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Sin confinamiento, la economía también habría colapsado

Publicado en El Confidencial

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El camino a seguir sea la descentralización en la estrategia de desconfinamiento.

En el último artículo traté de poner de manifiesto que no es cierto que exista una incompatibilidad de fondo entre el objetivo de salvar vidas y el de salvar la economía: no solo porque las vidas formen parte de la economía (y, por tanto, salvar vidas también implique salvar la economía), sino porque las mismas medidas de distanciamiento físico que contribuyen a minimizar el número de fallecidos por covid-19 también son las que contribuyen a minimizar las pérdidas de producción material por el lado de la oferta (si bien, en cada situación epidemiológica, habrá medidas de distanciamiento físico que serán más eficientes que otras a la hora de alcanzar semejante objetivo).

Ahora bien, pese a tales razonamientos, inevitablemente muchas personas seguirán pensando que han sido las medidas de distanciamiento físico decretadas por el Gobierno las que han hundido la economía. En ausencia de imposiciones gubernamentales, dirán, tal vez el número de muertos hubiese sido mayor, pero buena parte de la economía seguiría en funcionamiento. Permítanme, sin embargo, ofrecer nueva evidencia (en este caso, por el lado de la demanda) de que esta conclusión resulta esencialmente errónea: incluso sin medidas de distanciamiento físico impuestas por los gobiernos, la demanda de muchos bienes y servicios sociales se habría hundido como respuesta a la pandemia.

Así, en un reciente ‘paper‘ para el Fondo Monetario Internacional, los economistas Sophia Chen, Deniz Igan, Nicola Pierri y Andrea F. Presbiter constatan que la contracción de la actividad económica en Europa comenzó varios días antes de que se decretara el confinamiento domiciliario. En el siguiente gráfico, podemos observar cuánto había caído la movilidad y el consumo eléctrico en el agregado de países europeos durante los días anteriores a que cada uno de ellos decretara el confinamiento domiciliario: la movilidad ya había descendido más de un 40% y el consumo eléctrico, cerca de un 5%.

En este sentido, el impacto de la suspensión de las clases escolares parece haber sido más determinante que el propio confinamiento domiciliario para reducir la movilidad social (pues fue justo después de decretarse cuando empezaron a caer tanto la movilidad como el consumo de electricidad).

En otras palabras, una parte importante de la sociedad reaccionó antes de que lo hiciera el Gobierno. No fue necesario que se obligara a la gente a mantenerse en casa para que muchos ya optaran por permanecer en sus domicilios (minimizando así el contacto con otras personas). Parte de la ciudadanía reaccionó tan pronto como descubrió que la amenaza iba en serio: en particular, cuando los Estados dejaron de adoptar irresponsables posturas ‘sologripistas’ y mandaron señales creíblemente costosas, como el cierre de escuelas, de que la situación era grave (en un artículo del 2 de marzo, ya señalamos que el cierre de escuelas, entre otras medidas de distanciamiento físico, tenían una enorme importancia simbólica).

Esta hipótesis se refuerza una vez constatamos que, en EEUU, tanto la movilidad como el consumo de energía descendieron no solo antes de que se decretara (en algunos estados) el confinamiento domiciliario sino también antes de que se suspendieran las clases (probablemente, porque los estadounidenses siempre han sido más autónomos frente al Gobierno que los europeos y porque, además, ya estaban contemplando la gravedad de la situación en algunos países europeos).

Por supuesto, no todo el mundo reaccionó de manera suficiente (si el virus puede caracterizarse como una externalidad negativa no internalizada, será fácil entender cómo podemos experimentar más contacto social del que deberíamos para combatir la pandemia), pero sí hubo una notable alteración del comportamiento que muy probablemente habría continuado agravándose aun en ausencia de medidas de confinamiento social. Todo lo cual nos lleva a dos conclusiones, una referida al pasado y la otra al futuro, que convendría tener muy presentes.

Un hombre ataviado con una mascarilla pasa por delante de una terraza inactiva en Valladolid. (EFE)

En primer lugar, no todo el desplome de la economía, ni siquiera la mayor parte, es atribuible al confinamiento domiciliario: en ausencia de medidas de distanciamiento físico decretadas por el Gobierno, los ciudadanos habrían limitado su demanda de todos aquellos bienes y servicios de consumo social, los cuales habrían dejado de ofertarse en consecuencia.

Es posible que no la hubiesen limitado tanto como finalmente lo han hecho, pero el uso de bares, restaurantes, cines o grandes eventos sí se habría visto enormemente restringido (tanto más cuanto más visible hubiese sido el colapso sanitario y, por tanto, el riego de contagiarse).

En segundo lugar, no pensemos que, una vez derogadas las medidas de distanciamiento físico regresaremos a la normalidad precrisis. Por un lado, es muy probable que muchos ciudadanos mantengan el distanciamiento físico voluntario durante un largo periodo de tiempo; por otro, y aun cuando se generalizara la imprudencia entre la población, tan pronto como comenzaran a sufrirse reinfecciones dentro de amplios sectores de la sociedad, el distanciamiento volvería a darse o bien voluntaria o bien coactivamente (pues es seguro que, ante ese escenario, los gobiernos volverían a imponerlo, tal como ya ha sucedido en Corea del Sur).

En otras palabras, acelerar el desconfinamiento puede terminar revelándose como una estrategia política contraproducente si no es acompañada de muchas otras medidas que mantengan dentro de unos límites razonables y sanitariamente sostenibles el número de nuevos contagios: aun cuando el Gobierno de turno se negara a reintroducir medidas de distanciamiento físico después de haberlas levantado, los propios ciudadanos las aplicarían por sí mismos, hundiendo consecuentemente la actividad económica que había pretendido reanimarse con un levantamiento demasiado temprano de las restricciones.

En definitiva, lo que ha destrozado nuestras economías no han sido las medidas de distanciamiento físico decretadas para combatir la pandemia, sino la penetración misma de la pandemia en nuestros países (la cual ha provocado el distanciamiento físico voluntario de los ciudadanos y, en ausencia del mismo, habría generado la paralización de las cadenas productivas por baja laboral de parte de los trabajadores). Esta conclusión no es incompatible, desde luego, con que un levantamiento demasiado tardío de las medidas de distanciamiento físico no pueda generar pérdidas económicas innecesarias, pero seamos conscientes de que un levantamiento demasiado temprano también las produciría. De ahí que, como ya he repetido en numerosas ocasiones, el camino a seguir sea la descentralización en la estrategia de desconfinamiento.

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