De que la cultura musulmana pueda tener algo que ver con esto no decimos nada.
Hace unas semanas la actualidad quiso que coincidieran en el tiempo dos noticias espeluznantes. Una de ellas, el asesinato de Gabriel Ruiz, sólo pudieron ignorarla quienes hayan vivido bajo tierra los últimos días. La otra, en cambio, no ha recibido ni un mísero titular en la prensa generalista ni en las televisiones, esos medios tan comprometidos que han sido el único sector donde la huelga feminista tuvo éxito. Se trata de la revelación de que durante cuatro décadas hombres de la «comunidad asiática» –es decir, musulmanes paquistaníes– violaron a cerca de 1.000 menores, algunas con tan sólo 11 años, en la localidad inglesa de Telford.
En estos tiempos de concienciación ante los males que afrontan las mujeres, en estos tiempos de MeToo y Time’s Up, de vestidos negros en galas, de grandes manifestaciones contra el patriarcado, ¿no debería ser Telford noticia de primera plana? Pues no. Ni siquiera en el Reino Unido, donde tanto el Timescomo el Guardian la han llevado discretamente en páginas interiores. Ha recibido hasta el momento incluso menos atención que una noticia casi idéntica de hace tres años referida a otra localidad inglesa, Rotherham. Y las autoridades locales intentaron silenciarla como hace unos años las de Colonia intentaron ocultar los abusos sexuales en Nochevieja. O como ha sucedido con la creciente ola de delincuencia en Suecia asociada a la inmigración; el New York Times primero se burló de Trump por referirse al problema, pero hace unas semanas publicó un reportaje reconociendo su existencia.
Todos estos casos tienen algo en común, y no, no es la raza, pese a que algunos quieran ocultar bajo el manto del antirracismo cualquier crítica referida a cualquier tipo de inmigración. De hecho, es significativo que en estos casos que se repiten en Telford, Rotherham o Rochdale la prensa utilice el término asiáticos para referirse a violadores y asaltantes, lo que ha llevado a los pobres asiáticos que resultan ser hindúes o sijs y no musulmanes a protestar por el uso de ese adjetivo, sin que nadie les haga caso. No: el problema no es de una raza, sino de una cultura. Y no me vengan con que estoy generalizando injustamente cuando vivimos en una sociedad que culpa a los hombres, así en general, de las violaciones y la violencia en la pareja. Una cultura se puede reformar si se critica, quienes nacen en ella pueden llegar a cambiar eventualmente su forma de pensar, pero al igual que sucede con la raza de cada uno los hombres, nacemos hombres, y eso sí que no se puede cambiar.
Pero no: de que la cultura musulmana pueda tener algo que ver con esto no decimos nada. Como tampoco de que quizá algo tenga que ver con que el número de asesinatos en la multicultural Londres haya superado a los de Nueva York por primera vez en diecinueve años. Mientras los crímenes crecen, la Policía británica se dedica a hacer visitas a quienes estima que han cometido delitos de odio en Twitter por apuntar que quizá esa relación pudiera existir. En tapar bocas de ciudadanos normales y corrientes son de lo más eficientes. A este paso va a ser lo único que sepan hacer.
Estos casos de violaciones masivas en Inglaterra tuvieron algo en común: que las autoridades se lavaron las manos por miedo a ser calificados de racistas. En España, por suerte, no se ha llegado a tanto, de modo que los monstruos argelinos de Alicante han sido detenidos sin necesidad de que pasaran años y cientos de menores por sus garras. Eso sí, pese a los detalles espeluznantes del caso, como que una cría de 14 años pasara 24 horas encerrada mientras abusaban de ella, no esperen que este drama reciba la misma atención que las andanzas de La Manada. Una cosa es que la epidemia de lo políticamente correcto no haya infectado aún a policías y jueces y otra que medios y periodistas sigan sanos. Hace ya mucho que cruzamos ese río.