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Reino Unido se desgasta lentamente ante el Brexit financiero

Publicado en La Información

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Las instituciones financieras ya están votando con los pies, recolocando su plantilla y sus capitales.

Como si se tratara del cuento de nunca acabar, las negociaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido parecen no tener fin. Y la peor parte, no cabe duda, se la están llevando los británicos. Bloomberg compara con una tortura china la evolución de las conversaciones, y no se aleja mucho de la realidad. Que le pregunten a Theresa May. Si Thatcher fue apodada La Dama de Hierro, tal vez a May habría que llamarla La Dama Plástico Duro, que parece no oxidarse nunca, ni ante la dureza de Michel Barnier, el interlocutor de la UE, ni ante los plantones parlamentarios de sus compañeros de partido.

Esta vez se trata de las cuestiones financieras. No es un tema menor, toda vez que Londres ha sido, desde el siglo XVIII y hasta ahora, el centro neurálgico de las finanzas europeas y, en épocas pretéritas, incluso mundiales. Uno de los beneficios de la pertenencia a la Unión Europea para Gran Bretaña era, sin lugar a duda, el llamado pasaporte financiero que permite operar sin los costes de transacción de asumir diferentes regulaciones nacionales. En el ‘libro blanco’ del Brexit publicado a mediados de este mes por el gobierno británico, es decir, el documento base que proporciona el marco de referencia para la nueva situación, se prevé un estatus financiero diferente para Gran Bretaña. No como un miembro más, puesto que tras el Brexit no lo es, pero sí diferenciado de otros países no miembros, como Estados Unidos o Singapur, en virtud de la compleja interconexión de nuestros mercados financieros.

Tiene sentido si consideramos tanto el volumen de negocio de las instituciones financieras británicas en los países de la Unión Europea como el de las instituciones de estos países con Gran Bretaña. Por poner un ejemplo, la llamada ‘City’ londinense es responsable del movimiento de activos por valor de 1,4 trillones de libras, cuyos propietarios son ciudadanos de la UE. El otro argumento del gobierno de Theresa May es que el sistema financiero británico está provisto de mecanismos estabilizadores que afectan positivamente a su zona de influencia. De ahí que ponga encima de la mesa una cooperación que preserve la toma de decisiones autónoma pero flexible y mutuamente beneficiosa que suponga una reducción de los costes de transacción y la preservación de los derechos adquiridos.

Sin embargo, Michel Barnier ha hecho saber que el punto de vista de la Unión Europea es bastante diferente. Los derechos de acceso al mercado financiero europeo son un «regalo» que la Unión Europea concede o retira, y los acuerdos que se alcancen en relación con este tema no se han de plantear como un reconocimiento mutuo, sino que serán unilateralmente ofrecidos por la UE.

Mientras tanto, aunque no parece probable que se vaya a repetir el referéndum, las instituciones financieras ya están votando con los pies, recolocando su plantilla y sus capitales. La inversión directa extranjera en el Reino Unido ha disminuido en favor de otros centros neurálgicos (París, Berlín, Madrid, Milán), y el uso de servicio financieros en número de proyectos británicos que el año pasado se elevaba a 103, apenas llega a 68, por el contrario, en Alemania han ascendido de 36 a 64 de acuerdo con los datos proporcionados por Bloomberg.

Bruselas endurece su postura sabiendo que se trata de una actividad que es importante no solamente en la región de Londres sino en todo el Reino Unido. Tras este resbalón, cada vez más medios se preguntan si estamos presenciando el verdadero final del gobierno de Theresa May, la incombustible capitana del Brexit.

No obstante, una se pregunta si, con todo el tiempo que llevamos bregando con el divorcio británico-europeo, no se habían previsto estas consecuencias. Yo no recuerdo que en la campaña a favor del Brexit se pusiera este tema sobre la mesa. Cuando se lanzaba al viento la pregunta de forma extemporánea, siempre se acallaba con el argumento de que era imposible, que nadie nunca acabaría con la ‘City’. Y aquí estamos frotándonos las manos.

Llevamos unos cinco años en los que todo lo impensable ha ido sucediendo. Los cuatro escaños de Podemos en las Elecciones Europeas del año 2014, la victoria del sí en el referéndum por el Brexit, la victoria de Trump, los acontecimientos del 1-O, y lo que vino después, incluso la reciente victoria de Casado como presidente del Partido Popular. Por eso, a pesar de que siempre me he mostrado muy optimista respecto a la capacidad del Reino Unido para salir adelante financieramente, y a su resiliencia económica histórica, ya no me atrevo a aventurar nada.

Todo esto sin mencionar la factura con la Unión Europea, la restructuración del nuevo presupuesto de la Unión y su repercusión en España, el delicado tema de la frontera irlandesa o la situación de los europeos residentes en Gran Bretaña.

Quienes tengan (aún) en mente convocar algún referéndum que afecte a la relación de cualquier territorio con la Unión Europea, sea Italia o sea Cataluña, deberían aprender de la experiencia británica y agarrarse a la más cruda realidad como un koala a un árbol, en lugar de prometer situaciones idílicas con música de violines. Es verdad que queda todo un largo camino por recorrer, pero la incertidumbre implica que no se conoce el estado de la carretera ni las consecuencias no deseadas de emprenderlo.

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