Compartir lecho con Pablo Iglesias parece una forma bastante segura de ascender en el partido.
Ha causado gran escándalo entre el podemismo patrio la referencia de Rafael Hernando al noviazgo entre el secretario general y la portavoz parlamentaria de Podemos. «No voy a decir que Irene Montero estuvo mejor que usted, porque no sé qué provocaría a esa relación», le dijo a Iglesias. La condena unánime: es machista. ¿Pero por qué? Si ni siquiera ha criticado a la portavoz; al contrario, ha venido a decir que estuvo mejor que su jefe y pareja, que la nombró el Día de San Valentín, sin disimular ni un poquitico.
Hernando no ha llegado siquiera a decir lo que piensa todo el mundo: que Montero está en ese cargo porque había ganado previamente la versión pablista de las primarias de New Hampshire. Porque, oye, que no es la primera: compartir lecho con Pablo Iglesias parece una forma bastante segura de ascender en el partido; y abandonarlo, de ser condenada a las tinieblas exteriores. Que será casualidad, no digo que no, pero si en lugar de un excelso líder de la izquierda más feminista fuese un empresario desalmado quien hiciera exactamente lo mismo –encontrar entre sus subordinadas a su pareja y ascenderla después, mientras a la ex le niega el pan y la sal– no sólo nos llevaríamos las manos a la cabeza, sino que los tribunales tendrían algo que decir al respecto.
Ana Oramas, por su parte, había explicitado antes lo que muchos pensamos de las actitudes públicas y privadas de Pablo Iglesias con las mujeres: que sólo soporta a las que le bailan el agua; y a las que no, les llama la atención por sus abrigos y las azotaría hasta que sangrasen. Que, en definitiva, sólo le gustan las mujeres «sumisas», lo cual era una indirecta extremadamente directa contra su actual consorte. Pero como Ana Oramas es una mujer y de un partido del que, quieras que no, igual vamos a necesitar apoyo en algún momento, calladitos todos. Para Hernando, que no es precisamente mi modelo soñado de oratoria, pero cuyas palabras son de una gravedad infinitamente menor, todo son palos.
Pero, oye, que Hernando hace el trabajo por el que le contrataron, y que aguante lo suyo, que le entra en el sueldo. Sería de agradecer, eso sí, que hicieran lo mismo los iluminados de la extrema izquierda morada y no nos pusieran perdidos de lágrimas de cocodrilo a la mínima contrariedad. Porque todo esto que critico en la coleta suprema y su reina portavoz no es opinión mía. Es una versión dulce y moderada de lo que el propio Pablo Iglesias decía en 2014 de Ana Botella, entonces alcaldesa de Madrid y mujer de José María Aznar.
«Ana Botella representa todo lo contrario a lo que representan las mujeres valientes en la historia: es la que encarna ser esposa de, nombrada por, sin preparación», y cuya única fuerza, por si no nos había quedado claro, provenía de «ser esposa de su marido y de los amigos de su marido». Supongo que si Hernando se hubiera atrevido a insinuar siquiera una mínima parte de lo que Iglesias decía de Botella le habrían linchando ahí mismo, en la tribuna del Congreso, para qué esperar al show de Ferreras. Pero es lo de siempre. Los de izquierdas pueden decir de las mujeres de derechas que «besan a mediodía y muerden de noche» y no se oye ni un susurro de feminista; pero los de derechas no pueden ni siquiera decir lo obvio: que has nombrado portavoz a tu pareja en un acto de nepotismo parlamentario bastante lamentable. Y si Irene Montero no quiere que se lo recordemos cada dos minutos, que no hubiera aceptado el cargo, dadas sus circunstancias sentimentales. Pero decir esto es machista. Como lo es criticar a Colau por enchufar a su pareja en el ayuntamiento. Cara ganan, cruz perdemos.