Desaparecerán algunos empleos, pero esta revolución creará otros nuevos.
Hay conductores profesionales que se toman a mal que se les diga que deberían buscarse otro empleo, o al menos empezar a formarse para hacerlo en un futuro próximo. Lo toman como un ataque personal, como si quienes nos limitamos a ver a dónde llevan las migas de pan que deja la tecnología quisiéramos hacerles un feo. Y mientras disfrutan el caro privilegio de sus licencias frente a la competencia de Uber y Cabify, se olvidan de que faltan muy pocos años para que tanto su labor como la de esos competidores a los que quieren dejar fuera del mercado sea innecesaria, porque una máquina trabajará por todos ellos.
No es ciencia ficción. En pruebas, sí, y sólo para desplazamientos dentro de un barrio en el que vive un cuarto de millón de personas, pero Google acaba de poner en marcha –a través de su filial Waymo– un servicio equivalente a Uber… sin que haya nadie al volante. Los habitantes de Phoenix, en Arizona, serán los primeros en experimentar la mayor revolución tecnológica desde la universalización de internet. Y sus taxistas y sus conductores de Uber y Lyft serán los primeros que se queden sin empleo, porque no podrán competir con un servicio que no necesita de mano de obra humana, al margen de la que haga falta para gestionar y mantener su flota de vehículos.
No es muy difícil prever algunos de los pasos que seguirá la industria de ahora en adelante. Unos invertirán como Waymo en flotas de alquiler –resulta difícil no ver Car2Go o Emov como meras pruebas a la espera de que llegue la revolución real–; otros, como Tesla, apostarán por que sigamos comprando coches privados. Se invertirá en el transporte de mercancías por carretera, lo que abaratará los costes logísticos y de los productos que compramos, pero también dejará sin trabajo a una de las profesiones con mayor número de trabajadores: la de los camioneros. De primeras, una ocupación tan en alza gracias al comercio electrónico como es la de repartidor se librará: los coches autónomos no eliminan la necesidad de disponer del factor humano en las entregas de productos. Pero una vez deje de ser necesario tener a alguien conduciendo no habrá que esperar mucho a que se robotice también ese último paso.
Esto es, claro, lo fácil de adivinar siempre que se produce uno de estos grandes cambios tecnológicos, que transforman aspectos esenciales de nuestra forma de vivir. La transformación de lo que ya hay y su sustitución por lo nuevo. Porque no cabe duda de que habrá un sinfín de nuevos usos que ahora ni podemos imaginar. Que los ordenadores personales reemplazarían a la máquina de escribir era obvio; lo que no era tan fácil era adivinar los infinitos usos que les hemos dado, porque muchos de ellos no han supuesto la modernización de algo que ya existía, sino cosas que no se podían hacer antes de que alguien las imaginara y las pusiera en práctica.
Lo mismo sucederá con los vehículos autónomos. Y, al igual que desaparecerán algunos empleos, esta revolución creará otros nuevos. Y al abaratar el coste de la vida dejará ahorros suficientes como para que resulten rentables productos y servicios que ahora no lo son, y que requerirán trabajadores. Es la destrucción creativa del capitalismo, que a largo plazo nos dejará a todos mejor pero que a corto puede ser traumática para millones de personas, que se verán no ya sin trabajo, sino sin profesión. Así que, por favor, señores taxistas, señores camioneros: prepárense para lo que está por venir; busquen una profesión nueva antes de que no tengan otro remedio. Háganlo por ustedes y por sus familias.