Sin duda alguna, en su sede central están orgullosos de que el Gobierno de los Estados Unidos –y, en virtud de numerosos acuerdos, los de muchos otros países– reconozca a esta empresa como la legítima propietaria de una idea concreta. La "genialidad" en cuestión de la que ahora son amos y señores no es otra que poner una caja para introducir texto y dos botones debajo sobre un fondo blanco.
Al margen de ese "orgullo y satisfacción", que diría el suegro de la hermana de la nueva enchufada por el PSC-PSOE de Barcelona, poco más han logrado con todo ese esfuerzo. Un esfuerzo que seguramente les ha costado además buenas cifras de dinero para pagar abogados y otros profesionales. En términos de beneficio reales para Google, es difícil imaginar alguno. Han logrado que algunos buscadores de menor importancia vayan a dejar de copiar su formato, pero eso no tiene ninguna importancia real. Nadie, o casi nadie, iba a confundir a esos pequeños rivales con el gigante de las búsquedas.
Lo que sí encuentro son problemas a este empeño. Cada vez quedaban menos internautas que se creyeran el Don’t be evil del que hace gala el mayor buscador del mundo. Los motivos son múltiples. En mi caso, como con muchos otros gigantes de internet, su disposición a colaborar con la censura de la dictadura china. Ahora dan una razón más. Han demostrado ser tan voraces como otros, por ejemplo Microsoft, en la cuestión de las patentes. Y esto es algo que disgusta a millones de personas muy implicadas en asuntos de internet o de informática en general.
Mientras tecleo estas líneas me rebelo mentalmente, una vez más, contra esa ficción jurídica llamada propiedad intelectual y todos sus derivados. En nombre de la supuesta posesión por parte de Google de una idea, se priva a cualquier diseñador de sitios web de usar libremente su propiedad. Nadie podrá crear, con su propio ordenador, una página similar para alojarla en un servidor que sea suyo. En este caso no es realmente grave, seguro que con una mínima modificación (tal vez un tercer botón) ya no se viola la patente. Sin embargo, es un buen ejemplo.
La propiedad intelectual no sólo es un lastre al desarrollo humano, al dificultar la difusión de ideas o conocimientos. Es, además, un atentado contra la propiedad privada y la libertad de terceros. Resulta triste que algo inventado hace cuatro siglos como un privilegio para favorecer a los mimados por reyes y similares se haya terminado aceptando como algo justo.