Imagínese un país donde el desempleo fuese del 2,9% (en España es del 25%), que tuviese un PIB per capita de 60.500 euros (en España es de 23.100 euros), donde el salario medio fuese más del doble que en nuestro país. Un lugar en el que la administración sólo gasta el 32% del PIB (en España ronda el 50%) pero que, sin embargo, dispusiese de servicios públicos de primera clase. Ese país existe, se llama Suiza y está a solo hora y media de Madrid en avión.
Suiza es la quinta economía del mundo en términos de riqueza generada por habitante y la octava en poder adquisitivo. Es, además, una máquina de exportar. Suiza, un país minúsculo, exporta más que la India o Brasil, y no en términos relativos, sino absolutos. Los suizos son un 49% más productivos que los británicos y un 40% más que los alemanes. Y no precisamente porque esta pequeña confederación alpina tenga muchas multinacionales, que algunas si que tiene a pesar de su diminuto tamaño y su falta de acceso al mar.
Un país de pequeñas empresas
Esa riqueza proverbial y envidiada por todos no se debe, a pesar de la creencia generalizada, a los bancos. Suiza es un país de pequeñas empresas, casi todas manufactureras y de servicios. El 88% de las empresas suizas tienen menos de diez empleados. Eso no quita para que un país que no llega a los ocho millones de habitantes cuente con auténticos gigantes como Nestlé, que emplea a casi 300.000 personas en todo el mundo. Son precisamente las PYMES suizas las que sirven de soporte a los colosos de la industria nacional.
Las grandes corporaciones helvéticas como Swatch, Novartis, ABB, Holcim, Adecco, Roche o Lindt & Sprüngli no se dedican al negocio de guardar dinero, sino a la producción de bienes y servicios, generalmente de alta calidad y muy demandados en los mercados internacionales. Ese y no otro es el secreto de una economía sana que ha construido un país modélico que atrae a población cualificada de todo el globo. Los suizos son los europeos más libres, tanto desde el punto de vista económico como desde el político. Cuenta con la mayor calificación de Europa en el Índice de Libertad Económica y, a nivel mundial, sólo es superado por Hong Kong, Singapur, Australia y Nueva Zelanda. Esto ha provocado, entre otras bendiciones, que sea el país más competitivo del mundo según el Índice de Competitividad Global que cada año elabora el World Economic Forum, y el más innovador de Europa desde hace varias décadas.
Su buen desempeño económico ha hecho de la Confederación Helvética una auténtica Meca para emigrantes de todas las latitudes. Aproximadamente el 25% de la población es de origen extranjero, pero apenas hay problemas de integración y no se han registrado jamás disturbios de tipo étnico como los que castigan periódicamente a otras economías exitosas.
Un pueblo diverso y tolerante
Los suizos son, por definición, un pueblo diverso que convive sin roces a pesar de que, dentro de sus fronteras, se hablan cuatro idiomas tan diferentes entre sí como el alemán, el francés, el italiano y el romanche. Es una confederación formada por 26 cantones que, por voluntad propia, se fueron agregando a lo largo de la Historia. Cada cantón cuenta con su propia constitución y su propio parlamento elegido democráticamente. Los cantones son países en miniatura. A ellos les compete la Justicia, la educación, la atención sanitaria y, lo más importante, la tributación. Esta independencia fiscal ha obrado el milagro de que Suiza sea el país europeo con los impuestos más bajos si exceptuamos a refugios fiscales como Liechtentein (que, a su modo, es también parte de Suiza) o Mónaco.
La democracia más auténtica
Dentro de los cantones impera la democracia más auténtica del continente. Los suizos votan continuamente en referéndums de lo más variado. Luego, si las circunstancias lo piden, esos plebiscitos se elevan a escala nacional, como sucedió hace tres años con el célebre referéndum de los minaretes. Los referéndums son, por lo general, iniciativas populares que, tras obtener un apoyo previo, se llevan a las urnas y son siempre vinculantes para el poder político. En lo que va de año los suizos han votado en once ocasiones en referéndums federales.
Lo habitual es que las consultas se concentren en una sola para no obligar a los ciudadanos a pasarse la vida votando. En marzo, por ejemplo, se celebró uno en el que se votaban cinco iniciativas. La primera para poner un precio fijo a los libros (salió que no), la segunda para limitar la construcción de segundas residencias a un máximo del 20% por comuna (salió que sí), la tercera para que los impuestos que la Confederación tributa por los juegos de azar se empleen en servicios públicos (salió que sí por mayoría abrumadora), la cuarta para que se aprobase un calendario de vacaciones de seis semanas (salió que no) y la quinta para que las constructoras pagasen menos impuestos (salio que no).
Eso a nivel federal. En 2012 los cantones de Zúrich y Ginebra fueron a las urnas para determinar, en el primero, si se habilitaban unas casetas para el ejercicio de la prostitución callejera (fue aprobado) y, en el segundo, para aumentar las multas y restringir las manifestaciones en la calle (fue aprobado también).
Tal vez a los progresistas europeos el modelo suizo les disguste pero es, de lejos, el más democrático de Europa. A ello no es ajeno que Suiza sea el país con menos políticos y empleados públicos del continente. Estos últimos fueron, de hecho, desposeídos de la condición vitalicia de su trabajo gracias a un referéndum que se celebró hace una década. Hacer eso en España es, simplemente, algo impensable aunque la elefantiásica nómina pública esté asfixiando la economía.