Está claro que a ella le parece bien que usted, señora, pague aún más impuestos.
Por recomendación del distinguido periodista canario Antonio Salazar pude leer un interesante artículo en Canarias7 sobre doña Beatriz González López-Valcárcel, catedrática de la ULPGC:
Un referente en el país y fuera de él en economía de la salud, fue incluida en el Top 100 de Mujeres Líderes en España dentro del área de expertas y pensadoras.
Como muchos otros pensadores, la profesora González López-Valcárcel tiene la solución a los problemas de la salud: subir los impuestos. Recomienda más gasto público en sanidad y dependencia, y que paguen más las grandes empresas. Por pagar más, quiere que paguen más los millones de ciudadanos que toman gaseosas, poniéndoles un impuesto.
Palabras grandilocuentes no le faltan:
Queremos cambiar el mundo (…) Queremos vivir en una sociedad decente, no en una que deja morir en la calle a personas solo por no tener papeles (…) Siempre hay mejoras en la salud cuando la sociedad es más igualitaria y más justa. Lo que dice que a un país le va bien es el nivel de renta y su distribución, y en España estamos tendiendo a una cada vez más desigual.
Esto resulta dudoso en la medida en que es cuantificable. Digamos, «cambiar el mundo» no significa nada, puesto que uno puede cambiarlo para mal, y de hecho hay una larga tradición política que así lo prueba. Equiparar igualdad y justicia deja muchos supuestos en el aire; y las investigaciones sobre la desigualdad en España no concluyen lo que afirma la doctora González López-Valcárcel.
Veamos la lógica con la que enlaza su retórica emocional. Si España ha de ser «decente», dice doña Beatriz que hay que aumentar el gasto público en sanidad para atender a todos, con o sin papeles.
Para subrayar su posición, apunta: «Tenemos claro que nuestro papel no es ahorrar, sino hacer las cosas bien para tener salud». Esta es una frase notable, que conviene tener presente junto con su pretensión de analizar «desde todas las perspectivas y todos los ángulos científicos un objetivo común, la salud».
Pero la profesora no está analizando el asunto desde todas las perspectivas, porque no dice ni una palabra de las personas que pagan el gasto público. Para ella no importan, porque si su papel «no es ahorrar», entonces lo que está recomendando es imponer una suerte de ahorro forzoso a los contribuyentes, que se quedarán con menos recursos porque doña Beatriz quiere «hacer las cosas bien».
Está claro que a ella le parece bien que usted, señora, pague aún más impuestos. Y no analiza los límites de la coacción fiscal, porque para ella no hay límites sino «un objetivo común, la salud». Ante ese objetivo, parece que sólo cabe que las pensadoras y los pensadores piensen en los efectos plausibles del mayor gasto y los mayores impuestos: ¿o no es bueno atender a los enfermos?, ¿o no es bueno «luchar» contra «epidemias» como la obesidad? En cambio, las pensadoras y los pensadores pueden pasar por alto, porque para ellos son detalles menores, tanto la justificación de los impuestos como el análisis de sus consecuencias para las vidas y haciendas de las ciudadanas y los ciudadanos, las personas físicas y las jurídicas. Esa perspectiva no cuenta.