En ninguna parte aparece lo fundamental: ¿quién preparó la comida, con qué recursos?
Hace tiempo que no veía un video tan bien hecho como el de la campaña de Cáritas: «Una sola familia humana. Alimentos para todos». Resulta efectivamente ejemplar en su mensaje moral y aleccionador en su mensaje económico.
La ética es evidente y loable: no hay que atacar al prójimo sino ayudarle. Todos debemos cooperar entre nosotros y no agredirnos. Y eso es exactamente lo que hay que hacer.
El contenido económico parte de una noción elemental: el hambre se resuelve compartiendo los alimentos, como hacen los personajes de este excelente video.
¿Qué es lo que resulta más llamativo para un economista? No son sólo las cifras habitualmente esgrimidas sobre este tema, en la línea de «más de 1.000 millones de personas pasan hambre en el mundo habiendo alimentos suficientes para alimentar a todos», cifra enormemente exagerada con el propósito de llamar la atención de quienes creen que el hambre se afronta distribuyendo comida, y no produciéndola.
El video es espectacularmente claro en ese punto, porque pinta la insólita situación de un plato de comida aislado sobre una columna en medio de profundo pozo, y sólo puede accederse al plato con unas largas cucharas. No hay aparentemente más que dos alternativas: pelear o repartir el guiso amigablemente. En ninguna parte aparece lo fundamental: ¿quién preparó la comida, con qué recursos?
Lejos de mí criticar a quien da de comer al hambriento, noble actividad en la que la Iglesia ha destacado desde hace siglos. Mi inquietud pasa por el olvido sistemático de la producción y la cooperación más allá de esos órdenes pequeños, en el comercio y el mercado, a menudo zaheridos cuando son las instituciones que de verdad han logrado reducir el hambre en el mundo como nunca antes en la historia.