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¿Se ha acabado la crisis?

Publicado en Libertad Digital

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No es arriesgado concluir que el hombre enfermo de España en 2015 es la administración pública, y promete seguir siéndolo durante muchos años.

La economía en España va mejor. Para saberlo no hace falta leer el informe de ningún banco de inversión, ni necesidad de amarrarse a lo que dice el analista de turno del Wall Street Journal. Con salir a la calle basta. Los centros comerciales se han vuelto a llenar de paseantes que, ahora sí, compran algo, el tráfico en las ciudades ha empeorado sustancialmente y hay que hacer cola en las cajas de muchas tiendas porque los dependientes no dan abasto. No nos engañemos, la recuperación era aproximadamente esto, o así la esperábamos. La gente ha vuelto a consumir porque va recuperando sus empleos. Esta vez no se puede hablar de consumo basado en el crédito como en tiempos de la burbuja ya que los bancos siguen tan reacios a prestar como hace un par de años, cuando buceábamos en lo más profundo del abismo. Luego podemos establecer una primera correlación automática. Para que la economía funcione no es necesario abrir a lo loco la espita de los préstamos como se hizo hace quince años.

El empleo es un indicador directo de la actividad. España ha vuelto a moverse, aunque con timidez y algo de desconfianza en el futuro, una desconfianza perfectamente comprensible después de lo que hemos pasado. Es bueno que así sea. El consumo debe hacerse contra lo que se tiene, no contra lo que no se tiene pero se aspira a tener en el futuro. Espero que esa lección la hayamos aprendido para siempre jamás. Por más que lo espere no creo que sea así, la historia se repite una y otra vez, más aun cuando el endeudamiento y la irresponsabilidad financiera vienen patrocinadas por el Gobierno y la banca central como fue el caso durante los años aciagos del crédito fácil.

Constatado el hecho sin necesidad de dar una sola cifra, cabría ahora preguntarse el por qué de este suave remonte y si es sostenible en el tiempo o simplemente flor de un día, fruto de impactos benéficos externos sobre los que no tenemos control alguno. Lo primero parece claro. Tocamos fondo. El ajuste, que había comenzado a finales de la segunda legislatura de Zapatero, tuvo su momento álgido durante los años 2012 y 2013, los dos primeros de la era Rajoy. Un ajuste de caballo, que si fue tan traumático se debió a que todos los políticos lo habían pospuesto ya que intuían lo caro que les iba a salir en términos de imagen.

En esos dos años de desventura con el país flirteando con la bancarrota y fabricando varios miles de desempleados al día se produjo el famoso desapalancamiento, especialmente el financiero. Los bancos se negaban a desapalancarse por motivos muy razonables, al menos desde el punto de vista del banquero. Se negaban a consolidar pérdidas y tener que mostrar así sus vergüenzas en forma de impagados. El Gobierno, además, hasta ese momento se lo había permitido. La reforma de Luis de Guindos les obligó a retratarse aunque, eso sí, el ministro traía dos caramelitos para que la extracción de la muela fuese menos dolorosa: cañonazos de liquidez a discreción por parte del BCE y deuda pública a troche y moche emitida por el Tesoro a mayor gloria de los tenedores de bonos, que no habían visto una rentabilidad similar en el bono español desde hacía mucho tiempo.

Durante todo este proceso de saneamiento integral del sector privado, que se ha convertido en uno de los más dinámicos y competitivos de Europa, el Estado ha hecho exactamente lo contrario. Con la ventaja de poder seguir pidiendo prestado dentro de la zona euro, el Gobierno Rajoy se ha endeudado hasta extremos que bordean el delirio. El ratio de deuda sobre PIB se ha elevado a la estratosfera, y si en los últimos meses ha bajado un poco se ha debido exclusivamente a que el PIB ha repuntado ligeramente. Tal ha sido el nivel de gasto de esta gente que con las sucesivas y salvajes subidas de impuestos no les bastaba, de manera que han tenido que seguir emitiendo deuda en plan industrial. No es arriesgado concluir que el hombre enfermo de España en 2015 es la administración pública, y promete seguir siéndolo durante muchos años más porque el Estado sigue instalado en un déficit crónico del que no puede salir por más que lo intenta.

La recuperación, por lo tanto, es real, pero muy acotada al sector privado, que es quien, más que salir, ha sobrevivido a la crisis después de someterse a una dolorosísima purga en la que tuvo que pagar los excesos propios y los de la administración. Todo este esfuerzo puede quedarse en nada si el Gobierno que venga después de las elecciones no se toma en serio las muchas y muy valiosas lecciones que deberíamos haber extraído de esta crisis, una crisis que solo podremos considerar superada cuando se reviente la burbuja del sector público, la única que, quizá por su naturaleza eminentemente política, parece intocable.

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