Es un error legalizar solo la gestación subrogada altruista, pues la gestación subrogada comercial funciona de manera armoniosa para las partes.
De los cuatro grandes partidos políticos españoles, solo Ciudadanos se ha manifestado claramente a favor de la gestación subrogada; e incluso en ese caso, se ha tratado de una defensa parcial y limitada a la gestación subrogada de tipo altruista (cuando la sociedad donde más limpia, transparente y armoniosamente funciona esta técnica de reproducción asistida es la californiana, y allí la gestación subrogada comercial es del todo legal). El resto de formaciones, PP, PSOE y Podemos, dudan entre aceptarla o rechazarla: el uno, porque su ‘lobby’ interno conservador se opone a desnaturalizar la maternidad; los otros, porque su ‘lobby’ interno feminista se opone a mercantilizar el ‘vientre colectivo’ de la mujer. Una pinza liberticida contra, por un lado, la formación de nuevas familias que unos dicen promover y, por otro, la autonomía de la mujer por la que otras dicen combatir.
La gestación subrogada no debería, sin embargo, generar mayor polémica que cualquier otra técnica de reproducción asistida de cuantas son perfectamente legales y están plenamente aceptadas en nuestras sociedades. En un sentido (muy) amplio, podríamos decir que el proceso de reproducción y desarrollo humano se compone de cinco fases: emparejamiento, fecundación, gestación, parto y crianza. El emparejamiento consiste en seleccionar aquellos gametos masculinos y femeninos cuyo material genético pretende ser combinado en un cigoto. La fecundación es el proceso por el que efectivamente se produce esa combinación del material genético de ambos gametos. La gestación es la etapa de desarrollo del cigoto dentro de un útero, durante la cual pasa a ser embrión y posteriormente feto. El parto consiste en la salida del feto del útero, deviniendo entonces neonato o bebé. Y, por último, la crianza es un conjunto de actividades mucho más amplio dirigidas a convertir al bebé en un adulto autosuficiente y responsable (alimentación, protección o educación).
Estas cinco etapas de la reproducción humana, como casi cualquier otra faceta de nuestras vidas, se ven inevitablemente influidas por el grado de desarrollo tecnológico. Cuando la tecnología es muy precaria, las únicas técnicas de reproducción que tenemos disponibles son las que nos ha legado el desarrollo evolutivo, esto es, lo que algunos llaman ‘técnicas naturales’. El emparejamiento natural consiste en que un hombre selecciona y corteja a aquella mujer con la que quiere reproducirse (o al revés); la fecundación natural son las relaciones sexuales entre ese hombre y esa mujer; la gestación natural es la que se desarrolla en el útero de la mujer cuyo óvulo ha sido fecundado (madre genética); el parto natural es el parto vaginal, y la crianza natural es la ejecutada por los padres o la familia más cercana.
Muchos conservadores consideran que la preservación de las técnicas de reproducción natural es algo intrínsecamente positivo. Son rehenes de la falacia lógica ‘argumentum ad naturam’: a saber, la idea aparentemente intuitiva de que lo natural es siempre preferible a lo artificial. Extrañamente, pocos conservadores —salvo el radicalismo primitivista— están dispuestos a llevar ese razonamiento hasta sus últimas consecuencias: por ejemplo, pocos se mostrarían favorables a prohibir la medicina moderna, los automóviles, los aviones, las centrales eléctricas, la potabilización del agua, las fibras sintéticas o internet, pese a ser todos ellos elementos antinaturales. Ni siquiera, de hecho, se oponen a cualquier técnica de reproducción por el mero hecho de ser antinatural: el parto por cesárea o la gestación del bebé prematuro en incubadoras no parece que quiera ser prohibido por ningún conservador.
Y es que, en efecto, muchas técnicas de reproducción naturales se han visto superadas por técnicas de reproducción artificiales que, por fortuna, se hallan completamente normalizadas y aceptadas en nuestra sociedad. El emparejamiento de gametos puede desarrollarse a través de los bancos de semen o de óvulos; la fecundación puede efectuarse ‘in vitro’; la gestación puede concluir en las incubadoras; el parto puede tener lugar por cesárea, y la crianza puede ser realizada en gran medida no por los padres o familiares cercanos, sino por profesionales: preceptores, profesores, servicios sociales, canguros, etc. (incluso puede ser desarrollada por padres adoptivos que no coincidan con los padres genéticos). Todas estas técnicas de reproducción asistida tienen cabida en nuestra sociedad y no causan ningún ‘desorden social’ que legitime su prohibición.
