La medida ha creado la polémica entre la oposición y sindicatos alegando que la medida aumentará el gasto estatal y también dudan de la efectividad de la misma para aumentar la producción y nivel de riqueza.
La ley francesa sobre las horas extraordinarias posiblemente tenga muy buenas intenciones, pero no es el camino. El lema de este cambio ha sido "trabajar más para ganar más". Está muy bien para quien así lo quiera, pero esa ha de ser una iniciativa individual que no se ha de imponer. Comparémoslo con España. Aquí se hacen muchas horas extras que no se pagan. ¿Cierto? No del todo. Las empresas, haga usted horas extras o no, pagan mucho más de lo usted percibe. El 40% de lo que paga la empresa al trabajador es incautado por el Estado. Esa es una de las muchas razones por las cuales los salarios son tan bajos en España. Eso significa que al trabajador no se le remunera el 100% de sus rendimientos del trabajo, sino el 60%. Examinado desde otro punto de vista, si el Estado no se le robase nada y usted hiciese un 40% menos de horas mensuales cobraría lo mismo que ahora.
Las políticas laborales de Europa han de ser reformuladas desde cero y no con parches como el francés. Lo justo es que cada persona cobre por aquello que trabaja sin que un socio pasivo, el Estado, meta la mano para quedarse con nuestra producción. No es una cuestión de cómo están las cuentas públicas (que además, siempre van mal), ni de las trilladas excusas políticas de robar por el bien común. Es una cuestión de bienestar individual, de tener el derecho a que el Estado nos deje en paz y no nos robe nuestro dinero ni producción. Porque cuando alguien roba el trabajo y producción de otro, sea cual sea la excusa, eso significa que trabaja gratis para él contra su voluntad, y a eso siempre se le ha llamado esclavitud. Cualquier tributo productivo que el Estado toma por la fuerza, que son todos, es un acto de esclavitud contra el hombre libre.
Las soluciones aparentemente pragmáticas como la francesa suponen empezar la casa por el tejado. Lo lógico sería que antes de hacer trabajar más a la gente, cada agente económico, ya sea particular o empresa, vea reflejado en su cuenta corriente la parte íntegra de su producción. Lo demás, mayor productividad, trabajo, bienestar, crecimiento económico, etc., vendrá solito. Esta es una de las grandes ventajas del libre mercado; va inherentemente ligado al bienestar individual. La mejor vía para la prosperidad es que todo el mundo obtenga el resultado íntegro de lo que hace. La única razón por la que ni el Estado francés ni el del resto de países acometen reformas verdaderamente profundas está bien claro: dejaría de ingresar nuestro dinero.