Los políticos tienen una capacidad única para convertir sus fracasos en oportunidades para lograr nuevos y más ambiciosos fracasos. Es el caso de los líderes mundiales reunidos en Londres el pasado 11 de junio. Salieron diciendo que perdonarían 40.000 millones de dólares a los 18 países más pobres de África, que más tarde podrían convertirse en 55.000. De este modo, dicen, y con una sola firma, empieza el principio del fin del hambre en ese continente.
La realidad es muy otra. Hay 38 países considerados pobres y muy endeudados. Sobre ellos se han volcado 114.000 millones de dólares en préstamos concedidos por organismos públicos. Y hoy su renta per cápita es un 25% más pobre de lo que era en 1980. En estas dos décadas y media en que los pueblos que se han incorporado a la globalización se han desarrollado de forma notable, los países que han apostado por otro camino, el de los créditos del Banco Mundial o del FMI a los gobiernos, se han hecho más pobres. Que las deudas sean impagables porque en lugar de destinar los fondos a actividades productivas se han destinado al reparto y a la consolidación del poder de los regímenes locales es una prueba del fracaso del sistema actual. Resulta sorprendente que los líderes mundiales utilicen el reconocimiento de este fracaso como la obtención de un nuevo éxito.
Cuando una empresa pide un préstamo, es porque cree que el uso que hará de él le permitirá desarrollar proyectos productivos que le permitirán devolverlo, con sus intereses, y aún ganar un beneficio. ¿Qué hace un gobierno de un país pobre, sojuzgado bajo un régimen corrupto y cleptocrático, con los créditos concedidos? Utilizarlos para aumentar su poder, destinarlos a sectores y áreas amigas. Repartírselo. Fijémonos en Yoweri Museveni, autoimpuesto presidente de Uganda. Según un reciente informe “la ayuda extranjera y los recursos naturales han sido despilfarrados desperdiciados e invertidos en empresas privadas de líderes corruptos”. Take Idi Amin, que se asienta en el poder sobre 300.000 cadáveres de compatriotas, y sus amigos, están de enhorabuena, porque cuentan con la solidaridad mundial. ¿De qué le serviría a Zimbabwe condonar la deuda de su gobierno?
Condonar la deuda es una medida inútil e hipócrita. Esas deudas no se iban a pagar jamás. Cancelarlas es un mero gesto, que además sugiere la idea de que la pobreza de África se mantiene a causa de la racanería de los países ricos. En realidad las causas son otras. Mientras que grandes teóricos del desarrollo, como Bono o Bob Geldof dicen que las ayudas y la condonación de la deuda es el camino al desarrollo, los países más pobres hace tiempo ya no se dejan engañar por profetas y salvapatrias. En la reunion de Naciones Unidas en Johanesburgo lo que demandaban los más pobres era que los ricos abrieran sus fronteras a los productos que ellos producían. Pedían más comercio, más capitalismo, más globalización. Si tenemos algún interés por liberar a ese continente de la lacerante pobreza que le aflige, el camino no es apuntalar el poder de sus regímenes, sino contribuir a que sean sustituidos por democracias y estados de derecho y abrir nuestras fronteras a sus productos. Esta es una deuda real, que tenemos nosotros con África.