La gestación subrogada no es más que otra técnica de reproducción asistida que, de manera injustificada, se halla prohibida dentro de nuestro ordenamiento jurídico: una mujer gesta hasta el parto el embrión de otra pareja (el embrión no guarda ninguna relación genética con la gestante, ya que se ha formado a partir de los gametos de otras personas) y, posteriormente, esa pareja —que es la que ha aportado el material genético— se convierte en la tutora legal encargada de su crianza. ¿Por qué genera mayor escándalo el hecho de que una mujer pueda ceder su útero a otra pareja que el hecho de que un hombre pueda ceder sus espermatozoides o una mujer sus óvulos a otros individuos (y cobrar, además, por ello) o el hecho de que una persona pueda dedicar no ya nueve meses sino numerosos años de su vida a criar —alimentar, educar, cuidar— a los hijos de un tercero en lugar de a los suyos propios?
El argumento de los conservadores es que la gestación subrogada genera daños psicológicos irreparables a la mujer gestante y entorpece el adecuado desarrollo psicoafectivo del bebé. Pero la mejor evidencia disponible nos indica que tales efectos negativos no existen en ninguno de los dos casos. Pero imaginemos que tales efectos sí existieran en cierto grado: que, por ejemplo, los niños concebidos mediante gestación subrogada obtuvieran, como media, peores puntuaciones en marcadores educativos, cognitivos, conductuales o psicosociales que los niños gestados por su madre genética. ¿Bastaría ello para justificar la prohibición de la gestación subrogada? No.
Verbigracia, la evidencia empírica acredita ampliamente que los hijos biológicos de parejas que permanecen casadas obtienen mejores resultados en los antedichos marcadores que los hijos con padres divorciados (si bien la relación de causalidad puede ser diversa); lo mismo sucede con los hijos de madres con un nivel educativo elevado, los cuales se desarrollan mejor que los hijos de madres con bajo nivel educativo. ¿Significa ello que deberíamos prohibir a las parejas divorciarse o a las madres con un bajo nivel educativo reproducirse? Evidentemente no. Por consiguiente, tampoco resultaría válido prohibir la gestación subrogada aun cuando esta tuviera efectos relativamente desfavorables para la gestante y para el menor (que, insisto, no hay evidencia de que los tenga).
El argumento de las feministas es que la gestación subrogada supone una mercantilización del cuerpo de la mujer y ello es naturalmente ilegítimo. Paradójico que las que justifican el derecho a abortar argumentando que cada mujer es soberana sobre su cuerpo sean, en este caso, las que deseen despojar de su soberanía a las mujeres para decidir si quieren mercantilizarlo o no: “¡Nosotras gestamos, nosotras no decidimos!”. En todo caso, la crítica no debería ser pertinente para el debate específico que se ha abierto en España, referido únicamente a la gestación subrogada de tipo altruista: un modelo donde la mujer gestante tiene prohibido cobrar y por tanto no puede mercantilizar su cuerpo.
Como ya he dicho, me parece un error legalizar únicamente la gestación subrogada altruista, pues con las debidas cautelas la gestación subrogada comercial funciona de manera armoniosa para todas las partes, como el ejemplo de EEUU nos muestra. Sin embargo, que las feministas blandan el argumento contra la mercantilización del cuerpo femenino cuando no se está planteando en ningún momento legalizar la gestación subrogada comercial ilustra con suma claridad el grado de deshonestidad intelectual de este feminismo prohibicionista. Por supuesto, la contrarréplica habitual en este caso pasa por afirmar que, aun cuando los pagos a la gestante sean ilegales, los padres siempre encontrarán formas opacas de remunerarla y, por ello, debe ser prohibida cautelarmente incluso en su modalidad altruista: razonamiento tan ridículo como argumentar que la donación de sangre o de órganos debe ser ilegalizada porque, aun cuando la compraventa de órganos esté prohibida, los receptores de sangre o de órganos siempre encontrarán formas opacas de remunerar al donante o a su familia.
En definitiva, la gestación subrogada es una técnica más de reproducción asistida que permite que una mujer ayude voluntariamente a una pareja a gestar un bebé y formar una familia. No hay motivos razonables para prohibirla y seguir cercenando las legítimas aspiraciones vitales de miles de personas a alcanzar la paternidad y proporcionar un hogar afectivo y funcional a sus hijos. Ojalá no solo Ciudadanos sino también el resto de partidos políticos planten cara a los liberticidas grupos de presión, ora conservadores ora feministas, y apuesten por legalizar aquello que jamás debería haber sido ilegal.