De esta manera, y Dieu mediante, con un mínimo impuesto para todo quisque con bandera azul al fondo, “se reconcilia a los ciudadanos europeos con la UE” y, sobre todo, se pone fin a “la competencia social”. ¿Qué es esto de que un húngaro trabaje por la tercera parte que un belga? Eso se ha acabado. Es mucho mejor, al menos para los socialistas belgas, y más si son diputados, prohibir trabajar (competir, esto es) a otros trabajadores.
Porque, ¿qué es una ley de salario mínimo? Una norma que prohíbe a empresario y trabajador llegar a un acuerdo voluntario por debajo de determinado nivel de salario. Los empresarios pagan en función de lo que esperan recibir del trabajador; de la productividad, como lo llaman los economistas. Y si el Estado coloca el salario mínimo por encima de la productividad que en ese momento puede ofrecer el trabajador, pues se queda en la calle y santas pascuas. Total, afecta principalmente a jóvenes, inmigrantes y, en general, a personas con poca formación; gente a la que se le puede impedir progresar mientras se le dice que es por su bien.
Un luxemburgués al uso, de esos que pasarían desapercibidos por las calles de esa ciudad-Estado, no acaba el año sin una renta por debajo de 100.000 euros. En España somos algo más pobres y tenemos una renta per cápita que supera los 35.000, mientras que en varios países ex comunistas hay que estar por encima de la media para alcanzar los 15.000 euros al año. ¿Adivinan qué europeos se encontrarían con que la ley no les permite cobrar el salario que ellos son capaces de generar? No, no serían los más ricos.
Estados Unidos ocupó Haití de 1915 a 1934. Ya entonces Haití era una sociedad miserable. EEUU, a comienzos de los 30, aplicó por error una ley del salario mínimo a la mitad occidental de La Española. De un plumazo, prohibió prácticamente todos los contratos laborales de aquel país, y a medida que se implantaba iban quedando los haitianos sin empleo y las empresas sin producción, hasta que se deshizo el error. Ah, pero los europeos somos más inteligentes que eso: seríamos capaces de convertir un error en un eje central de la política europea. Aunque eso, ¿no lo habremos hecho ya?
José Carlos Rodríguez es periodista.