La semana horribilis de Rajoy está próxima a su culminación. Lo que empezó como un terremoto va a terminar, si la cosa no se tuerce el viernes, como un vals bailado a pasos lentos entre nuestro Gobierno y el gobernador del BCE. Todos contentos. La Bolsa sube y la prima baja, como en los buenos tiempos. Si esto sigue así habremos salido de la crisis antes de terminar el verano y podremos ponernos a levantar casas por doquier, a construir autopistas fantasma y a enchufar al presupuesto a otro millón de funcionarios, que los que hay son pocos.
Lamento decepcionar a los optimistas pero la crisis no ha acabado. El desaguisado está hecho y alguien tendrá que pagar por ello. Nuestro país colecciona desempleados y lo seguirá haciendo durante todavía mucho tiempo, el IVA subirá en septiembre, y la factura de la luz, y la del gas, y la gasolina… La deuda, es decir, la riqueza que nos trajimos del futuro pensando que alguna vez íbamos a generarla, sigue ahí, tan campante, con su rosario de ceros a la derecha. Hasta ayer parecía que iba a pagarla quien la contrajo, esto es, los Gobiernos irresponsables y los bancos que invirtieron en quimeras y se hartaron a pedir dinero fuera a corto plazo para prestarlo a largo en casa encendiendo una espiral demoniaca.
Del lunes a hoy no ha mejorado nada, de hecho ha empeorado. A muchos les ha hecho sentir que, por arte de birlibirloque, el problema se ha resuelto. No lo ha hecho, todo lo más Rajoy y sus dos tristes mariachis han ganado tiempo, que es lo peor que se le puede dar a alguien como Rajoy, dado a malgastarlo sin tomar una sola decisión, siempre con la esperanza puesta en que los problemas se arreglen solos. Draghi ha prometido lo único que puede prometer el mandamás de un banco central: poner a funcionar la imprenta, darle a la manivela para diluir la golfería en el pozo de la virtud, crear dinero de la nada que permita a políticos como los nuestros seguir viviendo por encima de sus posibilidades.
El riesgo moral de que todo termine así es inmenso. Por un lado el BCE fomenta y promociona los malos usos. ¿Qué sentido tiene el rigor presupuestario si al final viene el fabricante de billetes y cubre la diferencia? ¿Para qué ahorrar e invertir sabiamente si luego se premia a los que han derrochado?
Por otro, nos condena a padecer durante unos cuantos años más un régimen moribundo, exangüe, que ya no da más de sí porque está montado por y para la clase política, que sienta sus reales sobre una pila de deuda y sobre una presión fiscal asfixiante. ¿De verdad queremos que Draghi deprecie nuestra moneda, la que tanto nos cuesta ganar, para que los políticos españoles puedan seguir a lo suyo financiando un mostrenco insostenible? No nos engañemos, el dinero que se saque Draghi de la manga no va a ayudar a España, sino a los políticos españoles, que es algo bien distinto. Y los intereses del individuo honrado, trabajador y productivo suelen ser opuestos a los del político, que de natural es proclive a la improductividad y el enredo.
Tal vez hoy la Bolsa haya subido y lo siga haciendo mañana. Es seguro que el coste del endeudamiento (que no otra cosa es la prima de riesgo) haya bajado. Pero eso no son necesariamente buenas noticias. Lo serán cuando vengan acompañadas de un plan de ajuste en condiciones, uno que haga coincidir los gastos del Estado con sus ingresos y que incorpore una bajada de impuestos generalizada y una reestructuración de nuestro monstruoso sector público. Eso son buenas noticias, lo otro es hacerse trampas en el solitario.