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Un máster del género tonto

Publicado en Libertad Digital

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Todo apunta a que, como sucede con el socialismo sanitario, también se cree la pseudociencia feminista.

Carmen Montón recibió muchas alabanzas en su nombramiento por su clara posición contraria a las pseudociencias sanitarias. Una vez en el cargo, sin embargo, su objetivo no ha sido acabar con la venta de productos homeopáticos sino con modelos de externalización hospitalaria como el emblemático de Alcira, que se encargó de destruir durante su etapa como consejera en la Comunidad Valenciana. Una reversión que, según explica la propia gerente pública que puso al frente del hospital, ha llevado a unas listas de esperas más largas y a un peor servicio a los pacientes. La supuesta enemiga de las pseudociencias ha dejado claro, por tanto, que si la pseudociencia es la ideología de izquierdas está más que dispuesta a ser su mayor defensora.

Que la ministra haya cursado un máster en Estudios Interdisciplinares de Géneroes plenamente coherente con esa visión, ampliamente compartida por buena parte de la izquierda y los llamados círculos escépticos, según la cual la crítica se aparca en cuanto se toca algún dogma de la tribu, como por ejemplo que la sanidad pública gestionada por cargos públicos con médicos y enfermeras funcionarios siempre es mejor que cualquier modelo que, manteniendo la financiación y la titularidad públicas, sea gestionado por empresas u organizaciones privadas con trabajadores privados. O que hombres y mujeres son biológicamente iguales en características como la inteligencia o los intereses personales.

Recientemente se ha hecho público en Quillete, hogar de la nueva ilustración americana, un nuevo escándalo universitario a cuenta de la hipótesis de la variabilidad masculina. Desde Darwin se ha venido observando que, con numerosas excepciones, en un gran número de especies y en ciertos rasgos, hay más variedad entre los machos que entre las hembras. Una observación que múltiples estudios han confirmado que se aplica en los humanos, entre otras cosas, a la inteligencia: aunque la media sea la misma, la varianza es mayor en los hombres que en las mujeres, de ahí que los primeros estemos sobrerrepresentados en ambos extremos: hay más genios y más tontos varones. Se trata de un dato irrelevante para la mayoría de nosotros, que no solemos toparnos ni con unos ni con otros en los entornos en los que nos movemos, pero es una parte de la razón por la que hay más hombres entre los premios Nobel, los compositores, los campeones de ajedrez, los presos, los vagabundos y los suicidas.

Ahora bien, aunque tengamos claro que esto es así, lo que no sabemos es por qué. Así que dos científicos, Theodore Hill y Sergei Tabachnikov, escribieron un estudio presentando un modelo matemático que demostraría que si un sexo es más selectivo con su pareja, el otro sexo desarrollará inevitablemente una mayor variabilidad. Tras recibir numerosas alabanzas a su primer borrador, decidieron enviarlo a la revista Mathematical Intelligencer, que lo aceptó en abril de 2017 tras pasar las obligadas revisiones. Debía publicarse en el primer número de 2018, pero antes, a primeros de agosto, tuvo lugar el despido de James Damore en Google, cuyo memorándum también mencionaba esta hipótesis. Una semana después de dicho despido comenzó un proceso inquisitorial contra ambos profesores y su trabajo.

Tabachnikov fue presionado por su departamento para que retirara su nombre del estudio a raíz de la queja de una activista de Women in Mathematics (WIM). La National Science Foundation pidió que se retirara la mención a los fondos que había destinado a la investigación tras la petición otras dos profesoras activistas del WIM. Y ese mismo día la revista les comunicó que finalmente no lo publicaría por temor a que los «medios de derechas» dieran bombo al artículo a escala internacional. Así que lo enviaron a otra revista, el New York Journal of Mathematics, que sí lo publicó… pero lo eliminó de su web tras otra campaña de acoso. De este modo lo dejó en el limbo: no estaba disponible en ninguna revista académica, pero tampoco podían enviarla a otra porque ya había sido publicado.

No se crean que es un caso aislado. Sin ir más lejos, hace un par de semanas la Universidad de Brown repudiaba otro estudio sobre lo que denominaba «disforia de género de aparición repentina», que sería la declaración de ser transexual en la adolescencia sin haber mostrado durante la infancia ningún síntoma de disconformidad con el sexo con el que se nació. Su autora argumentaba que este tipo de casos solía estar precedido por un incremento en el uso de redes sociales y la pertenencia a una pandilla en el que alguno de sus miembros se hubiera declarado transexual. En definitiva, que una parte de los jóvenes que se dicen transexuales lo harían por el deseo de ser aceptado en el grupo. Una hipótesis discutible, claro, pero que en este ambiente inquisitorial es difícil que sea investigada más a fondo.

Esto es lo que hace a la ciencia el activismo izquierdista, ese al que le parece normal que existan másteres en Estudios Interdisciplinares de Género. Montón merecería hasta cierto respeto si se hubiera matriculado para engrosar su currículum feminista, siempre útil en política, pero negándose a cursarlo por saber que era una basura. Pero todo apunta a que, como sucede con el socialismo sanitario, también se cree la pseudociencia feminista. Algo muy normal dentro del PSOE; pero, por favor, que no nos venda encima que es una primera espada del escepticismo científico.

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