Sucede, sin embargo, que el saludable gobierno limitado decimonónico se ha transformado a lo largo del último siglo en el monstruo estatal que ahora conocemos. Actualmente los gobiernos esquilman nuestro bolsillo, no para ejercer las funciones básicas que les son propias, sino para transformar radicalmente a la sociedad, quiera ésta o no; por las buenas o por las malas. Los políticos no son ya los garantes de la supervivencia de una forma de ver el mundo, sino aplicados ingenieros sociales jugando a hacer su pequeña revolución que les lleve a la posteridad. Una sociedad sana rechazaría de inmediato las pretensiones manipuladoras de esta minoría tiranizante; por eso el paso previo, como en todo procedimiento totalitario, es embrutecer a la masa lo que sea menester hasta hacerla inmune a la más mínima tentación reflexiva. A estas alturas de la Historia, los propios afectados hemos acabado aceptando gustosos sobre nuestros hombros el peso de una culpa inmerecida. Nos tiranizan, pero lo celebramos por que es por nuestro bien.
Un solo ejemplo: el tabaco. El gobierno produce, comercializa y obtiene impuestos de un producto dañino, pero la culpa de todos los males que acarrea la tiene usted, insensato consumidor. Las campañas antitabaco llegan prácticamente al insulto directo, convirtiendo al adicto en un monstruo insolidario al que conviene aislar. Los propietarios de los restaurantes, aceptan resignados que los políticos que mantienen con sus impuestos, decidan por ellos lo que les queda o no permitido hacer a sus clientes dentro de su propiedad. Y nadie protesta.
En realidad, la única diferencia entre el Estado del Bienestar (¡!) y un delincuente común, es que éste último, consciente de su condición vil, no te endilga después de robarte una palinodia para crearte mala conciencia. Te roba y se larga. A un gobierno "de progreso" no le basta con asaltar tu bolsillo. Quiere que se lo agradezcas. Es la tiranía más perfecta jamás soñada; aquella que no necesita ejercerse por la fuerza, pues las víctimas aceptan gozosas las cadenas que se le imponen. Es usted un esclavo, ¿Lo sabía?