Pensar en evitar estos seísmos es aún ciencia ficción. Sin embargo, el hombre sí puede reducir por un lado el efecto en el futuro de estos fenómenos naturales sobre las personas y sus propiedades más preciadas, y ayudar por otro a reducir el sufrimiento de los damnificados. Tanto para lo primero como para lo segundo necesitamos sociedades más libres.
No cabe duda de que la solidaridad (la renuncia voluntaria a ciertos bienes para cederlos a otras personas que los necesitan de forma apremiante) se puede ejercer desde cualquier sistema socioeconómico. Pero es en un entorno capitalista donde florece con mayor facilidad. En primer lugar porque los individuos tienden a ser más generosos y responsables en un entorno de libertades donde tu prosperidad depende de lo que aportes al resto de la sociedad que en un sistema en el que papá estado interviene y regula infinidad de aspectos de la vida diaria. En el modelo dirigido muchos viven de espaldas a las demandas sociales gracias a las subvenciones, licencias y todo tipo de privilegios estatales, mientras se le quita la mitad de la renta al ciudadano honrado con la excusa de resolver los problemas de los más necesitados.
Además, siempre será más fácil encontrar donaciones importantes en medio de la prosperidad que permite el mercado libre que entre la decadencia y el estancamiento típico de los modelos intervencionistas. Y, por si todos estos motivos fueran pocos, la ayuda rápida en caso de catástrofes es mucho más efectiva cuando quien la presta es un individuo privado interesado en que aquello que cede se emplee bien que cuando lo envían unos funcionarios que no tienen otra relación con esos fondos que la de haber ganado la lotería de un empleo público para toda la vida. Sobre todo cuando sus perspectivas de escalar puestos en la burocracia suelen estar relacionadas con el gasto de un mayor volumen de fondos.
Por otro lado, el capitalismo posibilita reducir el riesgo de futuros daños más que ningún otro sistema económico. La acumulación de capital, la competencia y el avance del conocimiento que hemos podido disfrutar desde la revolución industrial en las sociedades de libre mercado ha permitido, por ejemplo, que las edificaciones modernas se muevan con los movimientos sísmicos y no sucumban a ellos. Y esos conocimientos, una vez descubiertos, están al alcance de todos los que prosperen y ahorren en cualquier punto del planeta. Hace un par de meses tuve la oportunidad de comprobar cómo el edificio de la Universidad Francisco Marroquín se balanceaba después de que el suelo guatemalteco diera una fuerte sacudida. Al susto inicial le siguió el agradecimiento colectivo a la sociedad que ha hecho posible que grandes individuos desarrollen estas ideas geniales.
Los países más capitalistas también disfrutan del desarrollo de los seguros, unas instituciones creadas precisamente para la reducción y eliminación del riesgo. Mientras que el desarrollo del conocimiento permite evitar la destrucción, los seguros reponen el valor de los daños que no pueden evitarse. Sus beneficios rebasan con mucho la vertiente económica y entran de lleno en el lado psicológico de nuestras vidas.
Curiosamente, es esa inseguridad que reduce y elimina el mercado libre la que han aprovechado gobernantes de todos los tiempos y de todas las regiones para incrementar los impuestos, el gasto público y el aparato estatal, reduciendo así la extensión del libre mercado. Por el bien de los damnificados de los desastres naturales presentes y futuros esperemos que el liberalismo logre romper los tabúes del discurso políticamente correcto y podamos desarrollar los utensilios capitalistas contra el riesgo. Mientras tanto, la ayuda privada y responsable constituye la mayor esperanza para los individuos y familias que lo han perdido todo en el Perú.