercado de factores productivos y reducir los impuestos, el gasto y la deuda pública.
Nos metimos en crisis porque el sistema bancario –comandado por el Banco Central Europeo– nos arrastró a ella. Y nos perpetuaremos en la crisis porque el Gobierno camina en la dirección opuesta a la que necesitamos. Que hayamos entrado en recesión es sólo una anécdota estadística entre los problemas reales que sufre nuestra economía: unos sectores productivos completamente desequilibrados a los que el Estado les impide ajustarse.