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Tiroteos en los Estados Unidos: libertad y seguridad

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El peligro no viene de los ciudadanos que quieren cumplir la ley, que son la inmensa mayoría, por muy armados que estén.

La Iglesia Baptista de Sutherland Springs acogía a sus feligreses el pasado domingo 5 de noviembre, apenas medio centenar de personas, cuando un hombre armado con un rifle de estilo AR-15 empezó a disparar a la congregación. Mató a 23 personas e hirió a al menos dos decenas más. Treinta y cinco días antes se produjo otro tiroteo público en Las Vegas, en el que murieron 58 personas. Estas noticias llegan a los telediarios con menos frecuencia que con la que se producen los tiroteos públicos en los Estados Unidos. El año pasado, según la estadística registrada por el FBI, fueron 25; dos al mes de media.

Un asesino (suelen ser hombres), toma la decisión de quitarle la vida a unos transeúntes, a unos compañeros de colegio o universidad, a los asistentes a un concierto o acto público, utiliza un instrumento eficacísimo para su propósito, y se solaza con el espectáculo del desplome de los cuerpos. Las víctimas respiraban sus últimos minutos ajenas al peligro que corrían, ignorantes de que sus planes quedarán sin cumplir, de que no tendrán ni la oportunidad de despedirse de la gente a la que quieren.

Estas noticias dejan un poso de indignación y de desesperación. Pero como ni la indignación ni la desesperación son instrumentos adecuados para entender lo que ocurre, estos sentimientos suelen venir acompañados, para la inmensa mayoría de los casos, por muchas tonterías. Aunque es más fácil creerse una tontería que abandonarla a la luz de los hechos, quizá el asunto sea tan grave que merezca la pena asumir el coste emocional de reconocer que en el pasado se han dicho muchas tonterías. Ya lo hice yo en su momento, y nunca es tarde para nadie.

Si en los Estados Unidos, en la mayoría del país, hay libertad de armas, y allí se producen tiroteos masivos, lo que hay que hacer es acabar con esa libertad. Sin embargo, basta acercarse a este asunto para ver que no es tan claro.

Para empezar, ¿por qué se producen? Son prácticamente desconocidos antes de los años 60. Y los Estados Unidos, como cualquier otra democracia de las de antes de la II Guerra Mundial, reconocía el derecho de sus ciudadanos a poseer armas. Es más, en su caso defiende esa libertad en su Constitución, siguiendo la tradición política republicana que reconoce el papel que tienen los ciudadanos armados en una sociedad libre. Una tradición que muchos españoles, que dicen ser republicanos, ven con escándalo.

De modo que los Estados Unidos han tenido siempre libertad de armas, y sin embargo este fenómeno es relativamente nuevo. Yo no he encontrado una explicación convincente de por qué se produce. Es cierto que coincide con la política de abrir masivamente los manicomios, que es la explicación más sugerente que he encontrado; pero tampoco es concluyente. El resto, hasta el pasado domingo 5, lo ha hecho la emulación.

Pero aquí estamos, con el negro espectáculo de las matanzas en la calle. ¿No habrá llegado la hora de replantearse el control, cuando no la prohibición, de las armas? Sobre la efectividad de la prohibición de algo que quiere tener la gente nos podemos hacer una idea con la prohibición del tráfico de drogas en España. Quien quiera tener un arma, con o sin prohibición, la tendrá. Y más en un país con una cultura tan arraigada.

La principal medida de control ha sido la declaración de zonas libres de armas. Son parcelas del espacio público en los que está expresamente prohibido llevar un arma. Son en estas zonas, principalmente, donde tienen lugar los tiroteos, y es fácil entender por qué: los asesinos saben que serán los únicos con armas para matar, y no se van a enfrentar a ningún ciudadano que les pare los pies. Las pocas, muy pocas ocasiones en las que se les enfrenta una persona armada, ésta se enfrenta al asesino y lo abate o lo detiene. En la mayoría de los casos tiene que hacerlo la Policía, y para entonces es ya muy tarde.

El Estado de Michigan ha aprobado una ley que permite llevar armas en sitios en los que, como escuelas o iglesias, estadios o bares, antes estaba prohibido. El líder de la mayoría en el Senado del Estado, Arlan Meekhof, explicaba así la lógica detrás de la nueva ley: “Los hechos recientes nos permiten ver cómo se puede disuadir a quienes quieren hacer daño. Y los ciudadanos responsables, bien entrenados, y que tengan una licencia para llevar un arma escondida puede ser una de esas disuasiones”.

En la actualidad hay 11 Estados que permiten a sus ciudadanos ir armados a estos lugares públicos. En el caso de Michigan, están obligados a mostrar el arma. Otros 23 Estados permiten a cada institución elegir si quieren ser un santuario para los que quieran ir armados saltándose la ley, o si prefieren permitírselo a todo el mundo.

Es fácil de entender que el peligro no viene de los ciudadanos que quieren cumplir la ley, que son la inmensa mayoría, por muy armados que estén. Y no es difícil entender, tampoco, que una persona que está dispuesta a saltarse la ley suprema de no matar no tiene escrúpulos por no cumplir una regulación sobre armas. De modo que si se prohíbe el uso de armas, los únicos que van a cumplir esa prohibición son los que utilizarían sus armas contra los asesinos. El resultado es lo que vemos con tanta frecuencia en la televisión.

Los ciudadanos normales no son el problema. Por ejemplo, John Lott, muy probablemente el criminólogo que mejor conoce los datos sobre uso y control de armas en los Estados Unidos, escribía este mes de septiembre: “Durante décadas, no ha habido una sola persona que haya ido a la Universidad con un arma en regla y que haya cometido un crimen con su arma. Ni uno solo se ha enfadado por una nota y se ha puesto a disparar a nadie en el campus. Hasta donde sabemos, no ha habido un solo caso de amenaza con arma en un campus. Ha habido seis descargas accidentales, en todas de las cuales se produjeron heridas menores”.

Entonces, ¿qué es lo que se puede hacer? Acabar con las zonas libres de armas y facilitar que cualquier ciudadano pueda utilizarlas para detener a estos asesinos. Libertad y seguridad no están contrapuestas.

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