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Se acabaron las reformas y los recortes

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Los socialistas de todos los partidos están de enhorabuena. El Gobierno del PP ha dado por concluido el grueso de las reformas estructurales y los recortes de gasto con el fin de liberalizar la economía española y reducir el déficit público. Se acabaron los tan impopulares ajustes. La razón es doble. En primer lugar, el recién estrenado ejercicio político, más allá de suponer la mitad de la legislatura, marca el inicio oficial de la larga campaña electoral en la que, casi permanentemente, vive instalado este país, y, por tanto, no es momento de perder votos extra. Lo único que importa ahora es revalidar el cargo, aun a costa del sufrimiento que padecen muchos españoles por culpa de unos graves y profundos problemas económicos que la clase política se niega a resolver.

Y, en segundo lugar, el Ejecutivo confía en que la ansiada recuperación termine por corregir los fuertes desequilibrios que siguen presentes, sin necesidad de aprobar nuevas reformas y, aún menos, reducir partidas presupuestarias, lo cual no sólo supone una gran irresponsabilidad, dada la enorme fragilidad de la actual coyuntura, sino, sobre todo, una quimera. Si la actual cúpula del PP de verdad piensa que España volverá a crecer a tasas del 3 ó 4% anual -sin burbujas de por medio-, es decir, al ritmo que necesita el país para reducir de forma drástica el paro a corto plazo, una de dos, o bien miente o bien su ineptitud es muy superior a lo que, en principio, cabría esperar.

Así pues, se acabó lo que se daba. A partir de ahora, el objetivo del Gobierno es realizar algunos retoques y pequeños maquillajes a fin de dar la impresión de que se hace algo cuando, en realidad, todo el pescado está vendido. Normalmente, los gobiernos aprovechan los dos primeros ejercicios de la legislatura -fundamentalmente el primero- para poner en marcha las medidas económicas más dolorosas, aunque necesarias, a fin de que la herida electoral cicatrice con la recogida de unos buenos resultados en los años posteriores.

Y lo que ha dado de sí el mandato de Mariano Rajoy para combatir eficazmente la crisis se resume en tres medidas: una reforma laboral positiva, pero insuficiente; una reforma de las pensiones necesaria, aunque muy incierta y, en todo caso, tardía; y una recapitalización bancaria que, si bien era imprescindible, se ha quedado corta y ha sido ejecutada de forma errónea y contraproducente, cargando la inmensa factura del rescate sobre el bolsillo de los contribuyentes. Mientras, por el lado más negativo, la guerra contra el déficit está muy lejos de concluir con éxito. La estrategia de combinar salvajes subidas de impuestos con tímidos recortes del gasto se ha traducido en un elevado déficit y una deuda pública ingente que amenaza con asfixiar aún más el crecimiento potencial de España a medio y largo plazo, cuando no debilitar aún más la escasa credibilidad de los inversores.

Ante tales resultados, y a sabiendas de que la actitud reformista de Rajoy será muy pasiva de aquí a 2015, no es de extrañar que la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo, acreedores públicos del Reino de España, hayan elevado el tono en los últimos días para advertir al Gobierno que la recuperación, en caso de haberla, está "muy, muy verde" y, pese a todo, tiene que poner en marcha nuevos ajustes clave para mejorar la competitividad económica y apuntalar la solvencia estatal. Sin embargo, por desgracia, Moncloa está haciendo oídos sordos. No en vano, acaba de suavizar el factor de sostenibilidad de las pensiones, retrasando su aplicación, además, hasta 2019; se niega a profundizar en la flexibilidad laboral; y, por si fuera poco, minimizará los recortes en 2014, permitiendo que el gasto público total vuelva a crecer un año más.

Lo más trágico del actual panorama es que, si el PP no logra la reelección en 2015, PSOE e IU, en caso de formar gobierno, ya han avanzado que darán marcha atrás a cada uno de los tímidos e insuficientes avances estructurales puestos en marcha por el actual Gobierno para llevarnos por la vía rápida y directa hacia el abismo. Se acaban las reformas y los ajustes, sí, pero no porque los deberes estén hechos sino porque las elecciones están a la vuelta de la esquina… Y ahí fuera, al margen de la política -es decir, en la vida real-, hace muchísimo frío.

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